Hoy pretendemos abordar el importante papel que tuvieron las mujeres en el conflicto. Cerrando con él la serie que hemos dedicado a los piquetes femeninos en la minería del carbón durante el franquismo tras los dedicados a Laciana y Fabero. Unos hechos que se recogen en la película Camino Negro, basada en el libro homónimo de una de sus protagonistas, María Luisa Picado.
En el mes de julio
comienza un conflicto en Antracitas de Gaiztarro en torno a cuestiones
salariales y de rendimiento que ocasiona un amago de huelga. Temporalmente
trabajadores y empresa llegan a un acuerdo que se rompe por incumplimiento
patronal. Al tiempo, la localidad acoge un campamento del Servicio
Universitario del Trabajo (SUT) que trabaja en la empresa mientras desarrollan un
programa de extensión cultural y un informe sociológico. El régimen realiza un
seguimiento estrecho de los estudiantes, lo que no impide su relación con el grupo
de “reflexión social y cristiana”, el párroco Javier Rodríguez Sotuela y la
comisión obrera.
El 16 de agosto 150
mineros, el primer relevo del grupo Costillal, se niegan a entrar a trabajar. Directivos
del Sindicato Vertical se desplazan a la localidad y se reúnen con los “aparentes
portavoces”, una comisión compuesta
por mineros y dos estudiantes del S.U.T. que los asesoraban. Las autoridades
rompen las negociaciones. La empresa pide la expulsión de los universitarios
por colaborar con el párroco en la redacción de la tabla reivindicativa y su apoyo
a la movilización. A los pocos días comienzan los movimientos en el resto de
grupos. Durante la misa del domingo 18, Sotuela hace un llamamiento a las
mujeres para implicarse en apoyo a los mineros. Los integrantes de la comisión
obrera se desplazan por los pueblos de la zona tratando de extender la huelga
con la presión de la guardia civil y la disculpa de ir de merienda.
El lunes 19 por la
mañana algunas bocaminas aparecen sembradas de cebada y trigo. Al día
siguiente, 1.170 mineros, la “práctica totalidad” de la plantilla, están en
huelga según el sindicato vertical. La OSE insiste en que es un conflicto
estrictamente laboral, pero politizado por la intervención estudiantil y de
Sotuela.
Ese día el gobierno
civil expulsa a los estudiantes y llegan refuerzos de la guardia civil a la
cuenca.
Las reuniones entre
empresa y autoridades se suceden. Gaiztarro se niega a negociar hasta que no se
reanude totalmente el trabajo. Los mineros se oponen a terminar la huelga sin
negociación. La situación se agrava con el despido de 200 trabajadores. La represión
siembra dudas y divide las fuerzas obreras, hace que durante unos días la
huelga parece flojear. “La gente en
esta huelga se acojonó y entró a trabajar, porque despidieron a muchísimos”,
recuerda Manuel Ramos.
La desconfianza y la
desmoralización se adueñan de muchos trabajadores. En el grupo Caleyo aparecen
autobuses de esquiroles contratados
en El Bierzo bajo. Este conato de
cansancio podía dar al traste con la huelga, pasar del desánimo a la
derrota. El párroco es consciente de ello, también dos mineros, Félix y
Barreñadas, que se acercan a hablar con él, “parece que la gente está un poco
desanimada”, le trasmiten. Los trabajadores le proponen que medie con algunas
mujeres del centro parroquial para que se impliquen en la huelga.
Javier Rodríguez se lo
trasmite a las militantes del círculo católico más cercanas: “me parece que va
a haber follón en Caleyo”. Entre ellas están Rosi y Maria Luisa, que
se encargan de mover a otras compañeras. A ellas se suman Asunción y la mujer
de Tomás de la Fuente (histórico dirigente de las CCOO en Matarrosa).
Por la tarde las
mujeres organizadas en grupos pequeños, para no llamar la atención, suben desde Matarrosa hasta Caleyo, portan
latas de Cola Cao llenas de maíz y cebada. El camino a la mina aparece lleno de
grano. Cuando los esquiroles salen de trabajar en la bocamina les estaban esperando las mujeres, les lanzan maíz y
cebada mientras les insultan y les gritan: “¡Pitas,
pitas, pitas...!”.
Los esquiroles tratan
de refugiarse en los autobuses, pero uno de ellos tenía las ruedas pinchadas.
Por allí habían estado Félix y Barreñadas. Hasta las cercanías de la mina llega
Javier, el cura. También la guardia civil y afines al movimiento que se oponen
a la huelga, que le gritan: “váyase usted a rezar el rosario”.
La benemérita toma
notificación a las mujeres y las cita al cuartel. Muchas de ellas, que estaban
en el taller de costura de la parroquia, eran menores, por lo que tienen que ir
a declarar con sus padres. Ellas niegan los hechos, aclaran que únicamente
habían ido a dar un paseo. La fuerza pública se presenta en casa de Sotuela, lo
acusan de incitar a las mujeres a promover la huelga.
De madrugada los dos
mineros cruzan traviesas de la vía en la bocamina. Ese día nadie entra a
trabajar, la huelga continúa. La decidida acción de las mujeres ha tenido
éxito. El miércoles 28 de agosto se ponen en marcha los mecanismos de
conciliación en el que participan una comisión de obreros. “Fue una negociación
muy dura”, recuerda Antonio Bandera, miembro de la comisión obrera. Finalmente
hay acuerdo, un pacto duro, difícil, con un paso adelante y otro atrás. Implica
la readmisión de los 200 despedidos y la aplicación de las mejoras salariales a
partir de septiembre. A cambio, el reingreso al trabajo al día siguiente, y lo
que es más doloroso, el despido de los 18 integrantes de la comisión obrera. 6
de ellos son desterrados, tendrán que abandonar la cuenca minera y se irán a
Tona, en la provincia de Barcelona.
El piquete del maíz y
la cebada, organizado por las mujeres consigue transformar una derrota segura
en una victoria amarga.
“Ganamos
perdiendo. O perdimos ganando, lo que prefieras. No pudieron con nosotros más
que usando la fuerza, las amenazas, el chantaje. Desnudamos al régimen, y eso
lo entendieron los que vinieron después”. (Isaac Rosa)
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