El siguiente texto forma parte del reportaje coordinado por
Carmen Busmayor que La Nueva Crónica de León ha publicado con motivo del
centenario del nacimiento de Eloy Terrón. En la iniciativa participo junto a la propia
Carmen, Juan Carlos Mestre, Rogelio Blanco, José María Merino, Rafael Jerez y
Laurentino González.
Eloy Terrón, uno de los nuestros
Eloy Terrón cumpliría el pasado
mes de diciembre cien años. Un siglo después, las preguntas son casi obligadas:
¿Qué puede aportar un intelectual fallecido hace 18 años a la sociedad actual?
¿Cómo puede ayudar su pensamiento al pueblo minero que vio nacer y que hoy
vemos morir? ¿Qué nos puede enseñar a los jóvenes docentes y sindicalistas?
¿Cómo se pueden ver reflejadas las nuevas generaciones de estudiantes y
trabajadores/as en su figura?
La respuesta es compleja, quizás
se podría resumir en tres ideas, coherencia, orientación y referencia. Terrón
supo adaptar creativamente su condición a las diferentes situaciones que le
tocó vivir sin perder su esencia.
La preparación de una excursión
para el alumnado del instituto de Fabero y la inquietud de Carmen Busmayor
están en el origen de estas líneas. Explicar la historia de España, de la cual
Eloy era un profundo conocedor, a través de un itinerario por el pueblo. Una
forma de aplicar el magisterio que nos legó.
Eloy Terrón era un intelectual
del pueblo y un intelectual de pueblo, él mismo decía “yo me siento pueblo,
pueblo campesino y minero”. Su biografía recoge lo mejor de las tradiciones
obreras, democráticas y antifascistas de España. Distintas formas de lucha, un
mismo objetivo. Desde el SUM de Fabero hasta la Fundación 1º de Mayo de las
CCOO, pasando por el ejército popular, el PCE o el CAUM.
El magisterio de Eloy Terrón es
genuino, tanto del que parte como el que imparte. Su formación comienza en la
práctica, desarrolla teoría y vuelve a la práctica. Un intelectual cuyas manos
antes de acariciar la pluma abrazaron el arado y apretaron la maza, incluso
tomaron las armas. Un pensador que hablaba a la clase trabajadora desde la
clase trabajadora.
Su objetivo era hacer ciencia
para el conocimiento común, rechazando
la cultura elitista, clasista y formalista, que se encierra sobre sí
misma. Señalaba la ruptura existente entre la academia y la calle. Detestaba la
enseñanza reducida a la simple acumulación
de contenidos, en lugar de orientada a aprender a pensar. Defensor de la
educación pública, de su importancia para las zonas rurales y las clases
populares. Una enseñanza entendida como ejemplo.
Una educación pública que cobra
más importancia, si cabe, para el alumnado de la España vaciada. Que la necesita para “orientarse en el medio
tecnificado en que vive, entenderlo y superarlo”, para afrontar las nuevas
dificultades, para reforzar su autoestima, y hasta para resolver los problemas de identidad que surgen en una
sociedad minera que ha visto cómo ha desaparecido el suelo bajo sus pies.
La revista de su sindicato, CCOO,
lo despidió diciendo que su filosofía fue comunicada con el sentido pedagógico
de los maestros de pueblo y con la ética expresada a través de su rigor
científico y su compromiso político.
Eloy Terrón fue un intelectual
orgánico. Un profesor universitario que miró al mundo desde lo hondo de una
mina y no desde lo alto de su cátedra. Un educador que renunció a la cátedra en
solidaridad con sus compañeros represaliados por la dictadura franquista. Un
obrero del pensamiento, un maestro de la clase y un profesor con clase. Su
ejemplo nos enseña a avanzar sin perder la perspectiva. Elevarse sin marearse.
A no olvidar de dónde vienes, quien eres y a quien te debes.
Terrón prestó importancia al
conocimiento de la historia, consciente de la labor que “como pueblo, tenemos
que esclarecer nuestra conciencia colectiva. Tenemos que entender nuestro
pasado reciente.”
Su pensamiento lúcido ya
advertía, a comienzos de los 90, sobre las consecuencias de la reconversión
industrial, de la situación de los países del sur de Europa y su inserción en
la división internacional del trabajo y de la revolución tecnológica. Siempre
poniendo el foco en su clase y su pueblo. No se equivocaba, hacía una
radiografía certera de lo que hoy es una realidad cuando señalaba que “los
patronos se dedicaron a saquear el subsuelo del pueblo, en el que sólo quedaron
unos míseros salarios, porque la masa central de la riqueza emigró lejos de
allí (…) en la cuenca de Fabero quedaron las escombreras”.
Los colectivos humanos necesitan
certezas. Hoy las incertidumbres se apoderan de un Fabero que está asistiendo a
un proceso de re-ruralización y despoblación acelerada en paralelo a la
desindustrialización. Cuando nos perdemos, lo mejor es desandar el camino.
Releer hoy a Eloy Terrón puede ser una brújula para orientarnos en la
transición energética y digital.
Su suerte corrió pareja a la de
su clase y su pueblo, lo dio todo y salió por la puerta de atrás. Existe una
frialdad heladora en cómo se terminó con la calefacción de España, también en
cómo se ha relegado la figura de uno de sus mejores pensadores. “¡Cuántos
esfuerzos, trabajos y miserias para seguir viviendo!” Porque hasta en eso, en
la derrota, es uno de los nuestros.
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