Presentación

Nuestra historia, a modo de presentación

sábado, 1 de agosto de 2020

Ponferrada, ciudad sin dólar

En la anterior entrada, Ponferrada, la ciudad del dólar tratábamos sobre la Ponferrada del ensanche, especialmente la del barrio de la Puebla, centro de negocios y residencial de la Ponferrada ajena a la escasez. Durante el segundo tercio del siglo XX, la localidad berciana se convierte en el centro de gravedad donde converge el entramado minero-energético. Junto al río Sil se levantan lavaderos de carbón, la Térmica de la MSP, la de Compostilla, depósitos de menudos, cargaderos, fábricas de briquetas y aglomerados, talleres de mantenimiento y reparación y todo lo referente al transporte por ferrocarril.

En los márgenes de la ciudad limpia y reluciente, había una ciudad sucia, que se manchaba, que a pesar de producir la luz no brillaba. Esa Ponferrada que no salía en las postales. Una ciudad poblada por una numerosa clase obrera proveniente de todos los lugares de España.

Ponferrada multiplica por cuatro su población durante los años de la autarquía, pasa de los 7.790 habitantes de 1940 a 29.222 en 1960. La actividad de la MSP es la que ordena el espacio y el poblamiento. Se produce un crecimiento desordenado, supeditado a las necesidades empresariales. Los diferentes barrios que surgen, van rodeando sus propiedades (también las de Endesa) que ocupan los mejores terrenos.

El aluvión de población inmigrante se deja notar en los barrios obreros. En la Ponferrada de los 50, el 58% de la población había nacido fuera de la ciudad. Así se desarrollan Cuatrovientos, Flores del Sil, La Placa o Compostilla. Este aluvión poblacional, en ausencia de planificación urbana, dará lugar a una escasez de vivienda, insuficiencias urbanísticas y faltas de abastecimiento.

La mayoría de las familias trabajadoras vivían en condiciones de hacinamiento, falta de higiene y con graves carencias vitales.  La Obra Sindical y el Instituto de la Vivienda en un informe de 1960 cifra las necesidades de vivienda en los diferentes pueblos de la comarca. En el caso de Ponferrada las necesidades serían “sin límite”. Caso aparte serán las viviendas de lujo donde existía un equilibrio entre oferta y demanda.

La desigualdad social es evidente y se manifiesta en los barrios y casas construidas para mandos y directivos, cómo en los poblados de MSP o Compostilla. Los chalets ajardinados para los técnicos y altos cargos se sitúan en las mejores zonas. La vivienda obrera y la de los mandos no se diferencia únicamente por cuestiones estéticas, de tamaño o materiales, que también, constituye un reflejo visible en la ciudad entre quienes producen la riqueza y quienes la acumulan. Aunque en este último grupo, sean mayoría quienes tengan su residencia en Madrid o Bilbao. El dominio empresarial y la segregación social son evidentes en todas las facetas de la vida.

La polarización social de la ciudad se visualiza con una imagen. La que ofrecía la carretera general que comunica el barrio ponferradino de la Estación y Flores del Sil. A un lado de la carretera, un terreno de 125.000 m2, amurallado, con varios chalets y viviendas, jardines, cancha de tenis, piscina y vigilancia privada). Allí, en lo que hoy es el parque del Temple, El Belga y su familia nadaban en la abundancia durante sus visitas a Ponferrada. Al otro lado de la calle, el poblado de la MSP. 396 viviendas para los trabajadores de La Minero y sus familias que hasta bien entrados los 70, y después de una fuerte pelea sindical, no contaban con agua corriente.

 

No muy lejos de allí se encuentran las casas de ingenieros y cuadros medios. En la minería, la convergencia entre el grueso de trabajadores y los técnicos e ingenieros, siguió siendo una frontera de clase, a diferencia de lo que estaba sucediendo en otras zonas industriales.

El barrio de la Puebla está construido con modernos edificios, amplias avenidas y un urbanismo amable para  esa sociedad ponferradina de cuellos blancos, empleados y empresarios que socializa en el casino. Los barrios obreros, por el contrario, tienen graves carencias. En la urbe berciana, todavía en los primeros 70 existían barrios carentes de servicios públicos básicos: alcantarillado, traída de aguas o electricidad.

Numerosas son las cartas que llegan a la Pirenaica denunciando el nepotismo en la entrega de viviendas de la MSP o la carencia de agua, cuyos vecinos tienen que ir a las fuentes. Cuando solicitan agua corriente, les dicen en el ayuntamiento que son los trabajadores quienes tienen que costear los contadores. “Baya empresa con título Modelo, baya explotadora de umanidad”, reportaba, denunciaba y lamentaba “T...”, un trabajador comunista de la MSP.

Otras misivas muestran las contradicciones del sistema. Critican que hagan una iglesia nueva tan cara en Cuatrovientos y no hagan colegios mientras haya familias que tienen que gastar su dinero para mandar a sus hijos a clase.

Las condiciones del barrio de Flores del Sil no eran mejores. Las calles carecen de alumbrado público, el paso se dificulta por los escombros de las edificaciones, baches o la acumulación de basuras. También en el colegio carecen de agua potable y los niños y niñas tienen que ir a un pozo a buscarla.

Cierto es que también había personas de clase trabajadora que habitaban el ensanche de La Puebla, por ejemplo las mujeres del servicio doméstico. Miguel Rubio, párroco de la JOC y la HOAC, cuenta cómo un grupo de militantes y párrocos de esta organización, cómo Álvarez de Paz y José María Araujo, liderados por Francisco Beltrán, publican un informe sociológico de la ciudad. Los estudios mostraban que estas mujeres que servían a las familias más acaudaladas trabajaban en condiciones extremadamente difíciles, sin estar aseguradas, con una media de dos horas libres a la semana y con bajos salarios. Conclusiones que eran leídas en las iglesias, para vergüenza de la burguesía local. Al fin y al cabo dentro de la ciudad del dólar, vivía otra Ponferrada, la ciudad sin dólar.


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