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martes, 4 de marzo de 2025

Piquetes femeninos en la minería del carbón durante el franquismo Matarrosa, 1968

“Francia tuvo su ``Mayo del 68´´. Matarrosa tuvo ``AGOSTO´´ de 1968”, se puede leer en unos apuntes de quien fuera párroco de la localidad del Sil Javier Rodríguez Sotuela. Unos hechos a los que hemos dedicado dos artículos. El primero Verano del 68 en Matarrosa del Sil: una huelga estrictamente laboral, politizada. Estudiantes maoístas y un cura filomarxista” en el que hacíamos un retrato sobre este singular conflicto. En el segundo Teatro universitario en el escenario de una huelga minera (Matarrosa, 1968)” aportábamos nuevos datos y, sobre todo, compartíamos una fotografías de la actividad cultural.

Hoy pretendemos abordar el importante papel que tuvieron las mujeres en el conflicto. Cerrando con él la serie que hemos dedicado a los piquetes femeninos en la minería del carbón durante el franquismo tras los dedicados a Laciana y Fabero. Unos hechos que se recogen en la película Camino Negro, basada en el libro homónimo de una de sus protagonistas, María Luisa Picado.

En el mes de julio comienza un conflicto en Antracitas de Gaiztarro en torno a cuestiones salariales y de rendimiento que ocasiona un amago de huelga. Temporalmente trabajadores y empresa llegan a un acuerdo que se rompe por incumplimiento patronal. Al tiempo, la localidad acoge un campamento del Servicio Universitario del Trabajo (SUT) que trabaja en la empresa mientras desarrollan un programa de extensión cultural y un informe sociológico. El régimen realiza un seguimiento estrecho de los estudiantes, lo que no impide su relación con el grupo de “reflexión social y cristiana”, el párroco Javier Rodríguez Sotuela y la comisión obrera.

El 16 de agosto 150 mineros, el primer relevo del grupo Costillal, se niegan a entrar a trabajar. Directivos del Sindicato Vertical se desplazan a la localidad y se reúnen con los “aparentes portavoces, una comisión compuesta por mineros y dos estudiantes del S.U.T. que los asesoraban. Las autoridades rompen las negociaciones. La empresa pide la expulsión de los universitarios por colaborar con el párroco en la redacción de la tabla reivindicativa y su apoyo a la movilización. A los pocos días comienzan los movimientos en el resto de grupos. Durante la misa del domingo 18, Sotuela hace un llamamiento a las mujeres para implicarse en apoyo a los mineros. Los integrantes de la comisión obrera se desplazan por los pueblos de la zona tratando de extender la huelga con la presión de la guardia civil y la disculpa de ir de merienda.

El lunes 19 por la mañana algunas bocaminas aparecen sembradas de cebada y trigo. Al día siguiente, 1.170 mineros, la “práctica totalidad” de la plantilla, están en huelga según el sindicato vertical. La OSE insiste en que es un conflicto estrictamente laboral, pero politizado por la intervención estudiantil y de Sotuela.

Ese día el gobierno civil expulsa a los estudiantes y llegan refuerzos de la guardia civil a la cuenca.

Las reuniones entre empresa y autoridades se suceden. Gaiztarro se niega a negociar hasta que no se reanude totalmente el trabajo. Los mineros se oponen a terminar la huelga sin negociación. La situación se agrava con el despido de 200 trabajadores. La represión siembra dudas y divide las fuerzas obreras, hace que durante unos días la huelga parece flojear. “La gente en esta huelga se acojonó y entró a trabajar, porque despidieron a muchísimos”, recuerda Manuel Ramos.

La desconfianza y la desmoralización se adueñan de muchos trabajadores. En el grupo Caleyo aparecen autobuses de esquiroles contratados en El Bierzo bajo. Este conato de cansancio podía dar al traste con la huelga, pasar del desánimo a la derrota. El párroco es consciente de ello, también dos mineros, Félix y Barreñadas, que se acercan a hablar con él, “parece que la gente está un poco desanimada”, le trasmiten. Los trabajadores le proponen que medie con algunas mujeres del centro parroquial para que se impliquen en la huelga.

Javier Rodríguez se lo trasmite a las militantes del círculo católico más cercanas: “me parece que va a haber follón en Caleyo”. Entre ellas están Rosi y Maria Luisa, que se encargan de mover a otras compañeras. A ellas se suman Asunción y la mujer de Tomás de la Fuente (histórico dirigente de las CCOO en Matarrosa).

Por la tarde las mujeres organizadas en grupos pequeños, para no llamar la atención,  suben desde Matarrosa hasta Caleyo, portan latas de Cola Cao llenas de maíz y cebada. El camino a la mina aparece lleno de grano. Cuando los esquiroles salen de trabajar en la bocamina les estaban esperando las mujeres, les lanzan maíz y cebada mientras les insultan y les gritan: “¡Pitas, pitas, pitas...!”.

Los esquiroles tratan de refugiarse en los autobuses, pero uno de ellos tenía las ruedas pinchadas. Por allí habían estado Félix y Barreñadas. Hasta las cercanías de la mina llega Javier, el cura. También la guardia civil y afines al movimiento que se oponen a la huelga, que le gritan: “váyase usted a rezar el rosario”.

La benemérita toma notificación a las mujeres y las cita al cuartel. Muchas de ellas, que estaban en el taller de costura de la parroquia, eran menores, por lo que tienen que ir a declarar con sus padres. Ellas niegan los hechos, aclaran que únicamente habían ido a dar un paseo. La fuerza pública se presenta en casa de Sotuela, lo acusan de incitar a las mujeres a promover la huelga.

De madrugada los dos mineros cruzan traviesas de la vía en la bocamina. Ese día nadie entra a trabajar, la huelga continúa. La decidida acción de las mujeres ha tenido éxito. El miércoles 28 de agosto se ponen en marcha los mecanismos de conciliación en el que participan una comisión de obreros. “Fue una negociación muy dura”, recuerda Antonio Bandera, miembro de la comisión obrera. Finalmente hay acuerdo, un pacto duro, difícil, con un paso adelante y otro atrás. Implica la readmisión de los 200 despedidos y la aplicación de las mejoras salariales a partir de septiembre. A cambio, el reingreso al trabajo al día siguiente, y lo que es más doloroso, el despido de los 18 integrantes de la comisión obrera. 6 de ellos son desterrados, tendrán que abandonar la cuenca minera y se irán a Tona, en la provincia de Barcelona.

El piquete del maíz y la cebada, organizado por las mujeres consigue transformar una derrota segura en una victoria amarga.

“Ganamos perdiendo. O perdimos ganando, lo que prefieras. No pudieron con nosotros más que usando la fuerza, las amenazas, el chantaje. Desnudamos al régimen, y eso lo entendieron los que vinieron después”. (Isaac Rosa)

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