Concluimos con esta entrega la recuperación de la serie de reportajes que el periodista gallego Álvaro Ruibal realizó para el periódico La Vanguardia Española en el verano de 1970.
En esta ocasión, el objeto de su delicada mirada y afilada pluma es El Bierzo oeste. Villafranca, la literatura de Gil y Carrasco, Corullón y las Médulas son descritos con maestría. Entre el costumbrismo del observador y el poso que dejan las lecturas acumuladas y las conversaciones con los lugareños, surge el artículo “Los paisajes clásicos”.
Nos ofrece un repaso por los extranjeros que nos vieron y por los locales, como Enrique Gil y Carrasco, autor del famoso libro “«El señor de Bembibre», del que dirá que es una “novela, novelón o simple historia romántica”, pero cogiendo prestada la “valiosa opinión de Azorín. «En sus páginas nace, por primera vez el paisaje en el arte literario.»”, aunque a juicio del literato hierre en la descripción del paisanaje. Borrow, Quadrado o Moreno, son otras lecturas que nos sugiere para conocer El Bierzo desde los ojos y la pluma de propios y extraños.
La explicación del
lago de Carucedo, que domita a un
paso de Las Médulas, mezcla una cuidada descripción paisajística con las
leyendas y el celtismo que atesora el
lugar. Por último, se centra en el “apacible” valle de Corullón, lo que
considera, y nosotros compartimos, “un lugar idóneo para rematar una carrera del Bierzo.”
A continuación reproducimos el texto íntegro y animamos a nuestros lectores y
lectoras a leerla y buscar los 7 números anteriores.
“LA
CARRERA DEL BIERZO (y VIII)
Los
paisajes clásicos
Hay un alto Bierzo, La
Ciana, de empaque asturiano, con capital en Villablino; hay el bajo Bierzo, con
dos zonas paisajísticas, de tenues diferencias
geológicas y botánicas, una al este, con cetro en Bembibre, y otra al
oeste, donde Villafranca es su núcleo urbano rector, de traza y frondosidad
galicianas. Ponferrada es el punto central de este complejo panorámico. El
Bierzo es une unidad geográfica, una inmensa hoya verdigualda rodeada da
montañas en todo su perímetro; loa macizos de la Maragatería y la Cabrera, y
Jistredo y Somiedo, en cuadrantes opuestos, y a diestra y zurda imponentes
sierras, con dos tremendos puertos de entrada en el país: Manzanal y
Piedrafita. Para colocarse en Asturias hay que sudarla por las rampas de
Leitariegos. En el fondo, uno cavila que el Bierzo tiene raíz gallega, pero por
no pertenecer a Galicia desde el ocaso de la Edad Media se quedó sin pazos, sin
hórreos y sin maíz, motivos característicos de la otoñada cultural galaica del
siglo XVIII. El galleguismo del P. Sarmiento, nacido en la calle del Agua
villafranquina, resulta una ofrenda saudosa del Bierzo a la tierra matriz,
personalizada en un emigrante. No hubo por ahora un nacionalista gallego da
tanta complexión como el benedictino polígrafo y poseso de la curiosidad.
LITERATURA
¿Quién es el primero en
incorporar el Bierzo a la literatura? Estimo que Jorge Borrow en los balbuceos
paisajísticos de su viaje español, Don Jorgito ha dejado atrás la ciudad de Astorga
y sube a la jineta el Manzanal. EI puerto ha sido coronado y el caballero desciende
a la llanada. De pronto queda absorto y boquiabierto, «Acaso no se encuentra —escribe
en su cuaderno- aun buscándole por todo el mundo, un lugar cuyas ventajas naturales
rivalicen con las de esta llanura o valle de Bembibre, con su berrera de
ingentes montañas, con sus copudos castaños, y con los robledales y saucedas que
visten las márgenes del rio, tributario del Miño. Borrow da sobre el Bierzo el
primer toque de atención, y ese toque retumba por toda Europa. ¿Hace literario
el Bierzo el escritor Inglés? No, porque, en realidad, se limita a llamar la
atención. Quien acomete la empresa es Enrique Gil Carrasco.
¿Conoció Gil Carrasco la obra de Borrow? No lo
sabemos, pero es posible. «The Bible in Spain» salió a la luz el año 1842 y al siguiente
fue traducida al alemán. Por esas fechas, Gil y Carrasco desempeñaba una misión
diplomática en aquel país. Cabe que fuera una de sus postreras lecturas, pues
hubo de morir tres años más tarde. En 1884 se publicó «El señor de Bembibre».
Los libros de Borrow y de Gil Carrasco aparecen simultáneamente. La novela,
novelón o simple historia romántica de don Enrique no es otra que una colección
de paisajes, en la valiosa opinión de Azorín. «En sus páginas nace, por primera
ver el paisaje en el arte literario.» A Gil Carrasco se sale el tiro por la
culata. Quiere plasmar personajes de carne y hueso y le salen de cartón, pero
ejecuta una genial descubierta da los paisanajes bercianos. Azorín encuentra a
las descripciones de Gil Carrasco cierta semejanza con los cuadros de Haes e incluso
con los de Patlnir. No anda desacertado al maestro. Azorín el hombre de
maravillosas intuiciones.
¿Y Quadrado, que fue un
goloso amador del Bierzo? Quadrado es un erudito, un intelectual que vaga a la
búsqueda de las reminiscencias monásticas y lee viejos latines epigráficos por
las ruinas monacales. Quadrado es todo,
menos un poeta, y tiene alma de registrador. Los registradores son
absolutamente necesarios, sobre todo si elaboran un horizonte de porfolios. He aquí,
por ejemplo, una viñeta del porfolio berciano de don José María: «En esta
reglón privilegiada, donde se doran las mieses y verdean los prados, y, sazonan
su fruto la vid y el olivo, a la vista de las cumbres coronadas da perpetua
nieve, donde a través de los copudos nogales y castaños florecen los más
delicados frutales, etcétera»
¿Y Gómez Moreno? No
podemos olvidarnos de Gómez Moreno. Don Manuel recorrió a caballo el Bierzo
para redactar el «Catálogo Monumental de León». El esfuerzo del arqueólogo ha sido
desmesurado, inaudito, formidable. Cabalgó palmo a palmo la Tebaida, la ruta
del romeraje santiaguista, las cimas de los montee con sus castillos abatidos...
la labor de Gómez Moreno suscita el pasmo. En algunas páginas de su «Catálogo»
y en otros libros el escritor exuda descripciones paisajísticas de señora
categoría lírica. El paisaje, pues, sorprende, primero a Borrow y a Gil
Carrasco, después a Cuadrado y en nuestro tiempo a Gómez Moreno. El Bierzo,
repito, es une unidad geográfica, en la cual caben tres paisajes perfectamente
delimitados, precisos y ceñidos: las Médulas, el lago de Carucedo y el valle de
Corullón.
LAS
MEDULAS
Las Médulas constituyen
une explotación minera de los romanos, Plinio el Viejo habla de ella. En las
Médulas trabajaron hasta sesenta mil esclavos. Una larga conducción de agua que
arrancaba del Cavo, en la Cabrera era llevada al áureo monte y provocando socavones
en el terreno, le tierra barroca era sedimentada en los vertederos. En cuatro
siglos los romanos se llevaron todo el metal y no dejaron más que esas pepitas,
que arrastra el Sil y que algunos dicen haber visto en las manos de la folklóricas
aurenses del rio. Las Médulas son un paisaje arruinado.
Gil Carrasco nos ha
dejado una descripción da este paisaje, que estimo no ha variado nada en la
andadura de una centuria corrida. «Esta montaña horadada y minada por todas
partes, ofrece un aspecto peregrino y fantástico por las profundos desgarrones
y barrancos de barro encarnado que se han ido formando en el sucesivo hundimiento
de las galerías subterráneas y la acción da las aguas invernizas, y que le
cruzan en direcciones inciertas y tortuosas. Está vestida de castaños y matas
de roble, y coronada aquí y allá de picachos rojizos y de un tono bastante
crudo, que dice muy bien con lo caprichoso de sus figuras». Está vigilante en
el monte propincuo el desmantelado castillo de Cornatel, famoso en los anales
medievales. Es una silueta terrosa sobre el fondo azulado del cielo. La Médulas
son a modo de un fósil, que el tiempo recubrió de vegetación. Los arboles
despliegan por las arrugas montañeras y juegan su verdor al ocre y siena de las
torrenteras y la tonalidad rojiza de los tetos, con forma de azucarillos. Y
abajo, en el lleno, el pueblo del mismo nombre, es un lugar tranquilo, con Iglesia
de primitiva espadaña, por cuyos caminos circulen las vacas bermejea que pacen
en las folgadas y las cabras que triscan a la sombra de los castiñeros.
EL
LAGO DE CARUCEDO
A un paso de Las
Médulas domita su arcano el lago de Carucedo. La carretera discurre a carón de
las aguas y hay en su orilla un bosquecillo para contemplarlo a la sombra. El
lago brilla en la soledad y vierte en el Sil, en la cola de un pantano. No
alteró el embalse la mesura de las aguas, se me antoja que el panorama
circundante no es el mismo que otro Enrique Gil, que lo vio arbolado, frondoso,
asedado. Azorín hubo de fijarse en la descripción paisajística del gran
romántico y le parece que en aquélla se mezcla un elemento de subjetivismo.
Leámosla: «El sol se ponía detrás de los montes, dejando un vivo rastro de luz,
que se extendía por el lago y a un mismo tiempo Iluminaba los diversos terrenos,
esparciendo aquí sombras y allí claridades. Numerosos rebaños de ganado vacuno
bajaban mugiendo a beber, moviendo sus sequiles, y otros hatos de ovejas y cabras
y tal cual piara da yeguas, con sus potros juguetonas venían a templar su sed, triscando
y botando, mezclando relinchos y balidos. Se barrunta en estas líneas al fluido
valleinclanismo de las comedies bárbaras y de las historias, o mejor fábulas,
que don Ramón escribió después de oírlas de labios socarrones en las antiguas
cocinas de los pazos. «Tiene el lago más de una ensenada; los juncos y
espaderías sirven de abrigo a infinitas gallinetas y lavancos de cuello
tornasolado -cuenta Gil y Carrasco- ; y de una barca que cruzaba alienciosa
salía una canción guerrera que, apagada por la distancia perdía toda su
dureza...» En esta barca, con su barquero cantor, os donde Azorín atisba un suave
roce sentimental con Patinir, Uno se acuerda en seguida de los paisajistas flamencos
y hasta no sería nada raro que surgiese de las aguas un San Cristóbal capaz de hacer
pie en sus profundidades. Él celtismo asoma en Carucedo, porque en su fondo
yace sumergido un pueblo calles plazas, palacios e iglesias, todo de cristal, A
veces mirando en el espejo del agua, alguien he visto el reflejo de las
vidrieras y muchos han escuchado el tañido de sus campanas submarinas.
CORULLON
Es un ameno paseo el de
Villafranca a Corullón. Del valle vienen al mercedo las cerezas gordas, carnosas,
con la piel encendida por el rubor. El vello está regado. Corullón es une aldea
en la vaguada del monte y en lo hondo discurren el Burbia y el Valcárcel ya
fundidos en fraternal abrazo. El río –los dos unidos- avanza en meandros entre
breves arénalas y manchas de chopos. El
valle es une vasta campiña, con praderas verdes y rastrojos amarillentos y cabe
las casas griseras, de techos pizarrosos se alzan los pirulís de la Habana de
los pájaros. Se delata por el olor la tabaquera y el viñedo escala la ladera,
El sol hace sombras riéndose de las nubes pasajeras en los pliegues de loa
montes y por las crestas desnudas alinean los postes eléctricos con su
filosofía de catenarias. Se distraen pensativos loe nogales y se doran los
espinos de los castaños. Todo el Bierzo, hasta las vertientes del Manzanal, se
atalaya desde la prodigiosa altura de Corullón, y entre la neblina se perfilan
borrosos los viejos cenobios, los castillos y los cigarros puros de las
chimeneas ponferradinas.
Hay en Corullón dos Iglesias
románicas. Una, la de San Miguel, está la pobre muy padecida, y otra, la de San
Esteban oficia de parroquial. Son estos templos mojones egregios de la romería jacobita.
Lo que guardaban de interés se lo llevaron al Museo leonés. Yo le pregunto al
párroco por al famoso «San Esteban apedreado», que suele ilustrar los volúmenes
de la arquitectura y escultura románicas. No está «San Esteban» en la iglesia titular.
La piedra escultórica ha sido empotrada en la casa parroquial. EI cura me dice
que Corullón sin ser rico puede considerarse feliz. Subraya el cura, que ya no
quedan, por fortuna, terratenientes. Hay ricos y pobres, yo creo que no hay ninguno,
propiedad está repartida. Lo que se dice pobres, yo no creo que no hay ninguno.
El apacible valle de Corullón es un lugar idóneo para rematar una —la mía—
carrera del Bierzo.
ALVARO
RUIBAL
Corullón,
septiembre”
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