Hoy vamos a recuperar dos artículos de la periodista del Diario de León, Ana Gaitero, quien también desarrolló parte de su carrera profesional en nuestra comarca berciana. El primero («Dí a luz de rodillas en la cárcel de Astorga en 1940») de 2012, cuando Amalia de la Fuente tenía 95 años y el segundo (“Amalia de la Fuente. Represaliada”) de 2015 cuando se acercaba al siglo de vida a sus 98 años. En ellos narra especialmente las luchas en la guerrilla y la dura represión vivida en la posguerra, incluida su paso por distintas cárceles donde dio a luz y perdió a un hijo.
“«Dí a luz de rodillas en la cárcel de Astorga
en 1940»
Ana Gaitero
| León
Amalia de la
Fuente Peral tiene 95 años y una memoria tan prodigiosa como serena. Es una de
las miles de presas de Franco cuya tragedia ha permanecido en la sombra de la
historia y de la memoria. Todo empezó con la Guerra Civil.
«Estaba en
Fabero en la mina y como había que estar afiliada, me puse en las juventudes de
la CNT porque ‘hablaba’ con el chico más destacado. Cuando estalló la guerra
nos marchamos por el monte hasta que pudimos pasar a Asturias», cuenta la
mujer.
Pasada la
guerra, regresó. «Un día fui a Cacabelos con mi padre, mi marido y otros
hermanos. Fui a comprar unas avellanas y vi a un hombre, Lobato, de los
nacionales, que hizo muchas cosas malas: iba a sacar a la gente de casa
mientras dormían».
Sus temores
se confirmaron. «El lunes por la mañana fueron los guardias a buscarme a casa».
Por entonces Amalia tenía una hija de tres años y estaba embarazada de ocho
meses. La llevaron presa a Ponferrada. En la cárcel se encontró con muchas
caras conocidas. «Eran mujeres Canedo, de Campelo, de San Juan... como habían
estado por el monte», apunta. Ese era el motivo de su detención.
En
Ponferrada, recuerda, «no se portaron muy bien. Me tuvieron todo el día sin
darme de comer». Después la trasladaron a Astorga. Debido al avanzado embarazo,
precisa, «no me podía sentar en el asiento. Iba de rodillas. Los guardias me
dijeron que me bajara en el pueblo que quisiera y marchara. Pero, ¿a dónde iba
yo en mi estado?». Ingresó en Astorga. Dos meses después parió entre rejas: «Me
habían puesto una cama de esas de tijera, pero cuando me agarraba marcha. La
directora llamó al director y le dijo: por favor, tráiganme una silla, tráiganme
una silla si no esta mujer no da a luz, reviente. Me puse de rodillas y
afirmada el estómago encima de la silla ya sí dí a luz. Luego me querían echar
en la cama. Pero dije que no, sentía que salía y tenía miedo a hacerle daño.
Era un niño muy hermoso, recuerda. Fue bautizado en la cárcel, pero «se me
murió a los dos meses. Eso se lo tengo que agradecer a Lobato. Quien lo pagó
todo fue la criatura», dice con tristeza.
En la cárcel
de Astorga no había camas. «Dormíamos con los petates en el suelo. No había
camas, no teníamos ni silla ni nada... comíamos sentadas en el suelo». En
Astorga estuvo recluida con su hija de tres años, de la que no se quería
separar. «Aquella niña no comía nada. El abogado que tenía se portaba muy bien
y él y su novia me llevaban comida para la cría. Había otra vecina de Campelo
que también tenía un niño. La celadora nos avisó de que los iban a llevar al
orfanato y mandé a mi padre a buscarla». Una prima se hizo cargo de la
criatura.
Sin su hija
y de luto fue sometida a un consejo de guerra en León. La condenaron a muerte.
«Había un sacerdote que testificó a favor mío y otro a favor del que me denunció:
dijo que le habíamos ido a robar cuando estábamos en el monte». Amalia de la
Fuente pasó once meses con la angustia de la pena de muerte, hasta que le
conmutaron la condena por 20 años y un día de prisión. «Cumplí cuatro años,
aunque en realidad fueron ocho porque como trabajaba redimía un día por cada
uno de cárcel», explica.
Amalia de la
Fuente se convirtió en la cocinera de la cárcel de mujeres de Amorebieta
(Vizcaya), a donde fue trasladada desde Astorga. «No pedí trabajo, pero un día
me llamaron y me dijeron que me iban a poner en la cocina».
Ya había
demostrado sus cualidades en los fogones de la cárcel astorgana: «No podíamos
comer lo que nos cocinaban en el cuartel porque había más bichos que verdura.
Pedí que nos dieran la parte que nos correspondía para cocinarlo yo».
Si en
Astorga su entrada en la cocina mejoró sus condiciones de vida en los últimos
días de su embarazo, en Amorebieta fue muy duro hacer comidas y cenas para las
700 presas recluidas en el penal en los años 40. «Me levantaba a las cuatro de
la madrugada y tuve los pies que se me cortaban de tanto calor. Había una monja
a la que llamaban la Guadaña, pero conmigo se portó muy bien y me fue curando
los pies», relata. Las monjas también se fiaban. Y había una que las dejaba
salir a la huerta para refrescarse. «Hermana, ¿y si nos escapamos?», le
preguntó en cierta ocasión para ver su reacción porque lo cierto es que «ni
pensábamos en ello».
De
Amorebieta recuerda una vez en que llegó un cargamento de habas de mayo.
«¿Quién sabe de qué año serían. No tenían nada dentro más que bichos». Un día
llegó un papel con su libertad condicional. «Puede quedarse en Bilbao y venir a
trabajar aquí. Le pagaremos, me dijeron», recuerda Amalia de la Fuente.
Ella lo rechazó: «Cuando yo salga de aquí no voy a mirar ni para atrás. Tengo una hija y tengo que salir a recogerla», dijo con la determinación de volver al Bierzo. Y así lo hizo aunque poco tiempo después decidiría marcharse a León en busca de trabajo. Ha sobrevivido a su hija y vive con una nieta en Barcelona.”
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“Amalia de
la Fuente. represaliada
«¿Por qué pagan más a los hombres?»
Ana Gaitero
| León
A sus 98 años le hierve la sangre al ver las noticias sobre la brecha salarial: «¿Por qué les pagan más a ellos que a ellas? Están despreciando escandalosamente a las mujeres», asegura desde Barcelona, donde vive con una nieta. Nació en Fabero y su vida está marcada por la Guerra Civil. «Al cumplir los 16 años entré a trabajar en la mina, allí me afilié a la CNT». Detenida y encarcelada en Astorga, dio a la luz a su segundo hijo en prisión. Parió de rodillas. El niño murió y su hija le esperaba con la familia. Fue condenada a pena de muerte, que luego le conmutaron. Finalmente cumplió cuatro años de cárcel, ocho a efectos penitenciarios pues por cada día que trabajaba le descontaban otro de prisión. Desde Astorga fue trasladada a Amorebieta (Vizcaya), donde la destinaron a la cocina. Cuando salió libre quisieron contratarla, pero se negó. «Ya les dije a mis compañeras que no se asomara. Cuando salga de aquí no voy a mirar para atrás». Quería estar con su hija.”
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