Continuamos con los artículos dedicados a algunos hechos de disidencia dentro del Campo de trabajo forzado de Fabero. Durante los años que duró el campo de concentración en la cuenca del Cua, tienen lugar numerosas fugas, tanto individuales como colectivas, algunas organizadas con apoyo de la guerrilla y también un potente movimiento de solidaridad tejido por mujeres.
En relación a las fugas, tenemos constancia de alguna de ellas, como la que protagoniza Teodoro González, natural de Palencia, en mayo de 1941. Este preso, condenado a “30 años de reclusión perpetua”, será reclamado por el Juzgado Militar de la Plaza de Ponferrada por evadirse de la “Prisión Destacamento de “Minas Moro, S.A”, según el auto. También será requerido por “quebrantamiento de condena (…) en la Colonia Penitenciaria de Minas Moro, S. A. de Fabero (León), Andrés Várela Pérez, natural de Rosario de Santa Fe (Argentina)”.
En otra de las
huidas, recogida por testimonios orales recogidos por José Antonio Landera, los
presos huyeron en dirección a Ancares, llegando hasta la zona de El Valle de
Finolledo. En esta localidad serán capturados por la Guardia Civil, fusilados y
enterrados en una fosa común en las cercanías del cementerio, al aplicárseles
la Ley de Fugas.
La fuga más
importante será la protagonizada por un grupo de presos ayudados por la partida
guerrillera de “Los Fornelos” (dirigida por Serafín Fernández Ramón “Santeiro”)
y la “Federación de Guerrillas de
León-Galicia”, que prestó apoyo a la operación. La acción de rescate tuvo lugar
en la noche-madrugada del 25 al 26 de diciembre de 1942. Entre los liberados
del penal se encontraban el primo del Santeiro, Amadeo Ramón Valledor (minero
cenetista, natural de Guimara), Domingo Villar Torres (minero natural de
Cancela, Lugo, que militaba en el PSOE y la UGT) y Gerardo Canedo González
(minero de Arganza). La operación resultó un éxito, pues pese a la gran
movilización de guardias civiles y falangistas para buscarlos, no consiguieron
capturarlos. En el mes de Febrero de 1943, Ramón Valledor, todavía será
reclamado por el Juzgado Militar Eventual de Gijón. Estos trabajadores se
incorporarán a la guerrilla.
Según Secundino
Serrano la reorganización del PCE en Ponferrada en abril de 1944 de la mano de
Antonio García “Madriles”, influiría en la Federación de Guerrillas. Hecho que
a su vez, provocará “las primeras huidas masivas de comunistas de los destacamentos
penales de la zona”. Fugas que en el caso del Penal de Fabero, no hemos podido
confirmar.
La represión
generalizada sirve como elemento aglutinador. Alrededor del campo se crean redes
de solidaridad -especialmente entre las mujeres que acuden a llevar
alimentos a sus familiares- y protestas informales. En
estas situaciones de extrema represión, los presos y huidos focalizan la
solidaridad, siendo ellas quienes articulan las redes de apoyo mutuo.
Solidaridades que
se trasladan al pueblo, especialmente en ocasiones de suma gravedad. Su
forma más elemental consiste en hacer llegar a las familias productos de
primera necesidad (alimentos, ropas y
otros objetos necesarios). En ocasiones también podía adoptar otras formas como
la acogida temporal de niños y niñas, por parte de vecinos o parientes.
La actitud de estas
mujeres, ya sea como receptoras o donantes,
supone una toma de partido y exige un alto grado de compromiso. El nuevo
Estado quiere construir un aislamiento social en torno a las familias de los
“rojos”. En las condiciones impuestas, cualquier ayuda a las personas
represaliadas, directa o indirecta, se convierte en un acto de subversión.
Este tipo de
actividades se desarrollan desde el terreno de las relaciones
personales, en el ámbito de los vínculos de
amistad, parentesco o vecindad, pero alcanzan un elemento
simbólico que las elevará más allá, a una forma de oposición política, que sin
embargo escapa con relativo éxito al acoso policial.
Motivo por el cual,
junto con la socialización del terror al entorno del preso, las mujeres fueron
objeto de represión. Testimonios, como el de Jesusa Pérez (recogido por Eloina
Terrón en el documental “Los Campos del Silencio) dan cuenta de ello: “se las hacían muy
gordas a ellas estando ellos allí, venían de noche” a amedrentarlas a sus domicilios.
Ellas, de forma
principal, también eran las encargadas de introducir y sacar informaciones y
documentos clandestinos aprovechando sus visitas a los presos, además de jugar
un papel esencial en la red de enlaces de la resistencia guerrillera. Mujeres,
que no solamente se centrarán en las tareas asistenciales, solidarias o de
cuidados, sino que muchas de ellas trabajarán en las explotaciones mineras.
Mujeres que según Monserrat Garnacho,
eran “asfixiadas socialmente por una clase dominante que
acababa de hacer de la lucha contra los mineros una cruzada y que
convirtió al femenino minera en algo definitivamente vergonzante y sucio”.
Como hemos
podido comprobar, en Fabero, pese a los intentos del régimen de aislar
socialmente a los presos y de eliminar cualquier tipo de disidencia o apoyo, las
fugas y la solidaridad femenina mostraron que incluso en las condiciones más
duras del campo, hubo resistencia. Ellas, especialmente, tejieron ropa y redes frente
a la represión.
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