Según el periodista
gallego este fenómeno comenzó en 1967 de la mano de unos empresarios franceses.
Una industria que “languidecía” reflota de la mano de la exportación. Un hecho
que, a juicio del autor, “como casi siempre acontece en España, el impulso vino
de lejos y nos deja boquiabiertos y pasmones.”.
Sobrádelo y Puente de Domingo Flórez son los “centros pizarreros de la comarca”.
Su crecimiento refleja la bonanza del sector. “Puente de Domingo Flórez hasta esta heteróclita industrialización era un opaco casal al que venían las cabreirenses a hacer sus compras y vender sus menguados productos agrícolas.” Un pueblo que ante la ausencia de comunicación con Quereño, se servía de un puente colgante, idea y propiedad de “Ramiro”. También Sobradelo “se ha ido aseando, se alzaron casas de pisos y se mejoraron las antiguas viviendas.” Sin embargo todavía conserva su “color ocre entre el verdor de los castaños”.Las modernas pizarreras
conviven con otras que presentan cierto atraso tecnológico. “Sobrádelo presenta
diez fábricas de pizarra y, al igual que Puente de Domingo Flórez, unas son de
gran volumen y otras de aspecto elemental.”
De puntillas pasa sobre
las “ingentes escombreras” que comienzan a surgir al calor de una producción
que crece de forma rápida y desordenada y que hoy forman parte del paisaje de
estos pueblos.
Es interesante ver que
como al igual que el sector minero-energético, el pizarrero también se puso en
marcha “un tanto a lo loco”. Un hecho que llevó incluso a una inflación de
salarios entre los trabajadores especialistas, muy escasos por entonces. Realidad
que no dura mucho, pues en el verano de 1970 “estas fantasías han terminado.”
Como suele suceder en
estos casos, se acusa a los trabajadores de vivir por encima de sus
posibilidades. “Los pizarreros ganan elevadísimos jornales y gastan el dinero
sin mayor orden: Siempre pasa lo mismo con las ganancias de aluvión. (…) En
juergas y cuchipandas se han derrochado billetes a caño libre y sin remilgos.”
Mostrando para ilustrarlo el caso del wólfram que daría origen al mito de la
ciudad del Dólar.
La emigración desde
estas zonas hacia Europa es un hecho que solo se consigue detener temporalmente,
ante la incomprensión del periodista. “Estos gallegos son espíritus
contradictorios y de fabulosa capacidad para la aventura. Allá ellos.”,
sentencia.
Contradiciendo a un
lugareño, el periodista explica que la pizarra “no es oro, pero ha rendido y
rinde, que es de lo que se trata”. Un “oro” que ha mejorado en calidad por las
exigencias de los técnicos franceses, que le augura un futuro “asegurado” al
sector pero que, al mismo tiempo, resulta “irritante” para Ruibal. Las mejores
piezas, como sucede “con las naranjas, los tomates y toda suerte de productos
agrícolas e industriales”, son para la exportación.
“El valle del Sil, con
la sucesión de presas, es un espectáculo formidable y se me antoja que el
porvenir le sonríe en lontananza.” Juzguen ustedes, con la lejanía del tiempo,
si el porvenir ha sonreído.
Artículo completo:
“La Carrera del Bierzo V, Los Pizarreros
Por el Bierzo se habla
mucho de los pizarreros. Se cuentan grandes aventuras, graciosas anécdotas. Los
pizarreros ganan elevadísimos jornales y gastan el dinero sin mayor orden:
Siempre pasa lo mismo con las ganancias de aluvión. Hasta ahora, los
empresarios —no todos, naturalmente— han circulado en estupendos autos de
fabricación extranjera y muchos obreros queman combustible en utilitarios y
motos. En juergas y cuchipandas se han derrochado billetes a caño libre y sin
remilgos. Los pizarreros rememoran un poco a los wolframistas de la posguerra y
de los primeros años cincuenta, cuando americanos-y coreanos andaban a la
greña. Después, como todos sabemos, las minas se clausuraron y surgió un
desencanto extraordinario. Aquello fue una leonera, y el caso es que apenas
proporcionó a los poblados de minería apreciables beneficios.
Hace nada más tres
años, la pizarra comenzó a ser reclamada para los países del Mercado Común.
Unos agentes franceses aparecieron de repente y empezaron a adquirirla abonando
precios delirantes. Una industria primitiva —que mejor será llamar simplemente
oficio de aire aldeano y ancestral— inició una inesperada etapa de desarrollo.
Las personas de buen juicio quedaron perplejas. Los terrenos fértiles en
pizarra están ubicados en los confines del Bierzo, en los montes de Puente de
Domingo Flórez, a la puerta de La Cabrera, y, ya en Galicia, en el circundo de
Sobrádelo, por donde el Sil rosma entre cañones, antes de abrirse al valle verdecente
de Valdeorras. Por las vertientes se ven extractos de pronunciada inclinación y
el río salta por un lecho pizarroso. En Sobrádelo siempre se arrancaron de sus
criaderos planchas para techar las casas bercianas y de los pueblos galaicos
del hinterland orillero o eran facturadas a pueblos serranos y a Madrid, donde
se destinaban a cubriciones de edificios suntuosos. La industria languidecía y
nadie cavilaba que el material seria transportado en cantidades masivas fuera
de las fronteras, pero el extraño acontecimiento se suscitó sin que el indígena
tuviera en él la menor participación. Como casi siempre acontece en España, el
impulso vino de lejos y nos deja boquiabiertos y pasmones. La historia del país
no se ciñe nunca a fórmulas canónicas.
PUENTE
DE DOMINGO FLÓREZ
Puente de Domingo
Fiares es un caserío situado en la confluencia del Sil y el Cabrera. Encaramado
en un altozano, en el ángulo recto de los dos ríos, presenta dos viaductos
sobre el Cabrera, uno en la carretera de Ponferrada a Orense y otro en el
camino que conduce a la comarca del mismo nombre, famosa por su absoluto
desarrollo. A poca distancia, en la ladera, asoman ingentes canteras
pizarrosas, que conocen ahora inusitada actividad. Los bloques son conducidos a
las factorías que se construyeron en las afueras del pueblo. En la cantera se
trabaja con modernas paleadoras y en la aldea propincua se levantaron numerosas
edificaciones, algunas incluso dotadas de cierto confort y refinamiento. Las
pizarrerías, unas son modernas y de copiosa producción y otras elementales y
escasas de maquinaria. Los empresarios han tenido que montar naves para cobijar
sierras y talleres. Trabajan centenares de operarios y ruedan pesados volquetes
y camiones, aquéllos en viajes de ida y vuelta a las canteras y éstos con la
mercancía empacada hacia los mercados del exterior, Madrid y Andorra. Como la
pizarra tiene sobre un ochenta por ciento de desperdicios, se disponen de
ingentes escombreras. En la fábrica que visito, las sierras funcionan día y
noche y el taller ocho horas diarias. La factoría tiene comedores para la
obrería y está emplazado en un lugar apacible, sobre el rio.
Puente de Domingo
Flórez hasta esta heteróclita industrialización era Un opaco casal al que
venían las cabreirenses a hacer sus compras y vender sus menguados productos
agrícolas. La estación ferroviaria está en Quereño, al otro lado del Sil. Hasta
las recientes reformas ferroviarias en Quereño se detenían todos los trenes,
pues la estación no tenía otro objeto que servir a los habitantes de la margen
izquierda del rio. Puente de Domingo Flórez intentó sin resultado alguno un
viaducto que le uniera a Quereño. El tránsito se hizo en barca hasta que Ramiro
izó unos machones, tendió unos cables y construyó una pasarela colgante. Ramiro
cobraba un peaje. El puente no es un alarde de la ingeniería, pero ha cumplido
como los buenos. En estos momentos, a pesar de la cobranza del pontazgo no
rinde y se barrunta su desaparición. Los usuarios del tren escasean. Los coches
de línea absorben a los viajeros de flojo bolsillo y los demás andan en
utilitarios. Estando en Quereño hizo parada el correo de Galicia. Se apeó una
monjita y subió con destino a Irún una rapaza que oficia en París en el
servicio doméstico. No se espera que O. P. construya un puente para sustituir
al de Ramiro y el paso de tablones apto para camiones es sólo veraniego. El Sil
lo anega en las invernías.
SOBRÁDELO
Creo que de Quereño no
hay carretera a ninguna parte, sólo un camino a un aldeón perdido. De Puente de
Domingo Flórez la carretera baja por la zurda del rio y antes de llegar a
Sobrádelo observamos el embalse del mismo nombré. El pueblo es de color ocre
entre el verdor de los castaños. El caserío alinea a ambos lados de la vía
férrea y la calzada que discurren Salgadas. Un viejo puente enlaza ambas
riberas. Los cortes del terreno son imponentes y el Sil discurre encajonado,
sombrío, enigmático. Hay un trajín camionero motivado por la construcción de la
presa y su central eléctrica, ésta aguas abajo, cuyo canal ha sido perforado en
túnel por la montaña. Embalse y central están ya vencidos y se trata, según me
informan, del postrer pantano del aprovechamiento integral del rio. La obra
pertenece a la empresa «Saltos del Sil».
Sobrádelo presenta diez
fábricas de pizarra y, al igual que Puente de Domingo Flórez, unas son de gran
volumen y otras de aspecto elemental. El pueblo se ha ido aseando, se alzaron
casas de pisos y se mejoraron las antiguas viviendas. También el mobiliario
sufrió transformaciones apreciables. Mi viejo amigo el médico Pensado me invita
a comer y me portea en su coche a un magnifico hostal de Barco de Valdeorras.
Según él, las tabernas locales no son aptas para un yantar en condiciones. En
la estación se cargan vagones de pizarra que son enviados a La Coruña, donde son
embarcados con destino a Holanda, pero el grueso de la producción transpone la
frontera en camiones de elevado tonelaje.
EL
FENÓMENO SOCIAL
Sobrádelo y Puente de
Domingo Flórez son los centros pizarreros de la comarca, aunque también hay
pequeñas factorías «en otros pueblines de La Cabrera y de Casayo. La
industrialización vino como una riada y los empresarios operaron un tanto a lo
loco. Como los especialistas eran pocos se les abonó jornales de mil pesetas
por ocho horas de faena. Los dirigentes se los disputaban y si, por ejemplo,
uno lo tenía empleado por quinientas pesetas, otro le ofrecía seiscientas y se
lo llevaba, éste aramblaba con él por setecientas, aquél le pagaba ochocientas
y «si sucesivamente hasta lo increíble. La nueva industria necesitó en seguida
maquinaria y ésta fue instalada mediante fuertes créditos bancarios. Surgieron
nuevos obreros especializados y los negocios navegaban impulsados por vientos
propicios. Sin embargo, las aguas comenzaron a remansar. Los compradores del M.
C. exigen calidad, lo que antes no acontecía, y, al parecer, los pedidos son
comedidos. La pasada baraúnda ha cedido y se vislumbra la normalidad. El
barbero que me rasura en Sobrádelo dicta su sentencia:
—Por muchas vueltas que
le demos, la pizarra no es oro, ¿no le parece a usted?
En efecto, la pizarra
no es oro, pero ha rendido y rinde, que es de lo que se trata. Cumple preguntar
por qué la compran allende las mugas. La opinión general es que les resulta más
barata adquirida en España que explotar sus canteras, por lo visto profundas,
al revés de las nuestras que son a cielo abierto. Se estima que en Sobrádelo
trabajan en la pizarra unos quinientos obreros y casi otros tantos en Puente de
Domingo Flórez y ganan uno con otro alrededor de doce mil pesetas mensuales. De
las mil diarias hace un año, la rebaja es casi de dos tercios. Y las piezas,
antes rústicas y de grosores arbitrarios son ahora perfectamente regulares y su
grueso es calibrado con rigor. Las planchas que sobrepasan la medida —unos
milímetros— son rechazadas por los expertos franceses y sin duda irán a parar
al mercado nacional, lo que ya resulta irritante, pues acontece lo propio con
las naranjas, los tomates y toda suerte de productos agrícolas e industriales.
Doce mil pesetas mensuales son una, cantidad respetable en estos pueblos, donde
una fonda de cama limpia en habitación individual y abundante mantenencia y
desayuno cuesta veinte duros diarios. La profesión es dura, ya lo sabemos, pero
las grúas y la mecanización aminoran los esfuerzos de antaño. Los primeros
síntomas de desencanto han brotado y la emigración, que ya estaba detenida,
torna a producirse. La gente moza no se conforma. Los obreros, con sus autos de
parranda sabatina y dominguera, han de hacer sus cuentas y los empresarios
actuando de igual forma, meditan sobre las consecuencias económicas de las
farras, sobre todo aquellos que han de liquidar los préstamos bancarios. En
Sobrádelo y en Puente de Domingo Flórez se ha suscitado un raro suceso: los
especialistas han ganado sin el menor riesgo —sólo el del oficio— más dinero
que los industriales. Hubo familia que trabajando el padre y los hijos
alcanzaron mensualidades de ochenta, noventa y cien mil pesetas. Estas
fantasías han terminado.
LA
ESTABILIZACIÓN
Mientras Europa sea
próspera la pizarra irá saliendo y los jornales serán los razonables. No hay
motivos para sospechar que la pizarrería se evapore como la minería de
wolgramio, de tantos dramáticos recuerdos. Cavilo que la industria pizarrera
será una de tantas actividades sujeta a alzas y bajas, a tenor de las
circunstancias. Es chocante que personas que ganan jornales que para ellos
quisieran innúmeros productores de las grandes ciudades, piensen en abandonar
estos talleres y emprender el camino de la emigración. Hablando con unos
jóvenes me dijeron que se largaban a Bélgica, porque allí lo que ganaban lo
ahorran, cosa que aquí no hacen porque gastan demasiado. Estos gallegos son
espíritus contradictorios y de fabulosa capacidad para la aventura. Allá ellos.
Un hombre que vive con el tercio de su jornal y está en su casa, y cambia su
situación por la ingrata sujeción a la industria pesada, no parece andar bien
de la cabeza, pero las ilusiones electrizan la] voluntades. Mi impresión es
queja situación de la pizarra está al borde de la normalidad y que la estabilidad de les precios
asoma en él horizonte. También creo que su futuro está asegurado. En el fondo
un metro cuadrado de tejado pizarroso vale casi lo mismo que otro de tejas
planas alicantinas. Por aquí se dice que colocado resulta sobre 150 pesetas. La
producción es inagotable y el material de inmejorable calidad.
Por lo visto, algunos
periodistas sensacionalistas han redactado sobre los pizarreros noticias
altisonantes y truculentas. No he leído ninguno de esos trabajos periodísticos.
Investigar estas minucias no me interesa nada. Mi intento es aprehender una
perspectiva e intuir un futuro. El valle del Sil, con la sucesión de presas, es
un espectáculo formidable y se me antoja que el porvenir le sonríe en
lontananza. El rio marcha a ratos padecido de aguas y en trechos forma
deliciosos lagos circundados de praderías y arbolado. El paisaje es de singular
belleza. Los castaños centenarios esperan la otoñada y sus flores se tiñen ya
con un suave verdor de guisante.
ALVARO
RUIBAL
Puente
de Domingo Flórez, agosto”
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