En primer lugar por curiosidad. He de decir que el historiador o la historiadora investiga porque quiere saber. Pregunta a las fuentes orales y escritas, rastrea en archivos y bibliotecas para descubrir lo que se le muestra oculto. Escribe para verbalizar lo encontrado, para procesarlo y así comprenderlo, y a su vez, poder trasmitirlo. Este es el motivo por el que empezó a gestarse este libro, transformar la experiencia vital y emocional, mediante el contraste de fuentes, en conocimiento histórico.
En segundo lugar porque detecté una
laguna. Fue en Villablino, cuna de mineros luchadores, donde asistiendo al
curso Mina, cultura y sociedad en
2007 fui consciente del problema. Recuerdo a Rubén Vega hablándonos de las
huelgas de 1962, un acontecimiento de tal envergadura que, sin embargo, se
había pasado por alto en nuestros estudios de historia. Allí conocí al minero Benjamín
Rubio.
Quedé con él para entrevistarlo a lo largo del curso siguiente. Sin embargo,
esa cita no fue posible, falleció poco después.
Existe una
laguna en el estudio del antifranquismo en El Bierzo y Laciana. Cuando te
sitúas a la sombra de un gigante, es normal que esta sombra te tape. Nos
referimos, obviamente, a Asturias y sus mineros. Por tanto, es hora de dar luz
para poder ver.
En tercer lugar
por rigor histórico. Decía Eduardo Galeano que "hasta que los leones
tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán
glorificando al cazador." Con la crisis de 2008, el edificio de la
transición empezó a mostrarse como un decorado de cartón piedra. Los
edulcorados relatos también.
Las
organizaciones del movimiento obrero abrieron el camino a la democracia, erosionando las estructuras de la dictadura e
implantando, por la vía de los hechos, prácticas democráticas ilegalizadas,
como la asociación, las asambleas o la huelga. Las huelgas mineras
de 1962
en diversos puntos de España, el surgimiento de las primeras
Comisiones Obreras estables en el Valle de Laciana y el impulso
que vive la oposición tras estos acontecimientos, lo convierten en el
acontecimiento más importante del movimiento obrero de postguerra. Por número,
por extensión, por impacto y por revulsivo.
En cuarto lugar,
reconocer a esos héroes y heroínas que se
podían tocar. La transición fue una correlación de debilidades. Herencia de
los relatos sobre ese periodo, tan mitificado cómo desconocido, es el manto de
olvido que se tejió sobre cómo se llegó hasta allí. Tras la transición se
penalizó tanto el franquismo cómo el antifranquismo, una falsa equidistancia
que equipara víctimas y victimarios. Sin embargo, fueron héroes y heroínas anónimas quienes
protagonizaron pequeños y grandes hechos que fueron minando a la dictadura y la
hicieron inviable. Parafraseando al escritor Felipe Alcaraz, son leyendas que se podían tocar.
Cuando Benjamín Rubio publicó su
libro Memorias de la lucha
antifranquista,
el director de cine Montxo Armendariz se interesó por ellas, aunque sin
resultado hasta el momento. Biografías, personales y colectivas, que tienen que
escapar del ostracismo y salir a la luz pública para conocer y reconocer, para
construir memoria pública.
Nací en el seno de la cuenca minera de El Bierzo y
visitaba a menudo Laciana. Pero, a pesar de vivir en estas dos comarcas con una
rica tradición de lucha obrera, poco supe de estos héroes y heroínas. Como al
resto se nos ocultó, quizás no por maldad. El desconocimiento, quizás la
modestia, o la incomprensión de la importancia de los acontecimientos que
sucedieron aquí, se mezclan con esa ley del silencio que imperó tras la
transición.
En el colegio y
el instituto nos enseñaban que quienes trajeron la democracia vestían traje y
corbata (algunos chaqueta de pana). Pero no fueron los demócratas calzados con
mocasines, sino más bien, con unas simples botas de agua, en el mejor de los
casos, o con unas simples madreñas,
en los más comunes, quienes nos libraron a las generaciones posteriores de la
dictadura. Al cuello llevaban colgado el candil de carburo, no corbatas de
seda. Personas, que trabajaron en la oscuridad de una mina, que lucharon por la
luz, y murieron en la oscuridad.
Por último,
conocerse, para no autodesconocerse.
Con el cierre de la minería en 2018 y ante un futuro incierto, El Bierzo y
Laciana, pueden cometer el error de autodesconocerse, como diría Manuel Vázquez
Montalbán. Existe un riesgo de ver la apariencia, y olvidar la esencia.
Los colectivos
humanos necesitan certezas, y al igual que cuando se pasó de la sociedad
agropecuaria a la industrial, las incertidumbres se apoderan de las comarcas
mineras. Asistimos a un proceso de re-ruralización y despoblación acelerada en
paralelo a la desindustrialización. Ante ello, las poblaciones tratan de
rearmarse con unos valores y una identidad que se tambalean frente a un futuro
incierto. Se recuperan raíces con más nostalgia que visión de futuro Las
cuencas si tienen reconocimiento social, y un sentimiento de orgullo, no es
tanto por la profesión en sí, sino por la lucha de estos profesionales. No es
por la mina cómo tal, sino por el papel que han jugado los mineros y las
comarcas.
Debemos conocer
el pasado, analizarlo críticamente, utilizar lo que nos sea útil y necesario,
evitando caer en el error de despreciarlo, pues en él hay muchas cosas de las
que aprender, en las que reconocernos o que directamente nos persiguen o nos
afectan.
Montalbán
afirmaba que “los avances históricos son avances
diluidos, no totales. Nos han educado en una aspiración de urgencia de
resultados condenada al fracaso; (…) Hemos de asumir que los ritmos históricos
son lentísimos, dispersos, contradictorios, con flujos y reflujos. Aceptarlo
implica casi volver a empezar de nuevo.”
Una síntesis de
lo que pretende ser este libro. Una muestra de la complejidad del proceso
histórico de lucha frente a la dictadura. Una contribución para evitar el
olvido de esas mujeres y hombres que se enfrentaron al franquismo y recuperar
las experiencias de lucha de la clase obrera. Para no empezar de cero.
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