En 2022 publicamos el artículo “La Casa del Pueblo de Matarrosa del Sil (Años 30)” sobre la sede que el influyente Sindicato Minero Castellano (SMC), afecto a la UGT, tenía en la localidad minera. Hoy presentamos un artículo sobre el Centro Social ligado a la acción obrera católica, en un contexto totalmente diferente. Los años 60, en plena dictadura franquista.
El local estaba ubicado
en el bar de “Chispún”, en la cuestina
del zapatero, según nos explica Manuel Ramos, que recientemente la ha
reconstruido en miniatura. Era el local “más vigilado de Matarrosa”, hasta el
punto que en la maqueta, aparte del párroco Javier Rodríguez, aparezca la
guardia civil.
En Matarrosa la energía social desatada con la huelgona del verano de 1963 se irá transformando, a pesar de la represión, en organización. En la localidad del Sil el impulso corre del cura más activo de la comarca, Javier Rodríguez Sotuela. El párroco había contactado con los líderes de las huelgas de 1962, Tomás de la Fuente, Zaragoza y Bicho, y los había atraído hacia la acción católica.
Con
estos mimbres, en octubre de 1963, se abre un centro social orientado a la
juventud, con talleres de teatro, conferencias y debates de temática variada,
religión, salud, familia, sexualidad o literatura, y biblioteca de la editorial
ZYX, cuyo nombre, con las 3 últimas letras del abecedario, en oposición al ABC,
las tres primeras, era ya toda una declaración de intenciones.
María
Luisa Picado explica así la labor cultural: “Desde allí se movía la biblioteca
más impresionante y emocionante que te puedas imaginar… repartíamos libros prohibidos,
desde la huelga de Bandas a La
Madre de Máximo Gorki… Hacíamos correr esos libros de persona en persona.
Pero sabiendo a quien se lo dabas… se los ofrecías a gente que eran de la
tendencia de lo que íbamos haciendo”.
La primera encargada de los libros era Isabelita, después, y a pesar de su juventud,
fue Rosa María Alonso, Rosi. A pesar de que la editorial era legal, los
libros eran perseguidos. A Rosi se
los entregaba Ovidio y ella era la encargada de custodiarlos y distribuirlos.
Los guardaba en el armario de su madre en un bolso que posteriormente
transportaba cómo si fuese a la compra y los entregaba a sus lectores. Así, además
de los descritos, también tenían títulos como “El coraje de vivir” de Maxence
Van der Meersch o “El diario de Ana Frank”.
En
el centro también se impartían los cursos
de iniciación de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud
Obrera Cristiana (JOC). Organizaciones que a pesar de ser legales, no pudieron
evitar infiltraciones, detenciones o intimidación a sus miembros.
El 3 de octubre de 1963,
la Guardia Civil intenta entrar a uno de estos cursos. Francisco Beltrán,
conferenciante y Provicario de El Bierzo, se verá obligado a usar su condición
de autoridad impidiendo el acceso a la fuerza pública. Sin embargo, no puede
evitar que infiltren a un vecino, el zapaterín.
Al día siguiente la
benemérita y Antracitas de Gaiztarro tienen el listado de asistentes. Los
trabajadores son llamados al cuartel y el alcalde de Toreno lo traslada a la
Falange, que hostigará a Sotuela.
Lo cierto es que las
amenazas tras la asistencia a estos cursillos apostólicos, legales pero no
tolerados por el régimen, se venían sucediendo con militantes, laicos o
religiosos, de Berlanga del Bierzo,
Santa Cruz del Sil, Argayo o Toreno, que son denunciados. Varios sacerdotes son
fichados y su correspondencia controlada.
Estos
“abusos de autoridad y sus consecuencias para la evangelización de los pobres”
serán denunciados por los párrocos de la cuenca del Sil y obligarán a
intervenir a Beltrán. Los religiosos denunciaban como “pecados sociales contra
la justicia y la caridad, (…) causa de los pecados más graves entre la clase
trabajadora como consecuencia de la amargura (…) [en] una comarca que sufre
toda clase de abandono y explotación.”
La
actividad del Centro despertaba los recelos de Falange pues competía con el del
Frente de Juventudes, ubicado en la carretera general. El avance del obrerismo
católico pone nerviosas a las autoridades, ya que la HOAC había sido creada
para potenciar un referente cristiano entre la clase obrera, frente al
marxismo, esta se estaba convirtiendo en una oposición al sistema a través del compromiso temporal.
Los hoacistas y jocistas convivirán con los militantes comunistas o trabajadores
sin adscripción, junto a quienes participaban de las incipientes comisiones
obreras, cuyas reuniones en los momentos de huelga se realizaban en el propio
centro o en la casa de Javier Rodríguez Sotuela.
El centro social había
adquirido una televisión de segunda mano donde los niños y niñas de la
localidad veían Valentina y Torrebruno. Especialmente los jueves por la tarde,
que no tenían clase, también aprovechaban para proyectar filminas y grababan en
magnetófono cuentos como el de Pinocho.
También surgieron otras
iniciativas culturales, quizás la más destacada fue el concierto de Manuel
Díaz, la única vez que además, Javier Rodríguez, también cantautor, actuó en Matarrosa.
También del propio local
surge la insólita idea de sacar pancartas durante una procesión en 1968. Estas
rezaban “Jesús echó a los mercaderes del templo” y “Dios abre los ojos al ciego
con la verdad”. “Cosas muy concretas”
que pusieron “en mayúsculas para que los analfabetos cogieran bien las
palabras”, según Sotuela. Una acción que no pasó inadvertida para la benemérita
y que supuso sendas denuncias al cura. Por las palabras, denuncia por desacato
a la autoridad, y por las pancartas, lo denuncian por propaganda ilegal.
Además, los militantes
más comprometidos con el catolicismo social, todas las semanas analizaban un
hecho, hacían un compromiso y una acción. Esto valía para la vida cotidiana, el
movimiento obrero y cualquier faceta vital.
Algunos se acercan por su convencimiento previo,
otros como Manuel Ramos, por vivir nuevas experiencias. “Yo no era nada
religioso (…) nadiña, nadiña (…) bueno como [aquello] era algo novedoso, las
chicas estaban allí (…) dialogabas con chicas.”
Allí Ramos conoció a la que sería su esposa, María Luisa Picado, que nos
explica que se acercó a la organización porque “era una iglesia un poco más
moderna, y diferente, a esta iglesia represora”.
Rosi también añade que se aproxima cuando terminan
la educación obligatoria, al no haber instituto, ni expectativas, es un refugio
que va más allá de las labores domésticas o el estudio con maestras privadas
que muchas familias no se pueden permitir. Además era una iglesia que
reivindica la práctica con el prójimo y una escuela de democracia: "A Dios
lo ves en lo demás y no es rezar" y "a la gente joven le sirvió para
empezar a pensar y reivindicar la libertad", nos relataba.
El compromiso
ascendente les llevaba a asumir mayores grados de conciencia y acción. Por
ejemplo, durante los conflictos de finales de los 60, cómo nos relata Ramos: “en
esto de que uno se comprometía, y como estábamos inmersos en lo de la huelga,
que pasa, cuando hacías una promesa y te comprometías a algo que a ti te iba a
afectar. Bueno, te has metido en la huelga, pues me voy a comprometer, a que
mañana que tenemos que acudir a los centros de trabajo… que no entre nadie y te
comprometías a eso. Llegabas allí, hablabas con la gente, hacíamos las
sentadas, y no echábamos un paso atrás y esa era la consigna. No moverse de
allí [en la bocamina] y aguantar el tirón”. “En Escandal había tres plantas y había que
intentar que ninguna entrara”.
Desde el centro también
surgen iniciativas internacionalistas de integración de los primeros
trabajadores inmigrantes. En una ocasión en una reunión con el alcalde de Santa
Cruz en el centro de Matarrosa estaban tratando la situación de los trabajadores
portugueses del Escobio por lo que fueron denunciados y Javier perseguido.
El centro dinamizó
culturalmente Matarrosa del Sil durante sus años de existencia con charlas y
encuentros con curas y frailes, teatros, ballet, excursiones, canto, magostos o
carnavales. Hasta el punto que otra de las curiosas iniciativas que pusieron al
cura local en el ojo de la represión fue la celebración de un guateque cuando
la sala de fiestas local había subido los precios y los jóvenes deciden
boicotearla con una huelga de baile. Esta
acción los lleva al centro social que se habilita cómo improvisada sala de
fiestas. La jerarquía eclesiástica amenaza con la expulsión al cura que se
defiende explicando que él no había bailado.
Al Centro social de Matarrosa del Sil lo llamaban el reformatorio, porque cambiaba a la
gente. Y es cierto que tuvo una importantísima labor cultural, sindical y de
promoción de la educación y ocio alternativo desde la infancia a la juventud
obrera. En palabras de María Luisa Picado, el Centro Social “era cómo cuando
hacías pan …. La masa madre, el fermento que hace crecer la masa, que vaya
creciendo y evolucionando, o la semilla que florece”.
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