Al calor de la primera Guerra Mundial se desarrolla la “orgía minera” en Laciana y El Bierzo. La acelerada puesta en marcha del sector supuso una escasez de mano de obra. El Estado toma medidas urgentes, los picadores tienen la consideración de soldados de cuota para el cumplimiento del servicio militar y para las mujeres se levanta la prohibición del trabajo en el interior, lo que produce una gran incorporación al sector.
Monserrat Garnacho explica que “muchos empresarios las preferían incluso a los hombres, por diversas razones: no perdían jornales, ni andaban a navajazos, ni bebían. Pero sobre todo porque con el mismo rendimiento que sus compañeros varones, cobraba solo la mitad”.
En el interior su número es escaso y se encargaban de labores auxiliares como el transporte. Posteriormente irán abandonando estas ocupaciones cuando se recupere la prohibición de trabajo femenino subterráneo. Sin embargo, décadas después, tenemos que destacar el caso de Olvido, la minera, que estuvo picando entre 1962 y 1970 en las minas de Fabero.
Tras la guerra civil volveremos a asistir a un auge de mujeres mineras que ahora se denominarán productoras. Su perfil es el de jóvenes, viudas o solteras, que trabajarán principalmente en el lavado y clasificado de carbón. Sus condiciones laborales son aún peores que sus compañeros masculinos a lo que se añade la presión social del entorno.
El
papel que el Fuero del Trabajo reserva a la mujer sería la “atención al hogar”
y “separarse de los puestos de trabajo”. En su caso, el trabajo asalariado es
únicamente una etapa transitoria entre la infancia y el casamiento. En los
valores patriarcales del franquismo el hombre mira al mundo y la mujer al hogar.
La minería es militarizada y ese control cuartelarío para la mujer es doblemente opresivo. El “Reglamento de trabajo para la industria minera de carbón en las provincias de León y Palencia” de 1939 establecía que las mujeres “pueden emplearse en trabajos de carga que requieran un esfuerzo regular; pero, preferentemente, se dedican a trabajos de clasificación y escogido de carbones empleando los útiles propios de estas labores”. Es decir, se las destinaba para los lavaderos.
También
nos encontramos a mujeres en labores auxiliares y de transporte cómo Isabel
García, de Bárcena de la Abadía, que trabajó entre el 40 y el 42 en Antracitas
de Fabero. Durante un tiempo la situaron en lo alto de los caballetes de la
línea de baldes que transportaba el carbón. “Yo anduve en la línea, en la
Recuelga, con el teléfono, y llegaba Don Bernardo y decía: ``pero como tienen
aquel pajarito allí subido´´”. También estuvo embragando baldes en el
basculador del carbón del grupo Río. Otras, como las carbonilleras del poema,
se dedicarían a buscar y escoger carbón de las escombreras para después
venderlo y sacar un dinero que ayudase en la economía familiar.
En estos años 40 y 50 la llegada de mujeres al sector se irá incrementando, fomentada por unos empresarios que ven en este colectivo mano de obra joven a bajo coste. Su salario, independientemente de su cualificación y rendimiento, se equiparaba al de un guaje, llegando a ser casi la mitad que otros compañeros de exterior.
El mencionado
reglamento fija el salario base de “Minero” en 10,50 pts., el de picador y
barrenista en 9,50 pts. y el de “Obreros de oficio de 1ª” de exterior en 10 pts.
diarias. Por su parte para las mujeres empleadas en carga el salario se
situaría en 6 pts. y para las que desempeñaban “otras labores”, unas escasas
5,5 pts. A esto hay que añadir que en sus puestos no existía la posibilidad del
destajo por producción, con lo cual las diferencias salariales se verán
incrementadas. Tampoco la posibilidad de la promoción laboral.
La brecha salarial rondaba
el 50%, conociéndose el aporte de la mujer como medio sueldo, a pesar de
realizar jornadas completas en las más duras condiciones. A ello contribuye el atraso
tecnológico de muchas instalaciones para el lavado y cribado del carbón que es suplido
por el duro trabajo de las mujeres.
Al sacrificado trabajo se añaden las largas caminatas con nieve, hielo o agua. “Cuando llegábamos a la mina llegábamos todas mojadas, llevábamos una muda no seno”, explica Ernestina Rodríguez, trabajadora en los lavaderos de carbón de distintas empresas antraciteras de Matarrosa del Sil, que se desplazaba a diario desde Langre.
La vida de las
limpiadoras de carbón, que trabajan por la mitad de sueldo que los hombres,
refleja las desigualdades de género en la vida pública. Incluso dentro de las
empresas se les obliga a desempeñar trabajos que no les corresponde:
“Subíamos las apeas y raíles. ¡A eso si que no
teníamos derecho!, desde la carretera por un caminín como la planta la mano, (…) subían los mineros vacíos a
entrar por la bocamina y nos hacían subir [a nosotras] apeas y raíles”, lamenta Ernestina.
Terminamos como empezamos, con el poema de Cremer:
“…
Llegan a casa dobladas de negrura;
escupen
tristemente negro polvo;
descargan
su apretado botín.
Tal
vez se duerman
soñando
Paraísos de escorias apagadas.
¿De
qué nocturna mina?
Nadie
les preguntaba.
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