El
pasado sábado 20 de junio se celebró el día internacional de las personas
refugiadas. El año pasado se conmemoraban los 80 años del exilio republicano. Dos
hechos que forman parte de la historia de España y que son escasamente
conocidos. En ocasiones se olvida que los y las españolas tuvieron que
exiliarse al término de la guerra civil y a causa de la dictadura franquista. Pero
si estos elementos son poco conocidos, menos aún es el caso de las y los niños
de la guerra.
Durante
la guerra civil fueron miles las niñas y niños evacuados a Francia, Bélgica, Reino Unido, México o la Unión Soviética. De la provincia de
León y Asturias, zonas donde estuvo instalado el Frente Norte, la gran mayoría
fueron acogidos en la URSS. Muchos de ellos eran huérfanos de combatientes.
La
gijonesa playa del Arbeyal cuenta con una escultura que para quienes hayan ido a
pasar un día de playa, destino habitual desde El Bierzo o Laciana, posiblemente
haya pasado inadvertida, mucho menos sabrán quien fue su autor. Es lógico,
forma parte del desconocimiento general de nuestra historia. La estatua
recuerda que el 23 de septiembre de 1937 desde el puerto del Musel un barco
ponía rumbo a la URSS, a bordo iban más de un millar de niños y niñas.
Pues
bien, uno de estos hombres que dieron su vida por la libertad fue Vicente
Moreira Picorel. También uno de esos cientos de niños y niñas que partieron de
Gijón a la URSS, aunque su viaje había comenzado tiempo atrás. Concretamente el
26 de agosto de 1936, cuando los falangistas entran en Langre (Berlanga del
Bierzo) y dos días después fusilan a su madre, Isabel Picorel. Los niños,
Vicente y sus hermanos, se ven obligados a ir andando hasta Asturias, donde se
encontraba su padre, minero afincado en Langre y que por entonces había dejado
la pica para coger el fusil y defender la legalidad democrática de la II
República Española.
En
próximas entradas volveremos a hablar de él. Hoy simplemente rescatamos un
artículo que la periodista Natalia Junquera publicó en el diario El País a raíz
de su fallecimiento en 2009 y que hace un breve recorrido por su biografía, que
por otra parte, bien merecería una película.
Vicente Moreira, 'niño de
la guerra' en Rusia
Vicente
Moreira Picorel dedicó buena parte de su niñez a huir de la guerra. El resto
fue una búsqueda. A los 75 años encontró por fin a su madre y pudo rescatarla
del lugar donde la habían arrojado sus asesinos junto a otras tres personas.
Era el 8 de septiembre de 2001, y un equipo de arqueólogos y forenses
voluntarios abrían por segunda vez en España una fosa común de la Guerra Civil.
Vicente, según recordaba ayer su hijo Javier, dijo emocionado: "Llevaba
toda la vida esperando esto. Ya me puedo morir". Falleció el 12 de mayo a
los 83 años y ayer le enterraron en Donado (Zamora), en el mismo lugar al que
hace ocho él llevó los restos de su madre.
La última
vez que la vio, Vicente tenía 11 años. Era el 26 de agosto de 1936 e Isabel
Picorel trataba de abarcar con sus brazos a sus tres hijos, los cuatro
agazapados en el monte. Huían de los falangistas, que, según les habían
advertido, querían detenerla para castigar a su marido, que se había unido a
las fuerzas republicanas en Asturias. Al amanecer, decidió bajar al pueblo,
acompañada por su hijo mayor, para recoger de su casa de Langre (León) algo de
dinero. Los demás le prometieron esperarla allí, pero nunca volvió.
Isabel Picorel fue detenida, metida
en un camión y asesinada en una curva en el municipio de Fresnedo junto a otras
tres personas. Su hijo mayor logró escapar y regresó al monte para informar a
sus hermanos de lo sucedido.
Los tres fueron a buscar a su padre.
Tres niños de 11, 13 y 16 años cruzaron el frente, pidiendo comida por los
pueblos, hasta llegar a Asturias. Ramón Moreira se reunió con ellos, les llevó
a una casa de acogida y les habló de Rusia, un paraíso en el que comerían todos
los días. Después avisó a una empleada del centro para que arreglara el viaje.
Prometió ir a buscarles en cuanto terminara la guerra, pero ya no pudo. Cayó
prisionero, fue condenado a 20 años de cárcel por traición a la patria y murió
en 1946 sin lograr reencontrarse con sus hijos.
Vicente pasó 20 años en lo que
entonces era la URSS. Primero, en Leningrado, después en los Urales, en Moscú y
en Bakú, la capital de Azerbaiyán. Estudió artes plásticas, modelado y
escultura. En Rusia tuvo, como le había prometido su padre, estudios y comida, pero
nada más. En el relato de su peripecia, que años más tarde haría ante sus dos
hijos, Vicente solía destacar aquella tragedia, la de haber crecido sin
familia, sobre cualquier otra.
Volvió a España en 1956 y empezó a
trabajar como profesor de dibujo en varios institutos. No dejó de pensar nunca
en su madre y quiso buscarla, pero tuvo que esperar a que muriera Franco para
que los que podían dar pistas sobre su paradero perdieran el miedo a hacerlo.
Finalmente, en 2001, y gracias una persona que había participado en el
enterramiento de los cuerpos, dio con el lugar.
Una vez encontrados los restos de su
madre, volcó todas sus energías en apoyar, desde la Asociación para la
Recuperación de la Memoria Histórica, a los ancianos que, como él, llevaban
toda una vida buscando a algún familiar.
En abril del año pasado cumplió otro
de sus sueños. Lo tituló Nunca jamás. Es una escultura realizada
por él mismo e instalada por el Ayuntamiento de Fabero (León) en un lugar bien
visible del pueblo. En ella, dos manos abiertas se imponen sobre un mapa de
España a punto de ser devorado por la aviación franquista. Con ella pretendía
que "los viejos no olvidaran lo que habían hecho y los jóvenes no
volvieran a repetirlo nunca jamás".
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