Como siempre, relato histórico convive con la descripción periodística del paisaje y el paisanaje. Retazos históricos sobre el Castro Ventosa o la aldea de Pieros se mezclan con cuadros costumbristas en los que se retrata desde la ganadería a los modernos camiones, esos “monstruos de hierro en trance de abrevar” cuando se lavan en el río. Podemos vislumbrar el devenir de los nuevos tiempos con la irrupción de una nueva prenda de vestir, que por novedosa, merece ser nombrada, la minifalda. También las modernas construcciones que rompen con el urbanismo tradicional y el periodista juzga “con características de engendros”.
El transcurrir de la
vida, de los camiones que van de Madrid a Coruña es descrito con la vida de
cafés, tabernas y plazas de una villa que crece con la emigración procedente de
los contornos, pero que “sería feliz” si se situase en ella alguna industria
que su gente “añora”.
El surco de la tierra y
la actividad agraria es hondo en Cacabelos, es el centro agrario más importante
de la comarca. “Un pueblo apaisado” que cuenta con unos 6.000 habitantes,
afanados en el cultivo de la vid y el tabaco, sin desmerecer a otras frutas y
hortalizas.
Ruibal relata el buen
funcionamiento de la cooperativa, la añoranza de los vinos de bodega, frente a
la nueva uniformización, y la exportación de vinos a Galicia:
“Los gallegos, tan
pronto agotan las cosechas del Ribeiro, se entregan a la bebedeira de los
caldos bercianos y zamoranos.”
Unos caldos que, por su
calidad, todavía distan mucho de la actual, y merecida, fama. El problema
enjuicia el periodista, era “su baratura”, una peseta el vaso en las tabernas
de la villa del Cua. Menos de 1 céntimo de euro, para que nos puedan entender quienes no conocieron las
pesetas.
El periodista no deja
pasar la eterna cuestión de la lengua y la identidad, tan presente en una zona
de frontera como es El Bierzo. Sus líneas recogen afirmaciones que es mejor
leer directamente y sacar conclusiones propias:
“Los indígenas, unos dicen que son gallegos y otros que andan a caballo sobre
Galicia y Castilla. De la gente unos hablan castellano con deje galiciano y
otros la lengua de los trovadores y de Rosalía.”
El artículo comienza
con el año Jacobeo, en este caso de 1969, y su importancia para la economía
local aunque la “fondista” afirme que en Cacabelos no hay turistas.
Una reflexión
interesante sobre el estado del patrimonio, reparte culpas entre el expolio de
los franceses en la guerra de la independencia y lo que a juicio del autor es responsabilidad
patria. Pues “la mayor parte de nuestro patrimonio artístico emigrado lo
disparamos fuera de las fronteras nosotros mismos y el resto lo dejamos perder
tan tranquilos.”
Un abandono que no deja
de reivindicar cuando habla del monasterio de Carracedo, tanto en su estado de
conservación como de acceso. Una descripción que termina con una disquisición
sobre la elaboración del aguardiente en alambiques en lugar de en alquitaras,
porque estas últimas pagan impuestos: “¡Una calamidad, señor, una calamidad!”
Como siempre, dejamos
transcrito el texto para quien se aventure a leerlo completo.
“La carrera del Bierzo (IV). El agrarismo de
Cacabelos
Al entrar en la fonda
de Cacabelos —la recepción está en el mostrador de la cantina— saqué mi carnet
de identidad para cumplir la diligencia estadística y policial. La fondista me
miró sonriente:
—Guarde ese cartón
inútil. En esta casa se sirve al viajero, pero no se le pregunta ni quién es,
ni de dónde viene, ni cuántos años tiene...
—¡Hermosa costumbre que, desgraciadamente, ha caído en desuso! —clamo
agradecido.
—¿No se da cuenta que Cacabelos está en el Camino de Santiago? ¿Es que
antiguamente en el pueblo se le pedían documentos a los peregrinos?
—Pero yo no voy a
Santiago; sólo he venido a curiosear un poco por El Bierzo.
—Bueno, pues a pesar de
todo no me enseñe ningún papel, ni me diga su nombre...
Los deseos de la
fondista de Cacabelos han sido cumplidos. Nada más terminar este artículo he de
marcharme. Es necesario pregonar a los cuatro vientos este gesto cordial y
civilizado, renunciando al encasillamiento —un hombre, un número— y ficha de
los huéspedes.
—Cabe que su actitud le
proporcione algún disgusto con Turismo —le he repetido al servirme el yantar.
—¡Bah! Aquí no hay turistas.
Por aquí sólo circulan, como antes, los romeros de Compostela. Se ganó dinero
con el pasado año santo. Veremos el próximo...
LOS
MOTIVOS JACOBEOS
Cacabelos fue parada y
fonda del romeraje santiagueño. Los caminantes venían por la senda de Camponaraya,
se adentraban en el pueblo por la calle llamada de Peregrinos, se detenían a
orar en el templo de Santa María, salían a. las afueras y brincaban el Cúa por
un puente de piedra. Los especialistas aseguran que Cacabelos fue un poblado
hospitalario y tuvo varias iglesias que el tiempo y la incuria se encargó de
abatir sin dejar rastro. Del templo de Santa María, fundación de Gelmirez,
queda solamente un ábside de la cabecera y una estatuita, colocada en una hornacina
de la fachada moderna, izada hace poco, acaso en este siglo. El puente no es el
mismo que cruzaban los romeros y cavilo que se trata de una obra carlotercista.
El río discurre a la sombra de los chopos y aguas abajo de la puente se derrama
entre guijarros y arenales. Andan a nadar los chicos y se deslizan algunos
barquitos recreativos. Apoyadas en las barandas, las muchachas, de atrevidas
minifaldas, animan a los deportistas. En las praderas rumia el ganado la yerba
verde y la fábrica harinera, movida por la corriente de una acequia, ha cerrado
debido a que determinado número de empresarios monopolizan la elaboración de
harinas panificables. Esta no pertenece al consorcio. Y en la acequia se mojan
los camiones, que semejan monstruos de hierro en trance de abrevar. Están con
el agua a la altura de los ejes remangados, lavan las planchas requemadas por
las calores. El calor abruma.
Más allá del río se
levanta el santuario de Nuestra Señora de la Angustia, fábrica de aire
herreriano, que estuvo vinculada al arzobispado compostelano hasta 1890, en que
pasó a la sede astorgana. Me enseña el edificio el capellán, don Antonio, amigo
del escritor Ramón Carnicer. De prisa, pues don Antonio ha de marcharse a La
Bañeza, me da algunos datos del santuario. El archivo está depositado en
Santiago y ofrece interés al historiador. La iglesia fue rica, pero los
soldados napoleónicos arramblaron con sus tesoros y los llevaron a Francia. Se
me antoja que resulta un lugar común cargarle a los gabachos el despojo de
nuestros monasterios, iglesias y palacios. Los franceses se habrán llevado lo
suyo, pero la mayor parte de nuestro patrimonio artístico emigrado lo
disparamos fuera de las fronteras nosotros mismos y el resto lo dejamos perder
tan tranquilos. La vinculación de la Angustia a la diócesis de Santiago atestigua
la tradición jacobita de Cacabelos, que constituyó en la Edad Media un hito
(lustre de la silla de Gelmirez. El órgano ha sido traído del cenobio de
Carracedo. La talla del camerino, se me antoja vulgar y magnífica, en cambio,
la imagen pétrea que cobija un nicho de la fachada. La Angustia es un ejemplar
de la Contrarreforma y la Piedad arranca de la famosa escultura de Miguel
Ángel.
EL
PUEBLO AGRÍCOLA
Cacabelos es uno de los
centros agrarios del Bierzo y acaso el más importante. Es pueblo apaisado, de
unos seis mil habitantes, entregado por entero a la agricultura. Todavía muchas
de sus casas presentan amplias solanas voladas que los eruditos llaman sin
estilo. Lo cruza la carretera de Madrid a La Coruña y los camioneros se
detienen a comer en sus mesones. Cacabelos tiene una plaza mayor porticada y en
el centro del recinto un macizo de flores rodeado de magnolios. El reloj
municipal deja caer las horas. La vieja plazuela irregular, que dicen del
Mercado, presenta sus cafés y bodegas bajo los soportales y en la báscula se
detienen toda clase de vehículos para la operación de pesaje. Al recinto le
llaman también plaza de la Báscula. Algunas viejas casas fueron demolidas para
construir otras con características de engendros. El pueblo ofrece una
perspectiva de bienestar.
No hay en Cacabelos ninguna industria y la gente añora, y se comprende, algún
centro fabril. Con una fábrica que absorbiera nada más que trescientos hombres,
Cacabelos sería feliz. La emigración a Europa es más bien de los contornos, porque
lo cierto es que a pesar de su agrarismo, Cacabelos ha crecido. Cacabelos es
una creación del medioevo, y no sólo del peregrinaje, sino también una consecuencia
de la dominación árabe, que en este país fue de corta duración. El pueblo está
a un paso del Castro de la Ventosa, la antigua Bergida de los celtas, que los
romanos tras la conquista convierten en Bergidum Flavia y que sirvió de centro
administrativo de las explotaciones de Las Médulas. Cuando los árabes
desbaratan Bergidum Flavia, los indígenas bajan al llano y surge Cacabelos y su
aledaña aldea de Pieros. Ahora, con los regadíos y las plantaciones masivas de
viñedos, Cacabelos cobra una enorme prestancia agraria.
La propiedad es
minifundiata y no existe el mayorazgo. Los cultivos principales son la vid y el
tabaco, pero en El Bierzo se dan verduras, hortalizas, tomates, que vienen
tardíos, y gonsuculentos sus pimientos. Ha surgido estos años uha cooperativa
vinícola, cuyas instalaciones se tildan de ejemplares por los expertos. El
cosechero ha desaparecido. La cooperativa elabora varios millones de litros y
destila aguardientes. Los socios están satisfechos con el cooperativismo. Uno
se pone a temblar tan pronto contempla una cooperativa, porque está harto de
verlas sólo de tipo político y organización catastrófica, pero la de Cacabelos
funciona a satisfacción.
El tabaco, aparte el
engorro del dirigismo, rinde beneficios al cultivador y lo mismo los frutales,
especialmente el cerezo. En la cooperativa he visto toneles de cereza
preparados para la exportación. No se cultivan trigo y maíz. Barrunto que la
ganadería es escasa. Los jornales que se abonan al obrero del campo son sobre
doscientas pesetas por jornada de ocho horas. Nadie hace horas extraordinarias
y la obrería, rematada la faena, trasiega al fresco en las tabernas. Cavilo que
en Cacabelos doscientas pesetas son en Barcelona, por lo menos, quinientas. La
vida es barata.
LA
TENDENCIA GALAICA
El mercado de los vinos
de Cacabelos —y de todo El Bierzo— es Galicia. Los gallegos, tan pronto agotan
las cosechas del Ribeiro, se entregan a la bebedeira de los caldos bercianos y
zamoranos. Los dirigentes de la cooperativa van a las ciudades gallegas continuamente
y apenas se acercan a la capital de la provincia. León consume los ásperos
tintos de sus tierras y hacia Castilla impera los blancos y negros
vallisoletanos, En pueblos zamoranos he visto a etnólogos preparar tintos
ribeiranes. Los indígenas, unos dicen que son gallegos y otros que andan a
caballo sobre Galicia y Castilla. De la gente unos hablan castellano con deje
galiciano y otros la lengua de los trovadores y de Rosalía.
El cooperativismo, útil
para los cultivadores, constituye un desafuero para los bebedores. El vino se
unifica y la aventura de su caza y captura es una inútil ilusión. En cualquier
bodegón de Cacabelos el vino es el mismo, pues no se despacha más que el de la
cooperativa. Comentando este suceso con algunos bebientes, ellos añoran los
tiempos anteriores a la gran bodega colectiva, porque los agricultores
elaboraban los vinos a su manera; uno tenía más buquet y menos cuerpo, y con
otro acontecía lo contrario; y éste era alcohólico, aquél suave al paladar y el
de más allá desprendía un regusto de manzana. El problema vinatero de Cacabelos
—y de todo España— es su baratura. Se da la circunstancia de que los jornales
suben y el vino baja de precio. Si una cooperativa lo vende a una determinada
tasa, otra lo ofrece con apreciable rebaja. Esta competencia resulta funesta.
En las tambarrias de Cacabelos un vaso cuesta una peseta, precio muy por debajo
de lo razonable. La caída del rendimiento del vino preocupa a todos y hasta se
habla de talar viñedos y dedicarlos a otros cultivos. Si esta peripecia se
consuma, el porvenir de la cooperativa es sombrío.
CARRACEDO
Estando en Cacabelos es menester acercarse al monasterio de Carracedo. El
cenobio benedictino se levanta a un par de kilómetros de distancia. La
carretera está absolutamente impracticable y lo mejor es ir a pie. Carracedo es
hoy una formidable ruina, una muestra del mejor románico en escombros. El abad
de Carracedo era un verdadero señor del Bierzo. Gil Carrasco cita continuamente
a un abad guerrero y feudal en su novela histórica. Con la desamortización los
monjes se largaron y comenzó el saqueo. Entonces ya no había soldados franceses
por El Bierzo, pero los robos fueron verticales, de arriba abajo. En Carracedo
se conjugan el románico, el gótico y la Renacencia. Como no me gustan las
ruinas le di un vistazo por fuera, tomando la fresca bajo unos árboles
frondosos. El lugar es turístico, aunque su carretera sea intransitable. Y
entro en una tabernucha. Me ha invitado un campesino a catar aguardiente del
país. Yo bebo un chupito y debo poner mala cara, porque el tabernero me dice:
—¿Qué, parece que no le
entra bien? Es de la cooperativa...
—No sé qué le encuentro
—musito de mala gana.
—Mire usted, se empeñan
en destilar el orujo en alambiques y no es por ahí. El aguardiente o es de
alquitara, como hacen los gallegos, o no sirve.
—Háganlo con alquitara.
—La alquitara paga
impuestos en este pueblo. En Galicia, en cambio, no se abona nada. En El Bierzo
no hay aguardenteros. ¡Una calamidad, señor, una calamidad!
ALVARO RUíBAL
Cacabelos, agosto.”
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