Hace 20 años que se produjo la primera exhumación científica de una fosa común del franquismo en España. Hoy, dos décadas después, podemos afirmar que “los 13 de Priaranza del Bierzo”, tienen una doble condición. Por un lado, forman parte de la historia de la represión franquista, 13 personas que fueron asesinadas por falangistas el 16 de octubre de 1936. Por otro, su exhumación dio un impulso al movimiento social de la recuperación de la memoria histórica y a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), cuya sede central y laboratorio se ubica en Ponferrada.
En pleno 2020, y pese a las recomendaciones de la ONU, las peticiones de los movimientos memorialísticos, la Ley de “Memoria Histórica” de 2007 o la Querella Argentina, continuamos con 84 años de crímenes impunes y semillas enterradas. Actualmente se están dando los primeros pasos para debatir una nueva Ley de Memoria Democrática, cuya conclusión aún es incierta, en un momento en el que se vive un proceso de negacionismo y revisionismo histórico sobre los crímenes de la dictadura.
Volviendo a “Los 13 de
Priaranza del Bierzo”, 20 años suponen la suficiente distancia para valorar ese
hecho y su importancia. Un acontecimiento que ya forma parte de Nuestra
Historia reciente, como comarca y cómo país. Vamos a mostrar 3 pinceladas del
momento.
1.
Empezamos con un vídeo que recoge las
imágenes de la exhumación en octubre del año 2000 y testimonios de sus
familias, entre ellas las de Emilio Silva, uno de los nietos y presidente de la
ARMH.
(Parte 1. Exhumación de
"Los trece de Priaranza" octubre año 2000 y Parte 2. Exhumación de
"Los trece de Priaranza (2) octubre año 2000)
2.
Una
selección de fotos de la exhumación. En ellas se puede apreciar el uso de
técnicas arqueológicas y forenses por primera vez, un hecho que lo dota de
relevancia en el conjunto del país.
3.
Por último, el artículo “Los trece de
Priaranza. Mi abuelo también fue un desaparecido”. Un artículo que a pesar de
que su autor, Emilio Silva, nos confiesa hoy reformularía diversas cuestiones,
tiene una relevancia por ser un fuente de época, que cobrará más valor, si
cabe, con el paso de los años.
“Los trece de Priaranza. Mi abuelo también
fue un desaparecido”
Soy
nieto de un desaparecido. Mi abuelo se llamaba Emilio Silva Faba. Lo mataron a
tiros junto a otras trece personas y lo abandonaron en una cuneta, a la entrada
de Priaranza del Bierzo. Todas sus honras fúnebres consistieron en un agujero y
unas palas de tierra bajo las que todavía hoy están sus restos.
Su
hijo, Ramón Silva, tenía ocho años cuando le acompañó hasta la puerta del
ayuntamiento de Villafranca. Esa fue la última vez que le vio. Más tarde, otro
de sus hijos, Manolo, que tenía seis años, fue a verle con su madre. Mi abuelo
le dio a su mujer, Modesta Santín, un reloj y un anillo con sus iniciales.
Cuando le dijeron adiós ella ya presentía que no lo vería nunca más. A la
mañana siguiente, Emilio, otro de sus pequeños, de 10 años, fue a llevarle el
desayuno. El guardia que había en la puerta del ayuntamiento le dijo que no
sabía nada de su padre, que no estaba allí y que posiblemente habría saltado
por una ventana.
Mi
abuela, Modesta Santín, y sus seis hijos se quedaron sin padre. Otras trece
familias, las de los compañeros que murieron asesinados junto a él, se quedaron
sin padre, sin tío, sin hermano... Ocurrió el 16 de octubre de 1936. El pasado
sábado, sesenta y cuatro años despues, pudimos poner una placa en memoria de
los muertos. El mármol decía: "A todos los que dieron su vida por la
libertad y la democracia". Pronto se abrirá la fosa y serán exhumados los
restos. Por fin sus familiares tendrán un cementerio donde visitarles. Pero no
a todos. Diez de ellos aún no tienen nombre. No sé quiénes son. He rastreado la
historia sin dar con ellos.
Pero
hay otra historia que sí puedo contar. El largo camino recorrido para rescatar
a mi abuelo y a sus compañeros del olvido.
MÁS
MUERTOS FUERA DEL CEMENTERIO QUE DENTRO
Mi
abuelo siempre había sido una referencia para mí. Había escuchado las historias
sobre su integridad en la defensa de sus ideas republicanas y de izquierdas y
sobre su trágica muerte. El pasado 7 de marzo decidí que mi abuelo dejara de
ser un relato familiar. Sus restos estaban en un lugar que yo desconocía. Pero
estaba dispuesto a cambiar el final de su historia.
Hasta
ese momento la historia que yo conocía era la siguiente. Mi abuelo había sido
llamado al ayuntamiento la tarde del 15 de octubre de 1936. No era la primera
vez. En anteriores ocasiones le habían confiscado productos de su almacén, que
se llamaba La Preferida y estaba en un extremo del viaducto villafranquino.
Pero esa noche lo dejaron detenido. El calabozo de Villafranca estaba lleno de
gente. A media noche sacaron a quince presos y los metieron en un camión de
gaseosas Olarte. El camión salió por la carretera hacia Ponferrada. Cuando
llegaron al lugar donde los fusilaron lo aparcaron y dejaron los faros
encendidos. Los quince prisioneros fueron bajando. Uno de ellos, Leopoldo, el
de Trabadelo, echó a correr hacia la oscuridad. Los asesinos dispararon pero no
le alcanzaron. Como la noche era cerrada no se atrevieron a buscarlo. Tenían
que terminar lo antes posible el trabajo que les había llevado hasta allí.
Leopoldo
se alejó a una distancia prudencial. Al ver que no le seguían presenció la
ejecución. Pasó toda la noche corriendo con tan mala fortuna que cruzo dos
veces el río. Y al amanecer estaba en el mismo sitió donde habían ejecutado a
sus compañeros. Faltaba uno de los cadáveres que al parecer su familia se llevó
de madrugada. Con la luz del día se orientó hacía su pueblo. Llegó a Pereje y
se encontró con un vecino en el que podía confiar. Allí lo curaron y él relató
lo ocurrido. Durante el tiempo que vivió, antes de ser abatido a tiros por la
guardia civil en Sotogayoso, no dejó de contar lo que pasó aquella terrible
noche. Ahora, tantos años después, yo trataba de recomponer un puzzle que tenía
sus piezas en las memorias de muchas personas distintas.
La
primera persona que vio llegar a Leopoldo fue el hermano de Arsenio Jurjo .
Arsenio fue mi primer contacto en Ponferrada. Juntos fuimos hasta Villalibre de
la Jurisdicción. Él llevaba años pensando que allí estaba la fosa. Bajamos del
coche y comenzamos a preguntar a los paisanos de más edad. Primero nos
presentábamos y después les preguntábamos por una fosa con trece o catorce
hombres que habían sido fusilados el 16 de octubre de 1936. La gente
reaccionaba bien. Un vecino del pueblo nos anunció lo que nos esperaba:
"En este pueblo hay más muertos fuera del cementerio que dentro".
Recorrimos más de quince fosas en los alrededores. De las catorce personas con
las que hablamos, de entre cincuenta y ochenta años, todas conocían
perfectamente dónde estaba cada fosa y cuánta gente había dentro
Un
vecino que tenía diez años la noche de aquel fusilamiento lo recordaba todo. Se
despertó con el ruido de las detonaciones. Fue corriendo a la habitación de sus
padres. A la mañana siguiente vio un círculo de gente a la entrada de
Priaranza. Su madre no le dejó acercarse pero le contaron que había trece
hombres muertos. Aunque no recordaba la fecha, aquélla era la única fosa con
tantas personas. Las demás eran de tres, de dos o de cuatro muertos.
El
lugar que buscábamos estaba a la entrada de Priaranza, en el vértice de un
desvío de la carretera. Yo me adelanté mientras Arsenio me seguía, acompañado
por un paisano que le hablaba de otras fosas que no habíamos visto. Cuando
llegué al lugar encontré a un hombre detenido junto al desvió. Le dije:
"Usted me va a ayudar. Estoy buscando una fosa que está justo por
aquí". El hombre descruzó los brazos y señalo mientras me dijo:
"Están ahí, bajo esa nogal recrecida".
AÚN
TIENE MIEDO PERO HA SIDO VALIENTE
Desde
el momento en que supe dónde estaban los restos de mi abuelo comenzó el proceso
para abrir la fosa y trasladarlos a un cementerio. En ese proceso no estaba
solo. Mi tío, Ramón Silva, había vuelto de Venezuela para hacer unas gestiones.
Ahora, sesenta y cuatro años después de haberse despedido de su padre en la
puerta del ayuntamiento de Villafranca, estaba dispuesto a no volver a Caracas
sin haberlo enterrado.
Establecimos
dos estrategias. Por un lado él, desde Pereje, se dedicó a recabar información
para tratar de identificar a los otros doce asesinados, para ofrecerles a las
familias la posibilidad de recuperar sus restos. Habló con mucha gente y a
través de comentarios, de unos y otros, consiguió identificar a dos de los
muertos. La familia de uno de ellos no quiso involucrarse. La de Enrique
González Miguel sí. Visité a su hija Belia en Madrid a finales de julio pasado.
Se había quedado huérfana al año y medio de nacer. Su padre tenía 25 años
cuando lo mataron. Belia me recibió en su casa. Me abrió la puerta temblando.
De repente, después de tanto tiempo, un desconocido le hablaba de su padre
muerto y de la posibilidad de rescatarlo de su imaginación y enterrarlo. Era un
muerto real. Belia aún tiene miedo a que le pase algo por remover el pasado.
Pero ha sido valiente.
Mientras
buscábamos a otras familias, Ramón Silva comenzó un agotador proceso en busca
del expediente de la ejecución. Los archivos militares podían esconder el
nombre de todos los ejecutados. El juzgado de Villafranca le remitió al de
Ponferrada. Allí una funcionaria le dijo despectivamente que para qué buscaba
eso después de tantos años. En el de Ponferrada le mandaron a León. En Léón le
dijeron que había tres posibilidades. El expediente podía estar en los
Tribunales Militares de Oviedo, Valladolid o Salamanca. En Valladolid el
secretario del Juzgado Militar Togado, que se negó a identificarse, le dijo que
buscara en A Coruña. Hasta el momento nadie ha dicho que el expediente no
exista. El secretario del Tribunal número IV de A Coruña ha iniciado los
trámites para que sea buscado en el archivo de El Ferrol. Mientras las
solicitudes se perdían en el laberinto administrativo militar, Ramón Silva
inició las gestiones con el ayuntamiento de Priaranza.
Paralelamente
yo, desde Madrid, había seguido otra línea de trabajo que comenzó con una
casualidad. Dos semanas después de encontrar la fosa de mi abuelo asistí en
Vega de Valcarce al homenaje a tres guerrilleros: Abelardo Macías Fernández,
Alpidia García Moral e Ilario Álvarez Méndez. En Madrid había cenado con
Francisco Martínez "Quico". Él me había hablado de la apertura de una
fosa de Arganza. Me dijo que era posible y me contagió de su inmensa lucha por
recuperar la memoria. Quico me habló de Santiago Macías, un joven de Ponferrada
entregado a rescatar la memoria de los guerrilleros del Bierzo. Gracias a ellos
me llamó una periodista de La Crónica de León y mi historia pasó de lo personal
a lo público.
Las
gestiones de mi tío Ramón Silva con el alcalde de Priaranza, Daniel Fernández,
dieron su fruto. El alcalde estaba dispuesto a colaborar. Escribí una carta a
la corporación municipal solicitando su participación en los trámites
necesarios para la apertura de la fosa. El pleno municipal de Priaranza del 25
de julio de 2000 aprobó llevar a cabo todas las gestiones que fueran
necesarias. El propietario del terreno lo cedió. Todos estaba listo.
El
pasado sábado 23 de septiembre colocamos una placa sobre la fosa. Los huesos
serán exhumados en pocos días. Mi abuelo podrá descansar en un cementerio. A la
familia le gustaría que fuera junto a los restos de su mujer, Modesta Santín,
que vivió hasta los 93 años lamentando su pérdida. Cuando colocamos la placa no
estábamos solos. Nos acompañaban organizadores y asistentes a las jornadas:
"La deuda de la democracia, república y guerrilla". Habían sido
organizadas por las Juventudes Socialistas del Bierzo en colaboración con los
guerrilleros. Estábamos todos juntos por una causa común. Recuperar la memoria
y darles el sitio que se merecen en la Historia a todos aquellos que lucharon
por la libertad y la democracia.
Desde
el día en que se colocó la placa la Historia es un poco más justa. El camino no
ha sido demasiado largo. Los restos de Emilio Silva Faba, de Enrique González
Miguel y de otros once hombres podrán descansar en el lugar que elijan sus
familias. Yo sabía que había una historia que contar y es lo que he hecho. Pero
mi historia es una pequeña parte de aquella historia. Hay muchas fosas repletas
de hombres sin nombre. Hay muchas personas que sobreviven al miedo. Hay mucha
gente que no soporta recordar y eso no quiere decir que hayan olvidado. Por eso
es necesario hacer ruido, para que despierte de nuevo la memoria y abandone ese
sueño que la ha mantenido dormida durante tantos años. "Tantos años y en
el corazón tan pocos"; como me dijo Belia, la hija de Enrique González, el
día en que su padre dejó de ser un desaparecido.
Emilio Silva Barrera
Publicado en La Crónica de León el 8 de octubre de 2000”
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