Condiciones de trabajo en la minería de Laciana y El Bierzo a comienzos de los 60 (II)
Los mineros fueron la
vanguardia de la clase obrera española. Una clase trabajadora que, a su vez, fue
el mayor baluarte de lucha contra el franquismo. Como ya hemos explicado, comienza a despertar
tras las grandes
huelgas de la primavera antifranquista de 1962. Sus
condiciones de trabajo, el malestar latente, unidas a una tradición de
lucha y la chispa asturiana, hizo estallar las huelgas en Laciana y El Bierzo.
Durante estas huelgas Franco, en conversación privada con su primo, el Teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo sostiene que los mineros protestan por la subida salarial en el sector siderúrgico y según el dictador “se consideran con mayores derechos que los metalúrgicos”. Lamenta que se “siembre el descontento y la rebeldía, diciéndoles que son explotados y que se les dan salarios de hambre, que le consta que eso no es cierto”.
Franco culpabilizaba a
agentes externos de la huelga y proponía medidas represivas. Justifica el
Estado de excepción, porque de “otra [forma] no se podía combatir a los que se
aprovechan de los obreros españoles con fines políticos. Ello también demuestra
que el régimen que yo presido no es una dictadura y que representamos los
derechos de los españoles.” Se arroga la capacidad de representar a la nación y
niega su dictadura con un paternalismo que se mueve entre lo cómico y lo
trágico. Por ello “nada de lo que ocurra en una mina debe escapara de la vigilancia
de la policía”.
En esta primera
movilización germinaría una nueva forma de organización que ya se venía dando
en la antracita berciana, las comisiones de obreros. En este caso, la Comisión
Obrera de Laciana se convierte en estable, consigue elegir a 12 miembros que
participan del
Jurado de Empresa hasta las elecciones de 1963. En enero de 1963 elaboran una
tabla reivindicativa que será discutida por representantes del Sindicato
Vertical que se desplazan al efecto a Villablino.
La organización
creciente de los mineros lacianiegos los llevará al copo del sindicato vertical en las elecciones sindicales de 1963. Hasta ahora los trabajadores habían
vivido estos comicios entre la abstención y el boicot, sin embargo a partir de
ahora tratan de minar al sistema desde dentro. Tras este proceso, la comisión
obrera sigue funcionando, ahora coordinándose entre quienes tenían una
responsabilidad en el sindicato vertical, con quienes no la tenían y con la
dirección comarcal del PCE.
La politización
creciente es visible en las cuencas mineras. El Delegado Provincial de
Sindicatos consideraba que “más que problemas económicos y sociales, existe un
grave problema político (…) una fortísima acción democristiana”. El malestar
obrero se había expresado en conatos de protesta durante el invierno y la
primavera de 1963. Paros en los grupos Carrasconte, Paulina u Orallo de MSP
frente a los nuevos sistemas de cronometración o huelgas de celo en Combustibles y Antracitas de Fabero
exigiendo aumentos salariales.
El 5 de julio comienza
una nueva huelga en Mieres que se hace general en la minería asturiana y el 19 de
agosto alcanza a Laciana. Ese lunes para Carrasconte, Paulina y Lumajo. Tras
unos días de vaivenes por las maniobras del sindicato vertical, que casi le
cuestan el destierro a Benjamín Rubio, la huelga se generaliza en Laciana,
extendiéndose la cuenca minera berciana a comienzos de septiembre.
El 4 de septiembre, en
Coruña, Franco expresaba: “Los mineros ganan lo suficiente para atender sus
necesidades, y no carecen de nada debido a lo que se acordó a raíz de la anterior
huelga”. Reconociendo implícitamente que la huelga de 1962 sirvió para
conseguir mejorar las condiciones de los trabajadores, frente a la propaganda
oficial, que afirmaba que el régimen iba a decretar previamente esos aumentos
salariales.
Continuaba argumentando
que “ahora piden aumentos de sueldo base, puntos, pluses de productividad,
hospitales, escuelas, casas, etc., etc.” Los trabajadores luchan por mejorar
unas condiciones de vida extremadamente precarias. El dictador llega a acusar
de vagos a los mineros que no emigran. “Lo malo es que se van al extranjero
bastantes muy buenos, y se quedan aquí muchos que por tener asegurado el sueldo
no se esfuerzan en su trabajo”
Araujo le comenta que
posee documentos, que contradicen las opiniones del dictador:
“hay
minas en Villablino donde no hay escuelas para los hijos de los mineros, ni se
dan medios para ir a la mina. No existen hospitales de urgencia y se da el caso
de que si un minero cae herido por accidente de trabajo o se pone
repentinamente enfermo, hay que trasladarlo en un mulo, recorriendo grandes
distancias y con un gran frío en los meses invernales.”
Cuestiones como la
falta de servicios educativos y sanitarios, reconocía, estaban en la base del
descontento de los mineros. Al tiempo que prometía entregarle una “extensa
información” sobre la zona de Laciana. Desconocemos si el informe, elaborado
por el sindicato vertical a raíz de las reclamaciones de la Comisión Obrera de
la MSP, llegó a manos del dictador.
Cuando destacadas
personalidades escriben una carta abierta al ministro Solís, Franco dirá que no
conocen ni mucho menos el problema minero y que “jamás gobierno alguno de
España ha estado más preocupado por el bienestar de los obreros que los del
actual régimen. Además en este escrito se invita a la rebelión de los obreros y
a la agresión de la fuerza pública”.
Ese mismo mes de
septiembre ante los incumplimientos de lo conseguido en las huelgas, tras una nueva
queja del obispo de Oviedo el dictador afirmará que no es cierto y que son “cuentos”
de los trabajadores “pues hay mucha infiltración comunista”. Añadiendo que:
“Hoy el minero no
carece de nada, vive bien con sus familias, pero la propaganda subversiva es
grande y difícil de cortar, lo que prueba que no existe como antes decía ningún
problema laboral y sí político. Hay provincias como Burgos, Ávila, etc. que son
pobres por completo, y sin embargo los ideales religiosos están sumamente
arraigados y los conflictos sociales apenas existen.” Lamentándose, de los
conflictos laborales de las zonas industrializadas.
A comienzos de los 60 el
equipo económico de la dictadura, dirigido por el Opus Dei, se plantea empezar
a desmantelar un sector que había sido clave en la reconstrucción de la España
de posguerra. Franco, en conversaciones privadas, afirma que de ser admitida
España en el Mercado Común Europeo, la producción minera “tendría que
resentirse a causa de la de Alemania, Bélica y otros países”. El dictador se
había destacado en la represión a los mineros, eran uno de sus principales enemigos, de ahí que continué un proceso
de desprestigio, que se amplificará con el nuevo mito del “sector
privilegiado”.
En ese momento empiezan
a aparecer artículos en diarios cómo ABC en los que se desprestigia a los
mineros, se alimenta la leyenda negra, se acrecienta la fama de violento, que
va a la huelga fácilmente, sin motivo aparente, y se acusa de vivir y trabajar
por encima de sus posibilidades y rendimientos. También se ataca a un sector
minero hasta ahora considerado estratégico. Se destaca su ineficiencia obviando,
que es un sector descapitalizado por empresas y empresarios muy bien situados
en las altas esferas del régimen y que han conseguido un gran beneficio que no
han reinvertido.
La organización de los trabajadores
conseguirá ir conquistando mejoras en sus condiciones de vida y trabajo. A
pesar de la coyuntura regresiva por la que atraviesa el sector y frente a un
régimen que se había construido contra el movimiento obrero. Unas condiciones
que lejos estaban de la falta de esfuerzo
o el privilegio.
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