Con su fallecimiento se pone la X en la última de las casillas de aquella terna que conformó la Candidatura Independiente al Senado por León en las primeras elecciones de 1977. En poco más de un año han ido cayendo sus tres integrantes, Miguel Cordero del Campillo, Pepe Álvarez de Paz y ahora Cristóbal Halffter.
El músico madrileño, autodefinido
como “defensor acérrimo de los derechos humanos” había elegido a la villa
berciana como el lugar desde el que llenar los acordes del pentagrama de su
vida. Y sirva esta crónica, a modo de homenaje al pueblo al que tanto
aportó.
La otrora capital de El
Bierzo, era y sigue siendo “un mojón de la romería Jacobita”. Una villa que
sufrió un “doloroso sarpullido” al ser relegada del ferrocarril frente a las
mejores condiciones que ofrecía Toral de los Vados.
Este es el relato más
costumbrista de todos los reproducidos hasta ahora. Una fotografía narrada en
la que aparecen sus calles y parajes, mujeres vestidas de negro y ataviadas con
pañuelo negro y hasta el jardinero que riega el césped del monumento al poeta
Ramón González Alegre.
Sin embargo, llegando
al final del artículo no se resiste al análisis socioeconómico y a lanzar sus
características previsiones. No obstante, si en otros artículos hemos podido
comprobar la certeza de la afilada pluma del gallego, en este no podemos más
que corroborar lo errado de sus pronósticos. El tren que vaticina no llegó a El
Bierzo y, si nos vamos al presente, esta comarca se aleja de las nuevas
propuestas de trazados ferroviarios.
Villafranca
continúa con su “orfandad industrial”, ya no es ese centro burocrático en el
que se colaban las “profesiones
liberales” y su nombre que se decía sonaba “en los despachos de los industriales y de los financieros
nacionales y extranjeros”, enmudeció. Tal vez la marginación de Villafranca, al
contrario de lo que afirma Ruibal, no esté vencida y el “espléndido futuro” que
se esperaba de las minas de Vega de Valcárcel, no era tal.
Su diagnóstico al
contraste con la realidad, fue radicalmente contrario a lo que se expresa en
sus líneas. La entrada en la UE supuso para España cambiar mercados para los
productos agrícolas de la fachada mediterránea por autopistas y la industria de
la cornisa cantábrica por billetes de avión y programas vacacionales en Magaluf.
Desgraciadamente España si llegó al Mercado Común “exportando agrios y tomates”
y no “productos industriales” y Villafranca
del Bierzo ni habló muy alto, ni pudo pronunciar esas “decisivas palabras”.
“La
carrera del Bierzo (VI) “Villafranca Marginada”
CUANDO se construyó la vía férrea de León a La Coruña, Villafranca del Bierzo
sufrió un doloroso sarpullido al quedar al margen del progresismo ferroviario.
La desilusión fue absoluta. La estación se instaló en la aldea de Toral, en la
orilla del río, a una decena de quilómetros. No tenían razón los
villafranquinos. La penetración en Galicia sólo cabía realizarla siguiendo el
ondulado curso del Sil. Era lo natural, lo menos costoso y lo que imponen las
condiciones meteorológicas. A lo largo de tantos años, jamás los trenes dejaron
de rodar por el impedimento de las nevadas, lo que no acontece con el trazado
por Zamora, donde a veces, en las invernías, los convoyes son bloqueados por ingentes
aludes. Al sentirse postergada, Villafranca movilizó todas sus influencias políticas
y religiosas, y para calmar la unánime desazón la ligaron por medio de un ramal
con Toral de los Vados. El ramal no estimuló empeños industriales, pero los
vecinos siempre cavilaran que llegará el día en que será prolongado hasta el
Cantábrico, con terminal en algún puerto asturiano o acaso en Ribadeo. En
Toral, el tendido suscitó la fábrica de cemento Cosmos, pero ningún otro desarrollo
digno de especial mención.
Hasta hace muy pocos
años, la circulación por carretera se realizaba cruzando el pueblo. El tránsito
era penoso. Vueltas y revueltas, pasos en una sola dirección, retrocesos y
lentas esperas armaban un inaudito guirigay, pero la plaza, con surtidores de
gasolina y entradas y salidas por turno, se cuajaba de autos, los viajeros provocaban
algarabía en los cafés y las casas de comidas ofrecían al transeúnte suculentas
pitanzas. Era necesario resolver aquel embrollo circulatorio y O.P. ejecutó lo
que se llama una variante. La nueva calzada circunda el pueblo casi en su
semiperímetro y sólo se cuelan en el casco antiguo los curiosos de la
arqueología y los amantes del buen yantar que devoran tos sabrosos platos del
restaurante «La Charola». Sin embargo los hospedajes no han menguado. A pesar
del aumento de cama» que facilita el parador de Turismo, ubicado en las
afueras, hay dos viejos hoteles y algunas fondas. El «Hotel Comercio» presenta
una ejecutoria de casi dos siglos de servicios y según Ramón Carnicer tuvo en
él lecho menú de tres mantenencias y escritorio Don Mariano Cubí, quien se
detuvo unas Jomadas en Villafranca en su viaje científico a Galicia. En Santiago
un canónigo humorista la conduje a la Justicia inquisitorial, pera «Ilustre frenólogo
resolvió al lance satisfactoriamente.
LA
SILUETA URBANA
Villafranca, la
antañona «Villa francorum » del camino francés, pequeña urbe medieval que
derrama su caserío por una ladera, es viciosa de cuestas, costanillas y
soluciones en escalera. La plaza Mayor, porticada en uno de sus lados, es un
rectángulo alargado, de acusado carácter decimonono en sus edificaciones y que
cumple de aparcadero de automóviles. Por la crujía deambulan los ociosos. En
una esquina, con el reciente derribo de una casa, surge en lo alto, sobre el
altozano, la Iglesia de San Francisco. El edificio va a ser restaurado y pienso
que si se acierta a ordenar con gradas
la subida ofrecerá una perspectiva sugestiva. Lo extraño de la plaza Mayor
villafranquina es que no ocupa el centro del poblado. Las casas de su ala soportalada
tienen sus fachadas posteriores a campo abierto. Sospecho que se trata de una
reforma ejecutada en el siglo XVIII o acaso más tarde. Los restos de sus murallas,
si los hay, deben ser escasos, pero la fábrica estaba en pie en 1836, pues
Jorque Borrow nos dice que trepó a ella y que en la dirección de Astorga la ciudad
parecía estar herméticamente cerrada.
Villafranca es un
núcleo apretado, de estrechas callejas y plazuelas, con dos barrios subalternos
allende los ríos Burbia y Valcárcel, los cuales tras cruzar por debajo de
sendos puentes se unen en estos arrabales. Si viniendo de Cacabelos, la ciudad se
asoma aduata con las visiones de la Iglesia de Santiago, que concedía idénticas
indulgencias que la seo compostelana a los romeros en casos de emergencia, y el
castillo, donde toca el piano el compositor Cristóbal Halffter, se torna verde,
húmeda, alegre en su lado opuesto y los ríos y sus antiguas casas, orilleras
unas y otras encaramadas en las alturas muestran una estampa pintoresca y
arbitrarla, negada a la ordenación y el canon moderno. Villafranca es un mojón
de la romería Jacobita, de raigambre francesa, dominada por loa clunyacenses y
el peso de los peregrinos se percibe sin mayores modificaciones. Los caminantes
rebasado el castillo descendían por la Salina, seguían por la calle del Agua y
se alejaban por la puente que brincaba al Burbia. Se les veía gatear por la
senda montañera hacia la Vega de Valcárcel, rumbo al santuario prerrománico del
Cebrero.
LOS
NEGRILLOS
El logro urbano de Villafranca no es la plaza románica, ni la calle del Agua,
con los palacios del Marqués y del obispo Torquemada, enfrentadas en desafío
arquitectónico, ni el convento de la Anunciada, donde vegetan las franciscanas
descalzas adorando las reliquias de San Lorenzo dé Brindis y rezando por el
eterno descanso del fundador, el virrey de Nápoles, don Pedro de Toledo y Osorio,
que izó el monasterio apeando el hospital Jacobeo de San Roque, ni el viaducto
que lleva al puente. Hay en la ciudad un espacio abierto al sol y al viento que
comienza casi en la plaza y remata frente un anfiteatro de pelados montes. Es
la Alameda. La Alameda se compone de tres paseos de negrillos que se abren en
abanico y en el centro del ángulo un jardín. Suena el rumor del rio
arrastrándose entre ringleras de chopos. En las vertientes verdean bravas
castañares, ralas encinas y los retales de los viñedos escaladores. El jardinillo
ensombrecido por los negrillos y los plátanos resulta un amago de laberinto de
mirtos. El agua se derrama por el tazón de una fontana traída del cenobio de Cacabelos
y juega a rizarse en los surtidores. Hay en los macizos dalias, violetas, rosas
y adelfas. La Alameda es un parque prócer al que bordean a la derecha, en el Campo
Alto, la mole jesuita de San Nicolás, que los padres de la Compañía abandonaron
en la desamortización y es ahora propiedad de los paules, excelentes
agricultores y bodegueros, y nobles palacios, algunos en servidumbre de
cantina; y a la izquierda, ya en un plano inferior, la Colegiata, obra que
quedó inacabada. La Colegiata interesa más que por su bondad arquitectural, por
su gracioso emplazamiento. Se trata de la antigua Santa María de Cluniaco, obra
de monjes franceses y que el virrey Toledo transformó en Colegial ejecutando
una obra renacentista pesada, torpe y abrumadora. No es fácil ver parque y
edificios tan singularmente compuestos.
Y uno, deambulando bajo
los árboles centenarios, rememora a Unamuno, que los tenía, tiritones frente a su
casa en la plazuela monástica de Salamanca. Los negrillos, algunos carcomidos
pero fuertes y derechos, verticales, con el color de sus hojas en sazón se
consumen desgranando añoranzas. A carón del atrio de la Colegiata, a la sombra
del templo están inmóviles unas vacas bermejas y una pareja de burras lecherea
espera paciente el regreso de sus amas, unas aldeanas, de pañuelo negro en la
cabeza.
—¡Magníficos negrillos!
— le ronzo al jardinero que riega el césped del sencillo monumento al poeta
Ramón González Alegre, hombre que no hizo honor a su apellido, pues era triste,
que eso decía su colega Celso Emilio Ferreiro.
—Estupendos, sí señor, se parecen a los de
Astorga. ¿No los ha visto?
Sí, los he visto sobre
la muralla astorgana, oteando la Maragatería, pero allí se yerguen en grupo,
como de tertulia y aquí arman unos pateos melancólicos matizados por el
frescor. Algunos, los de la carretera, recordarán sin duda, el vivac de las
tropas inglesas en retirada y la desesperación de sir Jhon Moore, cuya novia se
hizo polvo enamorado en las ruinas de Palmira. Observo a los peripatéticos villafranquinos,
transeúntes sin prisas bajo la fronda de los negrillos inmortales. Y suena en
la enramada el canto de un mirlo, que uno quisiera fuese ruiseñor del Bierzo,
lugar preferido, al decir de loa poetas galaicos, por los locos pájaras canoros.
LOS
VIÑEDOS
Villafranca es un
mercado de productos del campo y un centro comercial de vinos de pasto y
embotellados o de mesa. Las cepas copan planicies y alcores y sólo ceden a la
verdura en las riberas de los ríos. Sobra la tierra rojiza se decoran con hojas
los sarmientos. Agotados los terrenos llaneros las vides gatean las laderas.
Para estar a la altura de los tiempos, los villafranquinos construyen una
Inmensa bodega cooperativa que, como está mandado, unificó color y calidad. Los
vinillos bercianos son graduados y riegan de primera las truchas de Valcárcel.
Como en la vecina Cacabelos los tragantes están en Galicia y allá se factura
buena parte de la cosecha. Los entendidos aseguran que superan a los
cacabelenses, ellos criados en pagos con una punta de humedad.
Se comprende que con un
solo cultivo predominante, y su permanente, orfandad industrial, el censo de Villafranca
haya menguado de continuo. El momento crucial de su emigración se suscita con
la filoxera. Millares de labradores de la villa y sus contornos se largaron
entonces a las colonias de ultramar. Va pues para cien años que muchas de sus
casas fueron abandonadas y algunas, bastantes, se hayan derrumbado. No es por
lo tanto la parálisis villafranquina una consecuencia de los actuales éxodos a
los centros fabriles, sino que arranca del arrase de los viñedos por la plaga.
Se marcharon primero los campesinos y a estos imitan los burgueses. Villafranca
era antes de la catástrofe una concentración de grandes terratenientes y
medianos propietarios más o menos enriquecidos con la compra de los bienes de la
iglesia en los fastos subversivos de la desamortización. La filoxera afectó a sus
intereses agronómicos y los alejó del agrarismo para colarse en la burocracia
del centralismo y en las profesiones liberales. La nueva posición de abandono
del campo, remató, tras un lento proceso de declive, en la venta masiva de sus
tierras. Ya no hay latifundios en Villafranca y la propiedad está repartida. El
Juzgado de Instrucción ha cerrado sus puertas.
El valle asolado debió
ser un espectáculo patético. ¿Cómo reaccionó el pueblo ante este tremendo
acontecimiento? Se aceptó tan siniestro designio y se provocó el colapso. La
recuperación fue lenta, pero la época anterior a la filoxera no tornó a
producirse. Los empeños mineros e industriales no es fácil que se provoquen de
repente en un pueblo agrario. Y el caso es que en su circundo existen minas de
hierro, cobre, plomo y otros valiosos metales. La vecina sierra lucense del
Carel guarde en sus entrañes vastos yacimientos de minerales. Es ahora cuando
estos filones comienzan a ser explotados. Empresas extranjeras de cierto volumen
han comenzado a trabajar en el subsuelo. ¿Ha empezado la recuperación de Villafranca?
Yo creo que sí, porque su nombre suena ya en los despachos de los industriales y de los financieros
nacionales y extranjeros.
Tal vez la marginación
de Villafranca esté ya vencida. Pienso que las viejas aspiraciones de prolongar
el ferrocarril no eran una utopía más o menos progresista. Se ha hablado de
levantar las vías desde Toral de los Vados y uno sospecha que acaso haya que
contornearlas por lo menos hasta Vega de Valcárcel, cuyas minas presentan, en
opinión de los enterados, un espléndido futuro. En el fondo, y al margen de
motivos de índole política, al Mercado Común no llegaremos exportando agrios y
tomates, sino productos Industriales. Pienso que El Bierzo, país rico, donde
sobra mucha gente, ha de pronunciar pronto decisivas palabras. Entonces Villafranca
hablará muy alto.
ALVARO RUIBAL
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