La prensa jugó un papel fundamental en el desarrollo del movimiento obrero durante los años 30 del siglo XX. Un elemento clave para la organización, formación, información y refuerzo de los conflictos obreros a través de la publicación de experiencias y orientaciones. En El Bierzo y Laciana, uno de sus protagonistas fue Luís López, corresponsal del diario El Luchador. Desde Páramo del Sil enviaba sus crónicas al diario libertario que se editó en Barcelona entre enero de 1931 y agosto de 1933.
La primera colaboración tiene lugar en agosto de 1931 y no está firmada por nuestro protagonista, sino por Manuel Andrés López Carretín que en una crónica del entierro de la militante obrera María Pons, relata que en el cementerio “habló sentidas frases el joven anarquista Luis López”, quien comenzó una suscripción para el viudo José Rivas. Además, destaca que el cura del pueblo estaba ofendido, “pues dejó de ganar cincuenta o cien pesetas; muchas le esperan perder”.
Las crónicas de este
periodista anarquista relatan en un tono casi religioso la persecución a los
“hombres de ideas libertarias” en Páramo del Sil, quienes “defenderán su causa
hasta morir”. Explicaciones que enraízan en el sustrato católico, predominante
en una sociedad agraria en la que la industrialización, ligada a la minería del
carbón, se desarrolla de forma acelerada.
La idealización del
duro trabajo campesino o la crítica a quien se aprovecha de él están presentes
en sus crónicas:
“Tras cruenta lucha
para sacar de la tierra los alimentos que muy justamente merecen los
campesinos, porque de ellos son, porque ellos trabajan la tierra y nadie más,
que ellos tienen el derecho natural de ser dueños de ella, aparece el
inquisidor, el burgués orgulloso por sus rentas, el usurero hipócrita, ficticio
bienhechor, el aparcero, etc.”
Incluso el lamento por
que “los campesinos bercianos adolecen de este sentimiento rebelde”. Un hecho
al que los sindicatos de la CNT de Fabero y Páramo intentan poner remedio con
la puesta en marcha de escuelas racionalistas, para “libertar” a los niños que
se “harán hombres libres.”
A pesar del tono
propagandístico la calidad literaria de López es clara, a medio camino entre el
panfleto y la crónica de época. Un relato entre la desesperanza por la vida
agrícola que desaparece y la crítica moral a la nueva sociedad minera, como
muestra el siguiente extracto de enero de 1932:
“Nieva copiosamente;
toda la región del Bierzo y la Ciana se ve cubierta por el hermoso velo blanco;
la carretera de Ponferrada a la Espina se divisa sólo por las huellas de los
transeúntes, en su parte mineros, que van a las entrañas de la tierra a vender
sus preciosas existencias a cambio de un mísero jornal para alimentar a sus
pequeñuelos, que seguramente no les espera otra fortuna sino la de seguir la de
sus padres y agotar sus existencias unos cuantos años antes, si no media lo que
generalmente se dice un costero que pone fin a una existencia aparentemente
fuerte, pero deshecha por la falta de respiración en las galerías y pozos.
(…)
El Sil, con sus
bramidos, rompe el silencio de la noche; el aullido del lobo da llamada a sus
compañeros para hacer una presa (seguramente un minero que va solo), llamó la
atención a los demás hermanos de destino y presienten el drama gritando:
— ¿Quién vaaa?...
— ¡ Voii yooo !
— ¿Dóndeeee?
— ¡ Aquííí !”
Las críticas a los
esquiroles se hacen en un tono frontal: “los esbirros de la burguesía”. También
los ataques al sindicalismo ugetista al que no le faltan calificativos de
“socialistas peseteros”, “¡Enchufistas!”, “mano negra” o “diablos
socialfascistas”, que son acusados de colaborar con la Guardia Civil y la
patronal. Interesantes también son las descripciones, en tono épico, que hace
de los enfrentamientos con socialistas, ugetistas y hasta el anarcosindicalista
berciano Ángel Pestaña en Ponferrada, Villaseca, “Bega de Espinareda” o Fabero.
Siguiendo las consignas
del anarcosindicalismo de la época plantea los conflictos en el todo o la nada,
sin acuerdos tácticos y conquistas parciales. Las críticas en momentos de
huelga se convierten en amenazas: “Será poco la guardia civil; serán poco los
muros y puertas para contener la avalancha libertadora. ¡Que llegue pronto ese
día!”
El lenguaje religioso,
casi épico, nos habla de que “la sangre proletaria corre formando ríos; (…) las
cárceles reciben a más hombres (…); los cementerios dan acogida a los mártires
de la libertad; la medicina tiene que funcionar nuevamente en salvación de los
heridos.” Es una dura crónica tras el asesinato de un minero, a manos de la
guardia civil, durante una huelga en Fabero en 1932. Un pueblo al que dedica
parte de sus crónicas y del que pronostica que “pasará a la historia
revolucionaria como uno de los pueblos más valientes.”
Las llamadas a la
organización obrera son constantes, invitando a los mineros a no dejarse
engañar y formar “un frente sin zánganos ni jefes, si es que queréis ser
libres”. Incluso en alguno de sus números aparecen crónicas elaboradas por los
propios trabajadores, como es el caso de Abundio Álvarez que trabaja en las
minas de Victoriano González en Santa Cruz del Sil.
Es interesante como
afronta sus escritos en términos de desafío y de martirio, concediendo una idea
redentora a la revolución social: “yo reto a los canallas y quiero morir en
combate como mueren los hombres; sé que me persiguen, pero sabré morir dando un
¡Viva el pueblo trabajador! ; dando un ¡Viva la Anarquía!”. Avisando de que
“Día llegará en que la miseria nuestra será el veneno que os hará morir
gobernantes y patronos.”
Unas crónicas, que
desde el Alto Sil nos sirven como valiosa información para conocer la historia
social de Laciana y El Bierzo, que próximamente publicaremos completas.
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