El Poblado de Diego Pérez en Fabero es uno de los exponentes de arquitectura minera de la década de los años 50. Construido por Antracitas de Fabero, deja constancia de ese “paternalismo empresarial” en su nombre, “el del patrón”, que titularía el periodista Carlos Fidalgo en un reportaje de 2015.
Hoy vamos a
reproducir un fragmento de la carta “Motivaciones Socioeconómicas de las
Protestas de los Mineros del Carbón de Antracita en la Comarca de Fabero del
Bierzo” que Eloy Terrón envía al periodista de la Cadena Ser Iñaki Gabilondo en
1996.
El profesor faberense critica las "declaraciones despectivas e insultantes" que se virtieron en la tertulia radiofónica sobre los mineros. El contexto son unas protestas que recorren todas las cuencas mineras. Los motivos, la exigencia de soluciones ante un futuro que se empieza a resquebrajar para los 8.000 trabajadores del sector en la provincia de León y los 35.000 indirectos e inducidos. La minería del carbón aportaba por entonces el 35% de la riqueza provincial. Los mineros centran sus críticas en el ministro de Industria, Josep Piqué, y en las consecuencias que puede tener la reducción de ayudas programada. Son los prolegómenos de la elaboración del Plan del Carbón.
Atendiendo a la
carta en sí, Eloy Terrón recoge declaraciones de distintas personas de la
comarca minera y presenta argumentos frente a la criminalización mediática de
los trabajadores del carbón. Explica la diferencia entre los mineros de hulla y
antracita y las distintas cuencas españolas y da algunas claves históricas de
la composición del sector. Critica duramente la labor empresarial afirmando que
“Los patronos españoles no son empresarios; son individuos obsesionados por el
afán de lucro” y señala sus “tropelías y gravísimos abusos”, desde los cielos
abiertos a las escombreras, pasando por el carbón de importación. También narra
su experiencia como minero durante su juventud.
En un apartado
de la carta, que reproducimos a continuación, explica las motivaciones de AFSA
para la construcción del Poblado de Diego
y las razones de su ubicación. Dejemos hablar al profesor:
“Las
explotaciones mineras continuaron su rumbo expansivo, pues, si en el quinquenio
de 1.925-1.930 se extrajeron 164.000 toneladas anuales, en 1.945 se superó el
millón. Cientos de personas continuaron llegando a Fabero (y, como es lógico,
también a los pueblos del ayuntamiento), haciendo tan apremiante la escasez de
viviendas que hubo que construir con urgencia nuevos barrios de casas. Uno de
éstos, muy importante por el número de viviendas y por la influencia que
ejerció, fue el Poblado de Diego Pérez, de Antracitas de Fabero. Se eligió bien
su situación: en el Llamazón de En Medio, entre el camino de Fornela y el
camino vecinal o carretera de Fabero a Lillo; y el poblado se urbanizó a base
de casas unifamiliares de una sola planta, con calles amplias y jardines.
La situación de
ese Poblado obedeció a un plan de gran alcance, bien concebido y bien logrado,
que habría de ejercer una influencia nefasta sobre la población minera, a la
vez que fortalecía los intereses de los patronos de las explotaciones mineras.
El hacer que el
Poblado de Diego Pérez ocupara las Suertes de En Medio fue un golpe formidable,
pues así se incitó a edificar viviendas y locales para negocios en las Suertes
del Llamazón, a la derecha de la carretera que conduce a Lillo, donde la gente
se apresuró a construir; y, de ese modo, se consiguió inutilizar para el
cultivo las más nuevas y mejores tierras de Fabero. Pues, en las Suertes se
podían cultivar patatas, maíz y judías, sin necesidad de riego; y algunas
parcelas hacía pocos años que habían sido habilitadas para el cultivo, porque
los campesinos habían construido un drenaje (que consistió en una zanja
profunda desde la tierra encharcada hasta el arroyo del Cubiello, que baja de
Otero, llenándola hasta la mitad de cantos rodados, abundantes en aquellas
tierras).
Dada su
excelente situación entre Fabero y Otero, fue un golpe maestro impedir que se
cultivaran esas tierras y que se constituyese así una población que alternase
el trabajo en las empresas mineras al dedicar algún tiempo en las mejores
tierras no a los viejos cultivos de la agricultura de subsistencia (el centeno,
las castañas, el lino, el ganado -ovejas, etc.) sino a otros más fecundos y
nuevos (como hortalizas, verduras y cultivos de huerta), a frutales e incluso
al cultivo de las castañas, que no debiera despreciarse pues exige poco
esfuerzo y tiene buena salida en la exportación.
Por lo demás,
este hecho venía a sancionar con toda su fuerza una tendencia que estaba ya
operando sobre las conciencias de los naturales del pueblo. Los mineros
forasteros, si no superiores en número, vivían mejor que los vecinos que se
deslomaban trabajando la tierra para conseguir un pan de centeno escaso y malo;
por lo que estos últimos, al darse cuenta de que los productos que obtenían de
la tierra no compensaban los trabajos que dedicaban a su producción,
abandonaron el cultivo, sin ningún tipo de crisis. Primero, fue el de las
tierras más altas y pobres; después, el de las tierras de mediana calidad; y,
puesto que no araban tierras ¿para qué querían los animales? De modo que se
deshicieron también de éstos. El abandono de los cultivos fue tan completo que,
incluso, dejaron que se perdieran las viñas de Valdeguiza así como los
castaños.
En la década de
los años 60 las tierras centeneras ya estaban abandonadas. Y a finales de los
años 50 podía verse a vecinos del pueblo que habían sido grandes trabajadores
jugando al mus en bares y cafés. Acabaron por imitar a los mineros forasteros
que vivían sólo de lo que ganaban en la mina: muchos antiguos campesinos
buscaron trabajo en ella; los más reacios a hacerlo lo buscaron en el exterior,
aunque ganaran menos; otros establecieron una pequeña tienda, una taberna, etc.
En pocos años el abandono del campo fue total; sólo conservaron los prados que
de nada les servían porque no tenían vacas, ni ovejas, aunque ocupaban las
mejores tierras del pueblo, las más húmedas y las más próximas. Y hoy las cosas
siguen igual.
De ese modo, los
patronos, que tanto miedo tenían a los mineros, lograron aislarlos de cualquier
otra actividad y que vivieran sólo pendientes del trabajo en la mina; que no
contaran con otros recursos que sus salarios, sus jornales, para que no
pudieran resistir mucho tiempo en huelga. Estos hechos deterioraron las vidas
de muchos habitantes del pueblo; el daño fue mayor para los numerosos retirados
por larga enfermedad (por padecer la enfermedad típica de los mineros, la
silicosis). Pues, si hubiesen realizado labores que exigieran poco esfuerzo y
al aire libre, quizás algunos habrían logrado alargar su vida; es bien sabido
que los mineros morían y mueren jóvenes. ”
Dejaremos para
futuros artículos otras claves para entender estas barriadas mineras cómo
fomentar la dependencia económica, recuperar el flujo monetario de los sueldos
o su construcción sin ángulos muertos, para facilitar una ocupación policial o
militar en caso de conflictos.
La carta completa
se puede consultar aquí:
No hay comentarios:
Publicar un comentario