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Nuestra historia, a modo de presentación

martes, 16 de enero de 2024

[RELATO] Cuando sodade se dice morriña

El Blog “Nuestra Historia, El Bierzo y Laciana” tiene como objetivo recuperar la historia, la memoria y la cultura de obrera, industrial y democrática de estas comarcas. Por norma general, los artículos que publicamos son históricos, en base a fuentes primarias contrastadas. Sin embargo, el de hoy es un relato novelado.

La Laciana y El Bierzo del siglo XX se construyó sobre la base de una inmigración que llegó desde distintos puntos de España, pero también de otros lares del mundo. Este relato, documentado y basado en hechos reales, pero ficcionado, trata de contribuir a la memoria de una de las comunidades más importantes que contribuyeron a la creación de riqueza económica y cultural de nuestras comarcas, la procedente de Cabo Verde.

 

Cuando sodade se dice morriña

3483 km, separan Praia, capital de Cavo Verde, de Bembibre, capital del Bierzo Alto. 833 km Bembibre de Torrevieja. 8700 días separaron un viaje de otro. Del nivel del mar a 644 metros sobre el nivel del mar. De la plaza del pozo a 220 m bajo el suelo. De la mina al malecón.

Muchos números. Números. Al fin y al cabo siempre nos han tratado así, pero nunca nos hemos sentido así. Números que reflejan cambios. Cambios que reverberan una vida. Una vida en constante cambio. Del negro del carbón y la mina, al blanco de la arena de una playa levantina. Un océano de distancia, un mar de emociones. Una montaña de ilusiones, una meseta de sensaciones, una mina de esperanza.

Entre el boom del carbón y su ocaso, entre la crisis del petróleo y la del ladrillo. Me trajeron las empresas, me llevó la necesidad. La minera en los 70, para lucrarse de nuestros jóvenes y fuertes músculos. La inmobiliaria a comienzos de los 2000, para hacer lo mismo con nuestras jóvenes y fuertes pensiones.

Me impulsó la juventud, me movió la enfermedad. A la montaña me trajeron por mis pulmones de submarinista, a la playa por los pulmones de trabajador subterráneo. Playa o montaña. Siempre viajero. Pocas veces turista.

El español en Cabo Verde, el caboverdiano en El Bierzo, el negro en Torrevieja. Minero en todos.

Cuando Eliseo Monteiro Dos santos llegó a Bembibre la única mina que había visto era la de sal de Pedra de Lume, en la isla con el nombre del blanco mineral. Nada que ver, ni en superficie, ni en el color, pero le permitió ganarse el salario durante aquellos 20 años que estuvo arrancando el negro mineral.

Eliseo había estado trabajando cómo estibador en Rotterdam, cuando se quedó sin trabajo, en Portugal escuchó que se buscaban mineros en España, y allí se lanzó. Del mar al puerto y del puerto a la mina.

La vida se elevaba mientras más descendía en aquel agujero. Tanto le gustó que a su primera hija la llamó Mariángela, para recordarle cada día de donde salía todo lo que tenía. Del interior de la tierra su sustento, del interior de su corazón el amor que lo movía por su familia.

El sueldo de mineros hacía un recorrido inverso al que hicieron ellos, de la península al archipiélago. “Alimentó a nuestros padres y a nuestros hijos”, reconocía con orgullo indisimulado cada vez que podía.

Los primeros días en el tajo no fueron fáciles. Los nervios del novato le hacían moverse de forma pesada. Pensaba que tenía que demostrar más que los demás. El miedo a errar. Las dificultades del idioma. Aunque Eliseo irónicamente decía que “piamos rápido”, hubo malos entendidos, que por suerte, terminaron en buenos ratos de comedia, pero bien pudieron serlo de tragedia. Pronto unió su vocabulario, mezcla de criollo y portugués, al castellano y al idioma de la mina. Se enriqueció con palabras como pega, barreno, libramiento y capa, por supuesto con más de un cagamento. Eliseo y sus compatriotas, pronto pasaron de emigrantes a compañeros y de caboverdianos a cabobercianos.

Mientras picaba tarareaba los versos de Cesária Évora, la reina de la morna. Horadando la tierra Eliseo soñaba con hacer una galería que atravesase el Atlántico y llegase a su anhelado archipiélago.

“Se vou escrever muito a escrever
Se vou esquecer muito a esquecer
Até dia que vou voltar

Sodade, sodade
Sodade dessa minha terra (…)”

“En la mina todos somos negros”, le dijo Toño. Una cariñosa forma de expresar que mientras estuviesen trabajando, y no sólo allí dentro, unos dependían de otros y debían ayudarse. El peligro estaba en el derrumbe y el escape de grisú, en la oficina y en el Ministerio, no en el que tenía la cara oscura antes de tiznarla de carbón.

A España primero llegaron los hombres. Después, en Madrid se fueron instalando muchas compatriotas que entraron a trabajar cómo empleadas del hogar. Así empezaron los viajes a la capital muchos fines de semana. “Por la semana picábamos al lado de Torre (del Bierzo), el fin de semana al lado de Torrespaña”, decía jocosamente a sus compañeros. Y en esos viajes, surgió el amor, y de ese amor, un nuevo hogar. Conoció a Bianca, y ella una nueva emigración. De la capital de España, a la capital de El Bierzo Alto.

Un viaje que fue el de cientos de matrimonios. “De esas bodas, en las que nos pegábamos buenas fiestonas nacieron nuevas familias”. Y de esas familias caboverdianas, nacieron decenas de niños y niñas, cabovercianos. Españoles que, años después, cuando lo que trajo aquí a sus padres, se fue, los obligó a volver a emigrar cómo si estuviesen destinados a una huida permanente.

Eliseo vino solo a España, pero desde joven conocía la diferencia entre sólo y solitario, entre la soledad y la solidaridad. Comprendió que hay que unirse para mejorar, para evitar el aislamiento, para ser números, pero de fuerza.

De adolescente apoyó las actividades del PAIGC (Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde), tocaba luchar contra el colonialismo. En la mina pronto le dijeron “tú sólo no puedes, con amigos sí”, y se afilió al sindicato. Y con él participó en las movilizaciones por el Estatuto Minero a comienzos de los 80, cuando las luchas todavía eran para mejorar. Y en las primeras peleas frente a la llamada “reconversión”, cuando ya eran por darle oxígeno a un sector que empezaba a sufrir amenazas de cierre, mientras a Eliseo, cómo al carbón, le habían diagnosticado el primero de silicosis.

Cuando se prejubiló continuó unos años entre paseos y vinos por Bembibre, pero nada le ataba, solo la bombona de oxígeno que utilizaba cuando se ahogaba. El primero ya era tercero. Y se marchó a Torrevieja. Allí echó nuevas raíces, y fundó, con otros compañeros, la Asociación Cultural Caboverdiana de Torrevieja, que reivindicaba sus raíces isleñas, pero también mineras.

“Desde que llegamos a Bembibre nunca dejamos de sentir la Sodade. Desde que estamos en Torrevieja nunca dejamos de sentir la moriña. Hoy Cabo Verde es la isla de mis padres, El Bierzo las montañas de mis hijos y Torrevieja la playa de mis últimos días”, reflexiona a comienzos del siglo XXI desde la “Playa de los locos”.

Estaciones de un tren. Macizos de carbón de una capa, de una vida que ha tenido ido que ir picando y sosteniendo. Avanzando y recuperando.

Pescador en caboverde, estibador en Rotterdam, marinero en Portugal, minero en El Bierzo, jubilado en Torrevieja. Praiense, Bembibrense, caboverciano, torrevejense... de aquí y de allí, siempre migrante. Pero … “¿cuándo me preguntan de dónde soy? Contesto que soy. Minero, siempre minero”.

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