El 23 de febrero de 1981 se celebraba la votación para la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo cuando Antonio Tejero asalta el Congreso y Jaime Milans del Bosch, directivo de MSP y militar, decreta el estado de excepción y despliega tanques en Valencia. Lejos del epicentro del golpe de Estado es la noche de los transistores y las hogueras en la casas de los sindicalistas de El Bierzo y Laciana.
José Rodríguez, ex secretario provincial de CCOO, quema las agendas que tenía “porque me quedé yo aquí sólo en Laciana” y José Ramón Vega, otro sindicalista de CCOO en Calderón, recuerda que “la mujer me quemó todo en la huerta”. Estos son 2 de los testimonios que hemos recopilado en distintas entrevistas con algunos de sus protagonistas que junto con el reportaje “¿Dónde estabas tú el 23F? Del interior del Congreso al sindicato, las historias de cuatro bercianos”, publicado por Sara Martínez en Infobierzo en 2018, nos sirve para ilustrar este artículo.
Los representantes de los
trabajadores y aquellos más significados viven las noticias que llegan de
Madrid entre el miedo y la incertidumbre, y tratan de desprenderse de cualquier
documento que les pueda incriminar.
Manuel Lastra,
secretario comarcal de CCOO en Laciana, se encuentra en el sindicato. “Aquel día no nos daba la risa para nada”.
“Yo estaba en el sindicato cuando me llamó mi hermano (…) y me dijo que estaba
oyendo la radio (…) y me dijo lo que estaba pasando en el parlamento, que
estaban los diputados por el suelo.” La dirección del sindicato lo llama para
que ponga a buen recaudo los archivos.
En Ponferrada el
ferroviario José Leira Reguera se encarga de guardar las fichas de los afiliados al sindicato para evitar
exponer sus nombres en caso de que triunfe la asonada militar. El trabajador de
MSP y dirigente de la Federación Minera Julio Díaz Marcos explicaba a
Infobierzo la
incertidumbre con la que seguían las noticias, pues temían que “si el golpe se
materializaba tendrían que irse de España porque a los primeros a los que
vendrían a buscar seríamos nosotros”.
Honorino de la Concepción Gabriel trabajador de Antracitas de
Fabero también lo
vive “con mucha inquietud, porque si eso sale adelante volvemos al 36”. El
minero lillego valora que “los que les habían dado a nuestros padres por el
culo, nos iban a seguir dando a nosotros (…) fue jodido”. Tan jodido que Florentino Quiroga, otro sindicalista faberense, recuerda que estaban “Acojonaos”. Y, al igual que en la capital de Laciana y de El Bierzo, él y Juan
Vera van a un huerto y entierran “el
fichero del sindicato metido en bolsas de plástico y lo tapamos con abono”.
Cómo
dirigentes saben que están en el punto de mira: “éramos cabezas visibles para la extrema derecha,
recuerdo mucha tensión y la música militar en la radio”, explica Quiroga. Estos
militantes tienen una doble militancia que es un objetivo claro para los
golpistas, a su condición sindical añadían su militancia en el Partido
Comunista de España.
A pesar de todo, Julio
Díaz Marcos
desconfiaba del modus operandi del golpe y lo considera una maniobra para
legitimar a una monarquía que cuenta con pocos apoyos: “yo sabía que tenía que
fracasar por narices, desde el primer momento comprendí que era para proteger y
consolidar al rey”.
En repulsa al
fallido golpe de Estado CCOO y UGT convocan una huelga general de 2 horas para
el día 24 con un seguimiento desigual, cómo también lo serán las manifestaciones
a favor de la democracia y frente a los
golpistas. El alcalde comunista de Villablino, Manuel Barrero, recuerda que
“contrariamente a lo que cuentan los que tocan de oído tampoco congregó a una
multitud. Apenas unas doscientas personas”, en una “noche de perros”. El hecho es bastante ilustrativo de lo que
después sucedió.
El
23-F coloca al movimiento sindical por segunda vez tras la muerte de Franco a
la defensiva. Si la imposibilidad de imponer la ruptura unida a la crisis
provocó que se sumasen a negociar la transición y apoyar los Pactos de la Moncloa, el
golpe de Estado sitúa a CCOO en la disyuntiva “libertad o fascismo” y las
tareas del presente pasarían por la “unidad de los demócratas”, postergando
para el futuro “la unidad de los que estén por el socialismo”, proponiendo un
“Gobierno de unificación” y acercando el acuerdo con UGT y el gobierno,
salarios a cambio de empleo y libertades. En junio firman el Acuerdo
Nacional de Empleo (ANE) que marcará criterios sobre política socioeconómica,
moderación salarial y contratación temporal más flexibles. El fantasma del
Pacto Social que la dirección de CCOO llevaba años tratando de alejar, se
acercó tras el golpe de Estado disciplinador que era un síntoma de
que la democracia no está consolidada, cómo analizaban desde el sindicato.
La Federación
Estatal Minera de CCOO analizará después que la derechización de la política de UCD con Calvo Sotelo y la crisis de
UCD es la “expresión tangible de la apuesta de la oligarquía y los poderes
fácticos, por instalar la bipolarización de la vida política española que
pasaría por aislar a los sector centristas de UCD y fomentar a la oposición
conservadora en torno a AP a ·falta de otra más homologable con los partidos
europeos de dicha orientación”.
Los mineros de
CCOO critican la “política exterior
atlantista” de UCD y “la aplicación
regresiva del título VIII de la Constitución sobre el Estado de las Autonomías,
reflejada en la LOAPA, fruto del pacto UCD, PSOE.” Además de una política económica “acorde con
los intereses del gran capital”. Denuncian la reconversión industrial y las
políticas tendentes a privatizar las “áreas más rentables de la seguridad
social”.
El golpe revivió
fantasmas del pasado en las comarcas mineras, y aunque no triunfó en sus
objetivos declarados, supuso una vacuna para las principales
reivindicaciones del movimiento obrero y las organizaciones que habían liderado
la lucha antifranquista. Se estrechan los límites de lo posible, se aprueba la
LOAPA, el PSOE apoyará el ingreso en la OTAN, se legitima a la monarquía cuestionada
por partidos de izquierda, se pone fin a procesos de búsqueda de desaparecidos
de la dictadura y se consolida la impunidad social para el franquismo,
convirtiendo, de nuevo, el miedo en uno de los ejes más activos de la vida
pública.
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