Dos mujeres que se rebelaron frente a los roles de género que el franquismo les tenía reservadas y no fueron ni sumisas, ni pasivas.
El año pasado publicábamos la entrada “Pilar y Odette Martínez, guerrilleras contra el olvido”, dos intrahistorias de mujeres y su relación con la guerrilla antifranquista extraídos del libro “Testimonio de la memoria”, de la profesora e historiadora Esther López y que podemos descargar aquí.
El libro
pretende ser historia y memoria de la
resistencia, tal y cómo anuncia en su prólogo Dolores Cabra, secretaria general de AGE (Asociación Archivo, Guerra y
Exilio). Allí afirma que “La historia no es útil en sí, es un simple
instrumento para comprender nuestro presente y a veces, pero sólo a veces, para
elaborar ideas para un imprevisible mañana.”
Ángela Losada, natural de Sobrado, fue enlace de la guerrilla e hija de la guerrillera Alpidia García, Maruxa, asesinada por la guardia civil en 1949. Su padre ya había sido represaliado en 1936. Por su parte Julia, su sobrina, es depositaria de su memoria. Su testimonio se puede ver aquí.
Cuando las
fuerzas de Falange entran en Sobrado en el verano de 1936, su padre, José
Losada, se echa al monte para salvar la vida. Poco tiempo después encontraría
una macabra forma de morir, enterrado en vida.
El compromiso democrático de la familia sin embargo no decae. A partir de 1941, Alpidia, la madre de Ángela, comenzó a acoger a los guerrilleros antifranquistas en su casa. En ese momento Ángela cuenta con 13 años, pero ya es consciente de quienes son los resistentes y que representan. Con 9 años “lo vi todo claro” explica mientras relata la gran represión que sufrió el pueblo por su voto masivo al Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Un 66,83% frente al 28,03% de la coalición derechista.
Si el papel de las mujeres en los cuidados, imprescindibles para el sostenimiento de la vida, está oculto en la sociedad, aún más el de las enlaces, imprescindibles para el sostenimiento de la guerrilla. Ángela participa desde joven en tareas de avituallamiento. La colaboración con la resistencia implica más estrecheces en unos años de penurias. “Había que racionarse más” para compartirlo, lo cual lo consideraba “como un deber” en una familia de represaliados por la dictadura.
En 1943 su madre se ve obligada a huir al monte cuando la guardia civil hace aparición en el domicilio familiar donde se alojaban los guerrilleros y se produce un enfrentamiento. Los guardias como represalia incendian la casa. La historiadora Esther López explica que Alpidia y el resto de guerrilleras sufrieron una doble represión: “la represión de género y la represión ideológica.”
Desde ese momento Ángela es perseguida y amenazada por la guardia civil y decide viajar a Madrid, trabajando de limpiadora. Sin embargo, la morriña la invade y decide volver en 1945 para ver a su madre. Lo conseguirá en una sola ocasión, en un monte cercano a Friera.
Al año siguiente Ángela, que piensa que ya no es buscada, es detenida y juzgada como “enlace de huidos”, condenada a doce años y un día de prisión. Para más inri, Alpidia que vive la situación cómo “la pena más grande”, es asesinada por la guardia civil en Villasinde.
En la cárcel Ángela aprende el ejercicio de la solidaridad. Allí, junto a otras presas políticas, realiza huelgas de hambre para defender a compañeras que se rebelan frente a las injusticias y son castigadas. A su regreso, Sobrado es “una aldea castigada y resignada”, disciplinada por la represión, que asume los roles conservadores, especialmente opresivos para la mujer.
En los años 60,
uno de sus hermanos decide exhumar a su padre y enterrarlo en el cementerio, un
hecho que para Ángela fue importante por sacarlo de donde lo asesinaron, en
Portela (“tierra de fascistones”) y llevarlo a su pueblo.
Tras la transición y una larga lucha, consiguió que la indemnizaran con un millón de pesetas por los años de prisión sufridos, no obstante considera que “no pagaron ni una de las lágrimas que eché”.
Por su parte, Julia Losada que nació en 1956, también en Sobrado, es víctima de la dictadura de forma indirecta. Sobrina de Ángela Losada y nieta de la guerrillera Alpidia García, sufrió en sus carnes el franquismo, la represión del duelo no pasado, la del silencio y el ocultamiento. De niña se enteró que su abuelo fue enterrado vivo y tuvo que llorar en silencio.
En su infancia mientras pastoreaba escuchaba Radio Pirenaica y le llamaba la atención la información que brindaba sobre los países socialistas y su derecho universal a la educación: “otras sociedades más igualitarias donde estudiaban todos...”, explica.
Cuando muchos
años después Quico, el guerrillero contra
el olvido, aparece de nuevo en sus vidas para recuperar la memoria de la resistencia
armada a la dictadura, su padre recobró una historia de represión ocultada en
su cabeza y se la legó para dejar testimonio. Julia considera que “la Dictadura
me negó la felicidad de haber conocido a mis abuelos, le negó la felicidad a mi
padre”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario