Un amplio análisis de la economía y la sociedad de Laciana y El Bierzo entre los años 40 y 70.
Una
base para comprender la situación actual.
Laciana, el Valle de la libertad. El Bierzo, el vergel. Dos comarcas. Un rio que las
riega, el Síl. Un mineral que las hace necesariamente complementarias, el
carbón. Una empresa que las casa, la MSP. Un ferrocarril que las cose, el tren
minero Ponferrada-Villablino. Un sistema que comparten, un entramado energético
basado en la extracción, sin transformación. Más allá del Sil, columna
vertebral de las comarcas y eje ordenador de la vida económica, surgen los
brazos, dos potentes cuencas antraciteras, la del Cua y la del Boeza.
Completando el círculo, nunca mejor dicho, la hoya berciana. El Bierzo es una
hoya, rodeada por un anillo montañoso. En el corazón se cultivan los productos
y en sus montañas se saca el combustible para su cocción.
Laciana
y El Bierzo han sido a lo largo del siglo XX un enclave extractivo y energético
que se profundiza durante los años de la autarquía. Especialmente destacable
por tres elementos: albergaba la mayor producción de antracita de España y una
proporción destacada de hulla, era el principal productor de electricidad y poseía
las reservas de hierro más grandes del país.
Ambas cuencas tienen una estructura económica y dinámicas
sociales compartidas. En la vida económica de El Bierzo y Laciana, hay una
empresa clave, la minera privada más grande del país, la compañía más importante a nivel provincial. La sociedad
más grande de la segunda comarca lleva en su nombre la capital de la
primera. En ambas desde su
asentamiento modifica el espacio y controla la actividad económica, que pasa a
depender de ella y, por tanto, le permite ejercer un dominio político. La MSP.
En el contexto español
Laciana y El Bierzo cumplen la función de garantizar las necesidades
energéticas y de materias primas básicas de las regiones industriales. La
exportación en bruto del producto minero-energético es su base económica,
ocupando el escalón más bajo en la cadena de valor. Por tanto, drenan la
riqueza, tanto energética como metálica, hacia otros puntos del país, sectores
económicos y clases sociales, ajenas a las comarcas y sus trabajadores. La
excesiva especialización las hace vulnerables, expuestas a las coyunturas y
vaivenes del sector. Durante estos años la pulsión entre potencialidad y
subdesarrollo relativo, que ha distinguido la economía berciana y lacianiega a
lo largo de los siglos, se decantan, de forma descarnada, hacia la segunda.
Ninguna actividad tenía
un dinamismo propio, alejada de la actividad motriz, la minería. Las únicas
industrias transformadoras son las termoeléctricas, las cuales paradójicamente
contribuyen a la especialización, evitan una economía moderna, diversificada y
centrada en la transformación industrial con alto valor añadido.
El monocultivo facilita
el dominio político-empresarial. Es una minería
de enclave, en las que las empresas no contribuyen al desarrollo de las
comarcas. Su alta ligazón con la banca, permite no solo la extracción de
recursos, sino también la fuga de capitales. El tren de la MSP es una metáfora
de ello, un ferrocarril de sentido único.
Sus vagones parten cargados de mineral bruto y regresan vacíos.
El sector extractivo,
wolframio, carbón y hierro, en diferente grado y cronología tendrá un papel
clave. El carbón es el eje básico de la economía. Hacía tiempo que entre los rebollales, las brañas, los soutos de castañas, habían tomado el
paisaje las escombreras, las bocaminas, los cables aéreos, algún esbelto
castillete y edificios de oficinas. Un paisaje que cambia el verde de la
vegetación por el negro del carbón, el marrón de los estériles y el gris del
cemento. Colores oscuros, casi otoñales, en los que la modernidad sustituye a
la vida agroganadera tradicional.
El
nuevo Estado pone en marcha medidas para el fomento del carbón, lo declara de absoluta necesidad nacional y lo
militariza. Con la autarquía se
desarrolla una nueva orgía minera
que, sin embargo, esconde una deficiente estructura empresarial, apoyada en un
mercado cautivo y al empeoramiento de unas condiciones laborales que ya eran
pésimas.
La
provincia de León es la mayor productora de antracita del país y la segunda de
hulla. El Bierzo y Laciana, registran las principales producciones en sus
respectivos subsectores. Ambas aportan el 70,07% del total provincial,
dominadas por Antracitas de Fabero S.A., A. de Gaiztarro y la MSP en la zona de
Fabero, el Sil y Laciana respectivamente.
La Minero llegó a aportar más del
13% de la producción nacional y el 12% del empleo, a diferencia de las
subcuencas del Bierzo Alto especialmente fraccionadas.
Crecimiento que según
Antonio del Valle, empresario minero y presidente de la Diputación entre 1964 y
1971, fue “a cualquier precio y sacrificio (…) llena de contrariedades:
necesaria, de emergencia, oportunista, sometida a vigilancia, estimulada,
etc.”. Planificado a corto plazo, y por eso, cuando es liberalizado deja al
país dependiente del exterior. La descapitalización, la escasa productividad,
la fragmentación o la escasa modernización son sus características, con
pequeñas excepciones, cómo el Pozo Julia de AFSA donde se ensayan nuevos
métodos cómo el arranque con cepillo.
Ponferrada, la ciudad del Dólar, se convierte en el
centro de gravedad donde converge el entramado carbonífero. Junto al río Sil se
levantan lavaderos de carbón, la Térmica de la MSP, la de Compostilla,
depósitos de menudos, cargaderos, fábricas de briquetas y aglomerados, talleres
de mantenimiento y reparación y todo lo referente al transporte por
ferrocarril.
En la capital de El
Bierzo, el 28 de julio de 1949 Franco inaugura la central de Compostilla, a
escasos metros de la MSP, como una “muestra del resurgir de España”. Sus
grandes chimeneas rivalizan con la basílica de la Encina, como punto más alto
de la ciudad. El progreso de la industrialización, incluso a cualquier precio,
compite con los edificios eclesiásticos, como una especie de fe pagana.
Las grandes torretas
que de ella parten se alzan como gigantes de hierro por los que discurre la
sabia de la sociedad moderna, la electricidad. La producción eléctrica es
elevada y creciente, más de 1,3 millones de Kwh en 1964, y más de 2,3 cuatro
años más tarde. A ello contribuye la producción hidroeléctrica. En 1951 se pone
en marcha la central de la Fuente del Azufre en Ponferrada, que a su vez, nutre
al Canal Bajo del Bierzo. Un complejo que se irá completando con nuevos
aprovechamientos en las siguientes décadas, Ondinas, Santa Marina, Bárcena,
Cornatel, Peñadrada, Las Ondinas, Quereño y El Pelgo.
Al
embalse de Bárcena inaugurado en 1959, se unirían posteriormente los de
Matalavilla y Las Rozas. Sin duda, una de las obras claves en esta
especialización energética será la inauguración el 15 de
septiembre de 1961 de la central térmica de Compostilla II, en Cubillos del
Sil. El dictador entre delirios,
según la propaganda del régimen, aprovecha la ocasión para visitar dos nuevos
pueblos, Bárcena del Caudillo y
Posada del Bierzo.
A pesar de la luz
eléctrica, el panorama no es tan luminoso, más bien nebuloso. En estas cuencas
el vapor del tren se mezcla con el humo de la térmica y el polvillo del carbón
con la tan característica niebla. Además, paradojas del desarrollo, a mediados
de los años 50 son frecuentes los cortes de fluido eléctrico en las empresas
mineras que contribuyen a su producción. En 1975 todavía existen 75 pueblos sin
suministro eléctrico en El Bierzo, con la humillación
que suponía en la zona de mayor producción energética del país.
A comienzos de los 50
se comienzan a explotar los cotos férricos Wagner y Vivaldi con una producción
orientada a la exportación. Para “el rico Rhur leonés que es El Bierzo”, como
lo definía el diario Proa, quedaba reservada una función similar al sector
termoeléctrico.
La transformación
industrial, si exceptuamos la siderúrgica Roldán, a partir de 1957, quedaría en
proyectos. En la Minero Siderúrgica de Ponferrada, la S de siderúrgica, se evaporó, quedando en un S de sueño, el de Julio Lazúrtegui. A pesar de reunir las
condiciones óptimas para su realización, las presiones de la Central
Siderúrgica de Ventas, la patronal del sector, liderada por los siderúrgicos
vascos, descarta el proyecto dada la competencia que podría suponer este
complejo. Presiones empresariales que incluirían al Banco Bilbao. Los
empresarios mineros tampoco están muy interesados en la diversificación
económica, prefieren el monocultivo y la dependencia. ¿Cuánto tendrían que pagar a un minero para que no se fuese a un puesto
más seguro en una fábrica?
El
raquítico panorama industrial se completa con las industrias relacionadas con
el sector de la construcción, ligadas al auge poblacional y las necesidades del
sistema termoeléctrico. Cementos Cosmos en Toral de los Vados destaca cómo una
isla industrial en El Bierzo Bajo. Esta zona tendrá su propia subdivisión
productiva, y por tanto social, ligada al pequeño propietario agrícola, con
escasa mecanización (52 tractores en 1953 constituyen el parque móvil de la
comarca) y nula transformación industrial. Las producciones de cereales,
forrajes, hortalizas, patatas, árboles frutales, vid y tabaco, se ven
beneficiadas en los años 50 con el regadío de los Canales Alto y Bajo.
Situada en el centro de
la hoya nos encontramos a Ponferrada. La ciudad se constituye en núcleo administrativo,
de comunicaciones y servicios por su carácter de cabecera de comarca. Aquí se
concentra el sector comercial y de servicios, escaso en los municipios mineros
hasta los 70 motivado por la escasa capacidad de compra y unos hábitos de
consumo marcados por su carácter rural.
La
prensa de la época refleja el contraste entre la vieja ciudad “coronada por el
Castillo Templario y fondeada por el monte Pajariel”, frente a la nueva, el
barrio de la Puebla, “rebullente de rectas avenidas, chirriante de intensa
vitalidad rodada”. Ponferrada se desarrolla alrededor de las posesiones de la
MSP que acumula gran parte del suelo urbano. También en el Valle de Laciana donde posee el 24% del terreno. Es una estructura social totalizadora, todo era de la
empresa.
La Minero, al
igual que otras empresas carboníferas, tendrá estrechos vínculos con las élites
económicas, militares y políticas. Una riestra de ilustres apellidos, formada
por aristócratas, banqueros y altos mandos militares, tomaban parte de los
consejos de administración de las empresas mineras, eléctricas e industriales
con fuertes vínculos con la gran banca, las instituciones de la dictadura y que
llegaban hasta el Consejo Privado de Don Juan, el Conde de Barcelona. Ninguno
residía en la provincia de León.
Los
Botín, Ussía, Rato, Urquijo o Villalonga controlan unas compañías orientadas a
drenar riquezas hacia negocios ubicados en otras zonas industriales del país.
El Bierzo y Laciana son comarcas extractivas en una doble vertiente, mineral y
electricidad por un lado, y beneficios empresariales, por otro. A pesar de la
crisis hullera, durante el periodo 1955-65 el reparto de dividendos en la MSP
supera ampliamente el 30%, por encima de la media del 10% que tenían el resto
de industrias ligadas al Banco Central, como Dragados y Construcciones o Cepsa.
En 1960 el Conde de los
Gaitanes califica los resultados cómo “los más brillantes de la sociedad”. Para
el periódico clandestino Lucha Obrera esto
constituye un cínico regocijo. Unos
beneficios basados en los bajos salarios, la supresión de primas y la
intensificación del trabajo. En sus páginas se puede leer que “las privaciones
y sufrimientos de la clase obrera los han capitalizado los Bancos y las grandes
empresas monopolistas”.
Los
trabajadores no eran ajenos a los vínculos de la oligarquía financiera con la
dictadura, como explica un minero de MSP: “Era terrible, teníamos una empresa
militarizada, el Belga, que era el Director, era consejero del gobierno de
Franco. Milans del Bosch, el golpista, uno de los accionistas”.
Un
régimen que construye su política económica sobre las espaldas de una clase
obrera sobreexplotada. Víctimas de un progreso construido sobre el coste
humano. Despegue que se asienta en un aluvión de trabajadores inmigrantes de
otras zonas rurales y empobrecidas de España que se ven atraídos por las
necesidades del sector minero-energético.
En
la Ponferrada de los 50, el 58% de la población había nacido fuera de la
ciudad. Una numerosa clase obrera que se emplea en la extracción de mineral, el
72% de la población activa en Villablino y el 41,6% en Ponferrada. Emigrantes
cuya realidad no dista de la de Joaquín y su familia, protagonistas de la
novela La Mina de Armando López
Salinas.
El crecimiento
poblacional es enorme. Los municipios de la provincia de León que más crecen
entre 1940 y 1960 son Fabero, que pasa de 1.925 a 8.347 habitantes, Ponferrada,
de 17.313 a 40.806 y Toreno, de 3.331 a 7.000. En Laciana, Villaseca supera a
Villablino, que absorberá a San Miguel para no perder el ayuntamiento.
Un
crecimiento desordenado, supeditado a las necesidades empresariales, que dará
lugar a una escasez de vivienda, insuficiencias urbanísticas y faltas de
abastecimiento.
La mayoría de los
mineros y sus familias vivían en condiciones de hacinamiento, falta de higiene
y con graves carencias vitales. En 1940,
las propias autoridades franquistas asumen que la mitad de los 2.500 habitantes
de Villaseca “viven en pésimas condiciones higiénicas, hacinados en los
denominados cuarteles (…) un foco permanente de infección y un espectáculo
inhumano. (…) un déficit moral y social (…) con su secuela de prostitución
clandestina, alcoholismo y costumbres rebajadas, agravadas por la actual
penuria económica de la población obrera en la que se produce hambre y
enfermedad”, como la epidemia de Tifus que acaba con la vida de 20 personas. La
delegación Bembibrense de la OSE señala que los obreros se veían obligados a
“pagar rentas astronómicas por vivir en pocilgas indecorosas”.
La
vivienda obrera es insuficiente y por ello se habilitan todos los habitáculos
disponibles. María Luisa Picado recuerda que cuando llegó a Matarrosa
procedente de Extremadura van a vivir a Los
barracones. Allí habían estado
trabajadores forzados y servían de cuadra para el ganado. Una casa con dos habitaciones para un matrimonio y 3 hijos en la
que los dormitorios eran a su vez despensa y carbonera. Cuando se cambian a una
con baño, carece de agua corriente: “la teníamos que ir a buscar a la fuente”.
Similar
era la situación de Manuel Ramos, procedente de Galicia, quien describe que:
“las condiciones eran miserables (…) yo cuando llegué a Matarrosa, no era
vivienda, era un pajar.”
La
Obra Sindical y el Instituto de la Vivienda construyen o subvencionan la
construcción de viviendas y poblados, pero son, a todas luces, insuficientes
para cubrir las necesidades. El déficit de vivienda en 1960 se calcula en torno
a 150 en Toreno y Matarrosa, 300 en Torre del Bierzo, 500 en Fabero y en
Villablino, y “sin límite” en Ponferrada. Caso aparte serán las viviendas de lujo donde existía un
equilibrio entre oferta y demanda.
La
desigualdad social es evidente y se manifiesta en los barrios y casas
construidas para mandos y directivos, cómo en los poblados de MSP o
Compostilla. Los chalets ajardinados para los técnicos y altos cargos se sitúan
en las mejores zonas, la Avenida de Asturias de Villablino o en el centro de
Ponferrada.
La
vivienda obrera y la de los mandos no se diferencian únicamente por cuestiones
estéticas, de tamaño o materiales, que también, constituye un reflejo visible
en la ciudad entre quienes producen la riqueza y quienes la acumulan. Aunque en
este último grupo, sean mayoría quienes tengan su residencia en Madrid o
Bilbao.
Los poblados mineros son barriadas segregadas
de los pueblos, como Alinos, El Escobio o Albares, o se construyen en barrios
periféricos, con insuficiencias de equipamiento e infraestructuras. En
Ponferrada los nuevos barrios obreros van rodeando las propiedades de la MSP
como Cuatrovientos, Flores del Sil, La Placa o Compostilla.
La
carencia de equipamientos es común. En los años 70 estos barrios todavía están
desprovistos de servicios básicos cómo alcantarillado, traída de aguas o
electricidad, problemas especialmente sensibles en el ámbito rural. La mayoría de barrios y pueblos se
encuentran sin urbanizar, claro ejemplo es el ayuntamiento de Villablino donde
en 1977 el 60% de la superficie vial está sin pavimentar.
La polarización social
de la ciudad se visualiza con una imagen. La que ofrecía la carretera general
que comunica el barrio ponferradino de la Estación y Flores del Sil. A un lado
de la carretera, un terreno de 125.000 m2,
amurallado, con varios chalets y viviendas, jardines, cancha de tenis, piscina
y vigilancia privada. Allí El Belga y
su familia nadaban en la abundancia durante sus visitas a Ponferrada. Al otro
lado de la calle, el poblado de la MSP. 396 viviendas para los
trabajadores de La Minero y sus
familias que hasta bien entrados los 70,
y después de una fuerte pelea sindical, no contaban con agua corriente.
No muy lejos de allí se
encuentran las casas de ingenieros y cuadros medios. En la minería, la
convergencia entre el grueso de trabajadores y los técnicos e ingenieros,
siguió siendo una frontera de clase, a
diferencia de lo que estaba sucediendo en otras zonas industriales.
El dominio empresarial
y la segregación social son evidentes en todas las facetas de la vida. La
sociedad ajena a la escasez, cuellos blancos, empleados y empresarios,
socializan en los casinos de Ponferrada o Villablino. El de Laciana se inaugura
en 1962, para aislamiento de los
mandos de MSP, siendo su director Juan Caunedo, el presidente del mismo.
El salario en especies,
como el vale de carbón, la vivienda o
el economato, trata de reforzar la dependencia obrera de las empresas. Las
desigualdades también se manifiestan en el transporte. El automóvil, símbolo
del desarrollismo, todavía no era más que un sueño para la mayoría de familias
trabajadoras. Los viajeros del tren mixto de la MSP más acaudalados contaban
con un departamento equipado con calefacción, aseo, asientos tapizados, mesa y balconcillos exteriores. Para el común
quedan reservados los incómodos asientos de madera.
En las localidades por
donde va pasando el tren, los niños recogen la carbonilla que deja a su paso.
Manuel Ramos lo recuerda cómo una actividad que marca su infancia: “nos
subíamos en marcha (…) y tirábamos piedras de carbón a la vía”. En otras
ocasiones el riesgo es menor, le abrían el agua al maquinista a cambio de una
briqueta.
Sus madres se ocupaban
del mantenimiento del hogar, la higiene y la alimentación del marido y la prole, cuidar del ganado y el huerto.
Una gran parte son familias de obreros mixtos, pues es la única forma de
superar la desproporción que existe entre las necesidades familiares y la
escasez de la cartilla de racionamiento y el exiguo salario. Carencias vitales
que hacen de la autolesión una práctica extendida para poder quedar a montepío. Coger la baja de cara
a la siega de la hierba o del pan, la
recolección de las cosechas o las matanzas, supone mantener un mínimo ingreso,
y el puesto de trabajo, mientras se llena la despensa. En familias de
represaliados y monoparentales, cómo la de Ernestina Rodríguez, madre soltera,
no es una opción, es una necesidad que agudiza la picaresca:
“En cuanto salíamos del
botiquín (…) ya hacíamos otra cura (…) metías el garbanzo allí pa que nun curara. Yo estaba a montepío
y claro, queríamos estar más tiempo de baja y si te curaba pronto ya tenías que
ir a trabajar (…) allí [en Alinos] hacíamos la cura y después siempre había
guardias ahí en Campillo pa observar,
y ¡mira! que no teníamos miedo ninguno que nos cogieran.”
La vida de las
limpiadoras de carbón, que trabajan por la mitad de sueldo que los hombres,
refleja las desigualdades de género en la vida pública. Incluso dentro de las
empresas se les obliga a desempeñar trabajos que no les corresponde:
“Subíamos las apeas y raíles. ¡A eso si que no
teníamos derecho!, desde la carretera por un caminín como la planta la mano, (…) subían los mineros vacíos a
entrar por la bocamina y nos hacían subir apeas
y raíles”. Lamenta Ernestina.
Los
obreros también trabajaban en circunstancias realmente duras. Una descripción
gráfica nos la ofrece Teresa Rojo:
“El
minero ofrecía una imagen deplorable volviendo a su casa todo sucio del trabajo
y con la funda gastada y recosida. Los pequeños o mayores cortes que la caída
de trozos de carbón le podía producir en el rostro y manos, al no limpiarse
concienzudamente a poco de producirse, le llenaban de marcas negras a modo de
cicatrices inconfundibles.”
Los
mineros sufrían un agotamiento y envejecimiento prematuro al que se unían la
silicosis y los frecuentes accidentes. Sin embargo, la red de asistencia
sanitaria era más que deficiente. Ponferrada únicamente cuenta con el Hospital de la Reina, privado con
conciertos con la Diputación, y la MSP con un hospitalillo de 32 camas. Las
inversiones estatales en sanidad son escasas, mínimas en los pueblos mineros.
Situación especialmente gravosa si tenemos en cuenta la riqueza que la zona
aportaba al país, y por tanto al sistema público, y la peligrosidad y altas
tasas de accidentalidad y enfermedades profesionales derivadas de la profesión.
Muchas empresas, especialmente en zonas de minifundismo empresarial como El
Bierzo alto, carecían de botiquín o casas de aseo.
Las cuencas mineras
cuentan con una población joven y un “gravísimo problema de enseñanza
primaria”. Villablino, el municipio minero más grande, con una población de
15.000 habitantes en 1958, es un claro ejemplo. Sólo en la cabecera son 1.263
niños y niñas de 0 a 14 años, en Caboalles de Abajo 785 y 1.140 en Villaseca.
Un total de 4.977 que se desenvuelven en las 45 aulas que existen en todo El Valle. Locales “totalmente
inadecuados, insalubres y de condiciones higiénicas muy deficientes”. Un
déficit de 35 aulas educativas, que se incrementarían hasta 41 en 1964.
La MSP incumplía la ley
de construcciones escolares, a pesar de que el 81,44% de los escolares eran
hijos e hijas de trabajadores de la empresa y el Ministerio de Educación se
ofrecía a subvencionar el 20% de los costes, que sería deducibles en el
Impuesto de Sociedades. En Laciana sostiene únicamente dos escuelas, en
Villablino y Villaseca.
El problema es
extensible a los pueblos de El Bierzo. Ejemplo de ello sería Toreno. La villa
del Sil, con 6.046 habitantes en 1960, doblaba la población de una década
atrás. Allí 873 niños y niñas de entre 6 y 12 años se hacinaban en 16 unidades
educativas. El ayuntamiento se queja de la dejación a pesar de las obligaciones
legales y las “realizaciones de gran interés nacional” que aportan las cuencas.
La escasa labor social
de MSP es suplida por la obra asistencial de la compañía de Jesús en
Ponferrada, lo que llevará a enfrentamientos entre El Belga, la orden y el Ministerio de Trabajo, dirigido por el
falangista Girón de Velasco. El director de MSP rechaza la misión confesional y
afirma que a los obreros no hay que “tratarlos así sino con látigo”, llegando a
acusar de comunista al jerarca
franquista. El enfrentamiento llega al Consejo de Ministros, gestiones al más
alto nivel para evitar el despido y la expulsión del país del director de la Minero.
Las necesidades
educativas también se hacen ver en el caso de la Educación Secundaria, a pesar
de la apertura de centros de Enseñanza Laboral cómo el Institución Sindical de
Formación Profesional “Virgen de la Encina” en Ponferrada o el Instituto
Técnico de modalidad industrial-minera de Villablino.
La educación perpetúa
la división entre vencedores y vencidos, contribuye a la reproducción de una
élite dominante. Años después de la guerra civil, en el acceso a los estudios
se privilegia a los afectos al régimen, o quien pueda pagárselos. A la escasa
oferta educativa se le unen las dificultades para acceder a una ayuda. A la
altura de 1962 entre otros méritos para obtener una beca de la Diputación de
León, estaría el “ser huérfano de caído en la Guerra de Liberación o en el
cumplimiento de deberes cívicos, hijo de mutilado en las mismas condiciones,
hermano de caído en iguales condiciones, pertenecer a las Falanges Juveniles de
Franco o a Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. o a su sección
Femenina, ser excautivo de la Guerra de Liberación, etc. etc.”. Algunas, de
carácter municipal, son gestionadas directamente por el Frente de Juventudes.
En estas circunstancias, las posibilidades de promoción social de los hijos e hijas de la clase trabajadora son escasas. No es casual, que entre las reclamaciones de la primera comisión obrera de la MSP, en 1962, estuviese el cumplimiento de la Ley de Construcciones Escolares.
La
situación económica y social descrita sienta las bases para la crisis económica
y social que vivirán las comarcas desde los años 70 hasta la actualidad. Una
economía sin diversificar que contribuye a la dependencia de las poblaciones. A
partir de ahí la emigración de capitales, personas e industrias marcan el
transito del auge al declive. Por los mismos motivos que estas comarcas
crecieron, se está vaciando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario