Presentación

Nuestra historia, a modo de presentación

viernes, 26 de marzo de 2021

El Bierzo 1970 (IV). El agrarismo de Cacabelos (y Carracedo)

Esta cuarta entrega del reportaje “La Carrera del Bierzo” está dedicada a la hoya berciana, a Cacabelos y Carracedo. A la comarca agrícola.

Como siempre, relato histórico convive con la descripción periodística del paisaje y el paisanaje. Retazos históricos sobre el Castro Ventosa o la aldea de Pieros se mezclan con cuadros costumbristas en los que se retrata desde la ganadería a los modernos camiones, esos “monstruos de hierro en trance de abrevar” cuando se lavan en el río.  Podemos vislumbrar el devenir de los nuevos tiempos con la irrupción de una nueva prenda de vestir, que por novedosa, merece ser nombrada, la minifalda. También las modernas construcciones que rompen con el urbanismo tradicional y el periodista juzga “con características de engendros”.

El transcurrir de la vida, de los camiones que van de Madrid a Coruña es descrito con la vida de cafés, tabernas y plazas de una villa que crece con la emigración procedente de los contornos, pero que “sería feliz” si se situase en ella alguna industria que su gente “añora”.

El surco de la tierra y la actividad agraria es hondo en Cacabelos, es el centro agrario más importante de la comarca. “Un pueblo apaisado” que cuenta con unos 6.000 habitantes, afanados en el cultivo de la vid y el tabaco, sin desmerecer a otras frutas y hortalizas.

Ruibal relata el buen funcionamiento de la cooperativa, la añoranza de los vinos de bodega, frente a la nueva uniformización, y la exportación de vinos a Galicia:

“Los gallegos, tan pronto agotan las cosechas del Ribeiro, se entregan a la bebedeira de los caldos bercianos y zamoranos.”

Unos caldos que, por su calidad, todavía distan mucho de la actual, y merecida, fama. El problema enjuicia el periodista, era “su baratura”, una peseta el vaso en las tabernas de la villa del Cua. Menos de 1 céntimo de euro, para que nos  puedan entender quienes no conocieron las pesetas.

El periodista no deja pasar la eterna cuestión de la lengua y la identidad, tan presente en una zona de frontera como es El Bierzo. Sus líneas recogen afirmaciones que es mejor leer directamente y sacar conclusiones propias:

“Los indígenas, unos dicen que son gallegos y otros que andan a caballo sobre Galicia y Castilla. De la gente unos hablan castellano con deje galiciano y otros la lengua de los trovadores y de Rosalía.”

El artículo comienza con el año Jacobeo, en este caso de 1969, y su importancia para la economía local aunque la “fondista” afirme que en Cacabelos no hay turistas.

Una reflexión interesante sobre el estado del patrimonio, reparte culpas entre el expolio de los franceses en la guerra de la independencia y lo que a juicio del autor es responsabilidad patria. Pues “la mayor parte de nuestro patrimonio artístico emigrado lo disparamos fuera de las fronteras nosotros mismos y el resto lo dejamos perder tan tranquilos.”

Un abandono que no deja de reivindicar cuando habla del monasterio de Carracedo, tanto en su estado de conservación como de acceso. Una descripción que termina con una disquisición sobre la elaboración del aguardiente en alambiques en lugar de en alquitaras, porque estas últimas pagan impuestos: “¡Una calamidad, señor, una calamidad!”

Como siempre, dejamos transcrito el texto para quien se aventure a leerlo completo.

La carrera del Bierzo (IV). El agrarismo de Cacabelos

Al entrar en la fonda de Cacabelos —la recepción está en el mostrador de la cantina— saqué mi carnet de identidad para cumplir la diligencia estadística y policial. La fondista me miró sonriente:

—Guarde ese cartón inútil. En esta casa se sirve al viajero, pero no se le pregunta ni quién es, ni de dónde viene, ni cuántos años tiene...
—¡Hermosa costumbre que, desgraciadamente, ha caído en desuso! —clamo agradecido.
—¿No se da cuenta que Cacabelos está en el Camino de Santiago? ¿Es que antiguamente en el pueblo se le pedían documentos a los peregrinos?

—Pero yo no voy a Santiago; sólo he venido a curiosear un poco por El Bierzo.

—Bueno, pues a pesar de todo no me enseñe ningún papel, ni me diga su nombre...

Los deseos de la fondista de Cacabelos han sido cumplidos. Nada más terminar este artículo he de marcharme. Es necesario pregonar a los cuatro vientos este gesto cordial y civilizado, renunciando al encasillamiento —un hombre, un número— y ficha de los huéspedes.

—Cabe que su actitud le proporcione algún disgusto con Turismo —le he repetido al servirme el yantar.

—¡Bah! Aquí no hay turistas. Por aquí sólo circulan, como antes, los romeros de Compostela. Se ganó dinero con el pasado año santo. Veremos el próximo...

LOS MOTIVOS JACOBEOS

Cacabelos fue parada y fonda del romeraje santiagueño. Los caminantes venían por la senda de Camponaraya, se adentraban en el pueblo por la calle llamada de Peregrinos, se detenían a orar en el templo de Santa María, salían a. las afueras y brincaban el Cúa por un puente de piedra. Los especialistas aseguran que Cacabelos fue un poblado hospitalario y tuvo varias iglesias que el tiempo y la incuria se encargó de abatir sin dejar rastro. Del templo de Santa María, fundación de Gelmirez, queda solamente un ábside de la cabecera y una estatuita, colocada en una hornacina de la fachada moderna, izada hace poco, acaso en este siglo. El puente no es el mismo que cruzaban los romeros y cavilo que se trata de una obra carlotercista. El río discurre a la sombra de los chopos y aguas abajo de la puente se derrama entre guijarros y arenales. Andan a nadar los chicos y se deslizan algunos barquitos recreativos. Apoyadas en las barandas, las muchachas, de atrevidas minifaldas, animan a los deportistas. En las praderas rumia el ganado la yerba verde y la fábrica harinera, movida por la corriente de una acequia, ha cerrado debido a que determinado número de empresarios monopolizan la elaboración de harinas panificables. Esta no pertenece al consorcio. Y en la acequia se mojan los camiones, que semejan monstruos de hierro en trance de abrevar. Están con el agua a la altura de los ejes remangados, lavan las planchas requemadas por las calores. El calor abruma.

Más allá del río se levanta el santuario de Nuestra Señora de la Angustia, fábrica de aire herreriano, que estuvo vinculada al arzobispado compostelano hasta 1890, en que pasó a la sede astorgana. Me enseña el edificio el capellán, don Antonio, amigo del escritor Ramón Carnicer. De prisa, pues don Antonio ha de marcharse a La Bañeza, me da algunos datos del santuario. El archivo está depositado en Santiago y ofrece interés al historiador. La iglesia fue rica, pero los soldados napoleónicos arramblaron con sus tesoros y los llevaron a Francia. Se me antoja que resulta un lugar común cargarle a los gabachos el despojo de nuestros monasterios, iglesias y palacios. Los franceses se habrán llevado lo suyo, pero la mayor parte de nuestro patrimonio artístico emigrado lo disparamos fuera de las fronteras nosotros mismos y el resto lo dejamos perder tan tranquilos. La vinculación de la Angustia a la diócesis de Santiago atestigua la tradición jacobita de Cacabelos, que constituyó en la Edad Media un hito (lustre de la silla de Gelmirez. El órgano ha sido traído del cenobio de Carracedo. La talla del camerino, se me antoja vulgar y magnífica, en cambio, la imagen pétrea que cobija un nicho de la fachada. La Angustia es un ejemplar de la Contrarreforma y la Piedad arranca de la famosa escultura de Miguel Ángel.

EL PUEBLO AGRÍCOLA

Cacabelos es uno de los centros agrarios del Bierzo y acaso el más importante. Es pueblo apaisado, de unos seis mil habitantes, entregado por entero a la agricultura. Todavía muchas de sus casas presentan amplias solanas voladas que los eruditos llaman sin estilo. Lo cruza la carretera de Madrid a La Coruña y los camioneros se detienen a comer en sus mesones. Cacabelos tiene una plaza mayor porticada y en el centro del recinto un macizo de flores rodeado de magnolios. El reloj municipal deja caer las horas. La vieja plazuela irregular, que dicen del Mercado, presenta sus cafés y bodegas bajo los soportales y en la báscula se detienen toda clase de vehículos para la operación de pesaje. Al recinto le llaman también plaza de la Báscula. Algunas viejas casas fueron demolidas para construir otras con características de engendros. El pueblo ofrece una perspectiva de bienestar.

No hay en Cacabelos ninguna industria y la gente añora, y se comprende, algún centro fabril. Con una fábrica que absorbiera nada más que trescientos hombres, Cacabelos sería feliz. La emigración a Europa es más bien de los contornos, porque lo cierto es que a pesar de su agrarismo, Cacabelos ha crecido. Cacabelos es una creación del medioevo, y no sólo del peregrinaje, sino también una consecuencia de la dominación árabe, que en este país fue de corta duración. El pueblo está a un paso del Castro de la Ventosa, la antigua Bergida de los celtas, que los romanos tras la conquista convierten en Bergidum Flavia y que sirvió de centro administrativo de las explotaciones de Las Médulas. Cuando los árabes desbaratan Bergidum Flavia, los indígenas bajan al llano y surge Cacabelos y su aledaña aldea de Pieros. Ahora, con los regadíos y las plantaciones masivas de viñedos, Cacabelos cobra una enorme prestancia agraria.

La propiedad es minifundiata y no existe el mayorazgo. Los cultivos principales son la vid y el tabaco, pero en El Bierzo se dan verduras, hortalizas, tomates, que vienen tardíos, y gonsuculentos sus pimientos. Ha surgido estos años uha cooperativa vinícola, cuyas instalaciones se tildan de ejemplares por los expertos. El cosechero ha desaparecido. La cooperativa elabora varios millones de litros y destila aguardientes. Los socios están satisfechos con el cooperativismo. Uno se pone a temblar tan pronto contempla una cooperativa, porque está harto de verlas sólo de tipo político y organización catastrófica, pero la de Cacabelos funciona a satisfacción.

El tabaco, aparte el engorro del dirigismo, rinde beneficios al cultivador y lo mismo los frutales, especialmente el cerezo. En la cooperativa he visto toneles de cereza preparados para la exportación. No se cultivan trigo y maíz. Barrunto que la ganadería es escasa. Los jornales que se abonan al obrero del campo son sobre doscientas pesetas por jornada de ocho horas. Nadie hace horas extraordinarias y la obrería, rematada la faena, trasiega al fresco en las tabernas. Cavilo que en Cacabelos doscientas pesetas son en Barcelona, por lo menos, quinientas. La vida es barata.

LA TENDENCIA GALAICA

El mercado de los vinos de Cacabelos —y de todo El Bierzo— es Galicia. Los gallegos, tan pronto agotan las cosechas del Ribeiro, se entregan a la bebedeira de los caldos bercianos y zamoranos. Los dirigentes de la cooperativa van a las ciudades gallegas continuamente y apenas se acercan a la capital de la provincia. León consume los ásperos tintos de sus tierras y hacia Castilla impera los blancos y negros vallisoletanos, En pueblos zamoranos he visto a etnólogos preparar tintos ribeiranes. Los indígenas, unos dicen que son gallegos y otros que andan a caballo sobre Galicia y Castilla. De la gente unos hablan castellano con deje galiciano y otros la lengua de los trovadores y de Rosalía.

El cooperativismo, útil para los cultivadores, constituye un desafuero para los bebedores. El vino se unifica y la aventura de su caza y captura es una inútil ilusión. En cualquier bodegón de Cacabelos el vino es el mismo, pues no se despacha más que el de la cooperativa. Comentando este suceso con algunos bebientes, ellos añoran los tiempos anteriores a la gran bodega colectiva, porque los agricultores elaboraban los vinos a su manera; uno tenía más buquet y menos cuerpo, y con otro acontecía lo contrario; y éste era alcohólico, aquél suave al paladar y el de más allá desprendía un regusto de manzana. El problema vinatero de Cacabelos —y de todo España— es su baratura. Se da la circunstancia de que los jornales suben y el vino baja de precio. Si una cooperativa lo vende a una determinada tasa, otra lo ofrece con apreciable rebaja. Esta competencia resulta funesta. En las tambarrias de Cacabelos un vaso cuesta una peseta, precio muy por debajo de lo razonable. La caída del rendimiento del vino preocupa a todos y hasta se habla de talar viñedos y dedicarlos a otros cultivos. Si esta peripecia se consuma, el porvenir de la cooperativa es sombrío.

CARRACEDO

Estando en Cacabelos es menester acercarse al monasterio de Carracedo. El cenobio benedictino se levanta a un par de kilómetros de distancia. La carretera está absolutamente impracticable y lo mejor es ir a pie. Carracedo es hoy una formidable ruina, una muestra del mejor románico en escombros. El abad de Carracedo era un verdadero señor del Bierzo. Gil Carrasco cita continuamente a un abad guerrero y feudal en su novela histórica. Con la desamortización los monjes se largaron y comenzó el saqueo. Entonces ya no había soldados franceses por El Bierzo, pero los robos fueron verticales, de arriba abajo. En Carracedo se conjugan el románico, el gótico y la Renacencia. Como no me gustan las ruinas le di un vistazo por fuera, tomando la fresca bajo unos árboles frondosos. El lugar es turístico, aunque su carretera sea intransitable. Y entro en una tabernucha. Me ha invitado un campesino a catar aguardiente del país. Yo bebo un chupito y debo poner mala cara, porque el tabernero me dice:

—¿Qué, parece que no le entra bien? Es de la cooperativa...

—No sé qué le encuentro —musito de mala gana.

—Mire usted, se empeñan en destilar el orujo en alambiques y no es por ahí. El aguardiente o es de alquitara, como hacen los gallegos, o no sirve.

—Háganlo con alquitara.

—La alquitara paga impuestos en este pueblo. En Galicia, en cambio, no se abona nada. En El Bierzo no hay aguardenteros. ¡Una calamidad, señor, una calamidad!

ALVARO RUíBAL
Cacabelos, agosto.”


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