Presentación

Nuestra historia, a modo de presentación

miércoles, 6 de marzo de 2024

Datos de analfabetismo en El Bierzo y Laciana (1930)

“El maestro que prometió el mar”, una película de 2023, ha sido uno de los éxitos cinematográficos del año, como ya lo fue “La lengua de las mariposas” en 1999. Es de sobra conocido el esfuerzo educativo que se desarrolló durante el breve periodo de la II República española. Las iniciativas modernizadoras respondían a una realidad que desde el regeneracionismo o la Institución Libre de Enseñanza llevaban décadas señalando y que el régimen de la Restauración no resolvió.

Sirva como ejemplo que entre 1900 y 1921 solo se construyeron 216 escuelas en toda España con ayuda del Estado. Entre 1923 y 1927 fueron 400. Por el contrario, la República creó unas 7000 dentro de un ambicioso programa que contemplaba hasta 27.000. También existieron programas itinerantes contra el analfabetismo como las Misiones Pedagógicas.

Recientemente hemos tratado el tema educativo con el artículo “La escuela del ayer y del antes de ayer”, centrado en la cuenca de Fabero durante el primer tercio del s. XX. Hoy presentamos unas tablas sobre analfabetismo en los distintos municipios de El Bierzo y Laciana en 1930. Los números, que hablan por sí solos, han sido extraídos del libro “Las elecciones generales de 1936. León y su provincia” escrito por Juan Manuel Martínez Valdueza.

El pedagogo socialista Lorenzo Luzuriaga analizaba en 1926 tres factores que determinaban el analfabetismo, el carácter urbano o rural, el nivel de escolarización y la pertenencia al sexo masculino o femenino. Los pueblos de estas comarcas eran marcadamente rurales y los datos corroboran la brecha de género en la alfabetización. Destacan lugares como Berlanga, Borrenes, Corullón, Encinedo, Peranzanes o Trabadelo que superan el 70% de analfabetismo entre sus mujeres, llegando al 81,82%, en el caso más extremo que representaba Paradaseca.

En general, la escolarización del alumnado en todos los pueblos se realizaba de forma irregular, dependiendo del ciclo agropecuario, interrumpiéndose durante el verano y no superando en “más que dos meses sin llegar a tres”. Las aulas estaban masificadas, especialmente en el periodo invernal, pues un solo maestro debía atender a una población completa. Como explicaba el dirigente socialista de San Román de Bembibre y posterior alcalde ponferradino, Francisco Puente Falagán, en sus memorias.

Está claro que los condicionantes económicos y sociales son claros en la falta de alfabetización. El profesor Eloy Terrón, nacido en 1919 en Fabero, le dedicó  un análisis pormenorizado en un artículo de 1966 del que reproducimos algunos extractos a continuación, que nos permiten comprender el fenómeno más allá de los fríos datos.

 “El analfabetismo en España y sus condicionamientos sociales y económicos”  (1966)

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Hasta hace muy pocos años el analfabetismo era estudiado y considerado en abstracto, desprendido de la forma de producción que servía de base a la sociedad y de su organización social. El analfabetismo era considerado como un problema moral solamente. Pertenece a la UNESCO el mérito de haber descubierto las raíces socioeconómicas del analfabetismo en su reunión de Teherán en 1965; este descubrimiento constituye un alto ejemplo de la actividad creadora de la cooperación internacional, del valor científico del contraste de experiencias humanas muy distintas.

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b) Rasgos esenciales de la sociedad tradicional española

Forma tradicional de producción: agricultura autosuficiente predominante y transmisión del conocimiento por imitación y mediante proverbios y refranes

El tipo de sociedad predominante en España se puede denominar tradicional, por la forma de producción que le sirve de base y por la composición de su estructura social.

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Los conocimientos que implica esta forma de explotación (y hay que tener en cuenta que son muchos y muy diversos) no han recibido una formulación abstracta, separada de la práctica; todos los conocimientos necesarios están vinculados a los fines y propósitos sociales y a los modos de hacer. Como estos conocimientos no están elaborados constituyendo un todo organizado, un cuerpo de conocimientos, una ciencia, no necesitan de un tipo especial de registro y transmisión; están fijados en las operaciones que, reunidas, constituyen las labores agrícolas y son transmitidas (juntamente con las operaciones que conducen) de padres a hijos por imitación, en proverbios y refranes. La inmensa mayoría de nuestros campesinos no necesitaban para nada saber leer y escribir: ellos sembraban la tierra, recogían las cosechas, elaboraban los alimentos, pagaban los diezmos y contribuciones, cuidaban los hijos, los acomodaban y proseguían el ciclo de las generaciones.

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En cuanto a la forma de producción predominante, es evidente que no plantea a los que se ocupan de ella exigencias que obliguen al dominio de la expresión escrita; es evidente que las personas que sepan leer y escribir no tendrán ninguna ventaja sobre los puramente analfabetos. Esta falta de exigencias y la falta de horizontes hacen que quienes hubiesen aprendido a leer y escribir caigan, por total falta de ejercicio, al nivel de los totalmente iletrados. Por este motivo, en nuestro país se podría considerar iletrados no sólo a los que no sabían leer y escribir sino incluso a aquellos que, habiéndolo aprendido, no han podido ponerlo en práctica porque no han tenido ocasión para hacerlo. El conocimiento de la organización social española ayudará a entender mejor esto.

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Como es fácil de advertir, ese inmovilismo contribuyó a cerrar los horizontes y a hacer imposible el ascenso de las clases bajas por medio de la cultura; así se reforzó la tendencia negativa a la alfabetización. Más aún, en nuestra sociedad las gentes letradas eran mal vistas o miradas con desconfianza; nuestra “sociedad” provinciana veía en la letra impresa un peligro porque creía que todos los trastornos que había sufrido el país habían provenido del exterior por la difusión de las ideas disolventes en los periódicos y en los libros. En este sentido, son curiosos y dignos de tener en cuenta los juicios de todos los reaccionarios en la prensa periódica, aunque también participaba de este prejuicio hasta un político tan inteligente como D. Antonio Maura. Consideradas así las cosas, piénsese en el escándalo que supondría un obrero en cualquier localidad de la mitad sur de España leyendo el periódico en la puerta de su casa.

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Que esto era verdad lo muestra con toda evidencia el hecho de que en 1902 el Gobierno central se viese obligado a tomar a su cargo la remuneración de los maestros [desde 1857 y hasta entonces, la enseñanza primaria había estado a cargo de los municipios, es decir, de los propios pueblos]. El conde de Romanones, que fue el primer ministro de Instrucción Pública, cuenta en sus memorias en qué abandono se hallaban los maestros por parte de los Ayuntamientos; pero no sólo estaban abandonados ellos: como revela el Congreso de Inspectores de Primera Enseñanza convocado por el mismo Romanones cuando volvió a ser ministro del ramo en 1910, la situación de las escuelas era totalmente desastrosa. Esto muestra con toda claridad que la España campesina no necesitaba escuelas, no necesitaba maestros; consideraba inútil que los niños aprendieran a leer y escribir.

Era un hecho real que ni la forma de producción ni la organización social estimulaban a la población al dominio de la expresión escrita; todo contribuía a hacer imposible su adquisición: la falta de uso, la falta de horizontes y, sobre todo, el bajo nivel de la productividad, que obligaba a los padres a aprovechar desde la infancia el trabajo de sus hijos.

(…)”

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