El texto corresponde al tercer capítulo del libro “Que sean fuego las estrellas” del narrador, periodista e historiador hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo II ganador, entre otros galardones, del Premio Planeta en México. En él, hace un recorrido por el anarcosindicalismo en la Barcelona del primer tercio del siglo XX, una investigación rigurosa con una prosa cuidada, que lo convierten en un gran divulgador.
Son muchos los
capítulos del libro en los que aparece, como los dedicados al diario que dirige
el de Santo Tomás de las Ollas, el periódico "Solidaridad Obrera",
popularmente conocido como "La Soli". Por eso, además de
reproducirlo, aprovechamos para compartir el enlace al texto en PDF, por si
alguno/a de nuestros lectores se anima a leerlo de forma completa:
https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Paco%20Ignacio%20Taibo%20II%20-%20Que%20sean%20fuego%20las%20estrellas.pdf
A continuación, reproducimos el capítulo completo:
“El relojero anarquista
Si uno quisiera trazar
la vida del personaje ideal para contar estos tiempos, tendría la fortuna de
topar con Ángel Pestaña, nacido el 14 de febrero de 1886 en un pueblucho cerca
de Ponferrada, León, llamado Santo Tomás de las Ollas (una comunidad que habría
de desaparecer), hijo de un obrero nómada y borracho que recorría el norte de
España trabajando en la industria metalúrgica o en la minería.
A los siete años en
conflicto con el alcoholismo de su padre, su madre los abandona llevándose a su
hermana, a la que nunca volverá a ver. Ángel queda a cargo de su padre,
analfabeto que no se preocupa por la educación de su hijo, pero que al menos es
volteriano y le transmite su desprecio por los curas, cosa no menor en aquella
España conservadora. Viviendo en una especie de permanente exilio económico que
los lleva de Segovia a Béjar, de Canfranc a Castro Urdiales, de Achuri a
Sopuerta a Las Barrietas, el padre tiene la idea de dejar a Ángel en casa de un
tío que residía en Ponferrada. Se comprometió a enviar dinero para ropa y
libros y el tío se haría cargo de la educación, algunos dirán que prepararlo
para ser cura (idea poco compatible con la formación paterna). Sin embargo, el
tío nunca envió a Ángel a la escuela; lo colocó de pastor. Huyendo de un
borracho había ido a dar con un jugador y mujeriego que repartía escasa comida
y muchos golpes, hasta que el muchacho huyó, refugiándose con su padrino,
Tirso, el tamborilero de Santo Tomás. Terminó regresando a vivir con su
progenitor para pasar más años de penurias y vagabundeo.
A los 11 años comienza
a trabajar haciendo pequeños recados en las minas donde está ocupado su padre.
A los diez años ya es minero. No asiste a la escuela más que unos días sueltos
aquí y allá que le permiten aprender a leer. Su padre lo hacía leer en voz alta
y le zumbaba cuando pronunciaba mal o se equivocaba (¿cómo lo sabría si era
analfabeto?).
A los 14 años Ángel se
queda huérfano al morir su padre de alcoholismo y una bronconeumonía. Hay registro
de una agonía “de tres días en una habitación oscura”. Pestaña tiene que volver
a la mina al día siguiente y además con una deuda de 27 pesetas. No tiene apoyo
ni ayuda. “Nunca como entonces comprendí la ingratitud humana ni la dureza de
sentimientos que crea la pobreza”.
A los 15 años, mientras
trabajaba en una fundición de Sestao (Vizcaya), tiene su primer encuentro con
las protestas obreras al participar en una huelga en defensa de la jornada de
ocho horas. Salvajemente golpeado, irá a dar a prisión, donde permanecerá
durante tres meses (a lo largo de su vida estará encarcelado por diferentes
causas en cerca de 40 ocasiones). Conocerá la cárcel como una ingrata segunda
casa.
Solo en la vida,
Pestaña empieza a vagabundear por toda la cornisa cantábrica trabajando en los
más variados oficios, desde la minería hasta (se dice) en una orquesta.
Realmente hacía teatro los domingos en los pueblos con una compañía
semiprofesional por Santander, Asturias, Burdeos, San Sebastián, como ayudante
encargado del guardarropa.
Trabaja en la
construcción del ferrocarril de La Robla, en la minería bilbaína, calderero en
Fuenterrabía, peón de obras. No es de extrañar que con una juventud así fuera,
como decía Maurín, “modesto y austero, [de] carácter ascético, retraído”. Si te
machacan el alma, la rebeldía irá por dentro.
Nueva peregrinación en
busca de trabajo. Cuando se encontraba en Guipúzcoa, laborando en una fábrica
de espejos, se enteró de que lo buscaban por el proceso de Sestao y se fue a
Francia cambiando de identidad: Ismael Nadal, alcoyano. Acabaría en Sète, en la
costa mediterránea, de alpargatero.
Poco después,
trabajando en la vendimia en Burdeos, conocerá a María Estés y vivirán juntos,
María tiene ya una hija, Mercedes. Luego nace Josefina en 1906. De Francia, los
cuatro miembros de la familia Pestaña pasan a Argel, donde se establecen, y
Ángel inicia un nuevo oficio: relojero. ¿Quién le enseña? ¿Cómo aprende un
oficio minucioso? Lee en esos años todo lo que cae en sus manos. “Confieso que
mi formación cultural es deficientísima […], es caótica y desordenada”. Si él
lo dice, lo será; pero no lo parece porque sabe muchísima historia, política
contemporánea, ciencias sociales y, curiosamente, agrega, “he preferido siempre
la literatura a la filosofía”.
En Orán en 1909
comienza a colaborar en la prensa anarquista, primero en Tierra y Libertad,
luego en Solidaridad Obrera.
Estalla la Guerra
Mundial, sale del Marruecos francés. “A causa del inicio de la guerra”
desembarqué en la capital de Cataluña un día de mediados de agosto de 1914”. Lo
primero que hace es conectar con Tierra y Libertad, luego con el sindicalismo
cenetista. En aquellos años habría de confesar que le atraía más el anarquismo
que el sindicalismo. Más allá de representaciones católicas, Ángel deriva del
griego ángelo, mensajero. ¿Qué mensaje porta el recién llegado? Bajo el
seudónimo Ángel P. Núñez se incorpora al Ateneo Sindicalista, “donde
participará en debates encendidos sobre anarquismo y sindicalismo”. Se afilia
al Sindicato de Relojeros, que no está dentro de la CNT; comienza a actuar en
mítines, conferencias; luego se integra al Sindicato Metalúrgico.
Adolfo Bueso, que lo
conoció en esos años, cuenta: “Pestaña era entonces un hombre joven, pero que
parecía ya fatigado. Alto, flaco, de frente despejada, ojos castaños de
comedida mirada, pelo negro y lacio, blanqueando prematuramente en las sienes.
Afeitado de cara, descuidado en el vestir, para tormento de su compañera María.
Su voz clara y su lenguaje correcto, sin amaneramientos ni latiguillos. En la
discusión vehemente; en la conversación cordial y comprensivo. Al hablar tenía
el leve defecto de aspirar el aire muy a menudo”.
Vivía desde 1914 en la
calle de San Jerónimo con María y su hijastra Mercedes, Josefina y Eliseo
(1916); Azucena, la peque que se ve en algunas fotos, nacería en 1919.
Afiliado a la CNT,
Pestaña participa en el congreso internacional anarquista de 1915 en El Ferrol,
donde se acuerda refundar el sindicato. Gracias a su conocimiento del francés,
en 1916 traduce Las doce pruebas de la inexistencia de Dios, de Sébastien
Faure. Interviene en la huelga de 1917, durante la cual será detenido. Tras una
breve estancia en Zaragoza, regresa a Barcelona. Su prestigio en el movimiento
crece en paralelo con su educación informal, su tesón de autodidacta.
José Viadiu, con el que
colaboraría en varias aventuras periodísticas, diría que “era sobrio en
extremo. La condición esencial era la tenacidad”. El tintorero Ricardo Sanz
completaría: “Pestaña no fumaba, no bebía alcohol y tenía tal respeto por todo
y para todo, que yo no lo comprendía”.
Los Pestaña vivían de
manera muy frugal, muy cercana a la miseria, de su oficio de relojero y del
trabajo de toda la familia: María, su esposa, era lavandera; la joven Mercedes
trabajaba como sirvienta, y Josefina, su hija, como obrera.
Sanz narra: “Ángel me
explicó los detalles de su taller. Me dijo que apenas si tenía tiempo para
mirar los relojes. Claro está, siempre tenía que ir a donde era solicitado,
frecuentemente para cuestiones de organización. Me enseñó varios relojes que
tenía reservados en un pequeño cajón y me dijo: ‘Estos los reservo para
arreglarlos en la calle de Entenza’ ” (donde se sitúa la Cárcel Modelo de
Barcelona).”
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