“El Bierzo es un país plagado de apariciones esotéricas”, afirmaba el periodista Álvaro Ruibal hace ya más de medio siglo cuando en septiembre de 1970 firmaba las líneas que reproducimos a continuación en Vega de Espinareda.
En esta entrega se
centra en la profusa vida monacal que pobló El Bierzo desde los comienzos de la
Edad Media, desde San Fructuoso a su discípulo San Valerio o San Genadio. Desde
Compludo a Carracedo, pasando por Vega de Espinareda, San Pedro de Montes o
Peñalba de Santiago. Sin olvidar “los cenobios monjiles” desde San Miguel de
las Dueñas a la Anunciada de Villafranca.
“San Fructuoso es un eremita, un huido, un solitario, un inadaptado, un bohemio” diría el periodista gallego, a quien atribuye “la dispersión de la población galaica”. Aunque no nos atrevemos a aseverar tal cosa, si que compartimos que, incluso a día de hoy, “La Tebaida es hoy un itinerario sentimental.”
Santiago de Peñalba, es
todavía un pueblo de difíciles comunicaciones, viarias y telemáticas. Su
iglesia Mozárabe, un monumento “bello, airoso y construido de materias
preciosas, enclavado en las montanas, tal vez más salvajes y rudas”, según Gil y
Carrasco. Un templo que, como nos recuerda el artículo, cuando fue a estudiar
por Gómez Moreno para su libro «Iglesias mozárabes» hubo de acceder a caballo.
Dejamos a la opinión de
cada lector o lectora decidir si los forjadores de la comarca y quienes le otorgaron
“prestancia cultural” fueron San Fructuoso y San Genadio y simplemente les
invitamos a disfrutar con las descripciones que hacen del paisaje, la historia
y la cultura de la comarca.
“La carrera del Bierzo (VII) Las ruinas monásticas
El Bierzo ha sido una
poderosa concentración de monasterios. Los historiadores registran sobre
cincuenta cenobios que la decadencia de la vida monacal primero y más tarde la
desamortización han convertido en miserables ruinas. La vida monástica berciana
se produce en ocasión de las invasiones. Sólo quedan escombros de este pasado
remoto. El famoso monasterio de Compludo, fundado por San Fructuoso, espera
vanamente a los excavadores y arqueólogos capaces de arrancar a las piedras sus
misterios. El de Carracedo se desploma; el de Vega de Espinareda, tratan de
restaurarlo con escasa fortuna unos religiosos dedicados a la enseñanza; la
fortaleza de los templarios ponferradinos es un recinto romántico con las
barbacanas abatidas; San Pedro de Montes, tras un incendio ocurrido el pasado
siglo, sólo conserva su iglesia románica y el claustro con las arcadas apeadas;
de Peñalba se conserva la Iglesia mozárabe. Quedan en pie los cenobios monjiles
de San Miguel de las Dueñas, de la Anunciada de Villafranca y otras clausuras
de escasas fuerza cultural. Los paúles villafranquinos vigilan sobre todo sus
intereses agronímicos. Gozan fama de excelentes vinateros y elaboran sabrosos
embutidos.
SAN
FRUCTUOSO
La vida de San
Fructuoso ha sido escrita por su discípulo San Valerio. Pero no basta el libro
de San Valerio para situar al anacoreta en su circunstancia. El asturicense
Fructuoso fue ermitaño, fundador, obispo de Dumio y metropolitano de Braga. La
querencia de San fructuoso a las montañas del Bierzo le denuncia más qué como
un godo de estirpe real, como un suevo añorante y terrícola. Culturalmente se
forja en la escuela de San Isidoro. No se sabe por qué este mozo noble, después
de su estancia en Palencia emprende el camino del Bierzo y se aleja de los
centros de la cultura visigótica. La marcha de San Fructuoso es una evasión al
Atlántico. El apóstol funda monasterios en Galicia, el de Poyo en la verde
ribera marítima y el de Tambo en la isla que tanto habla de enternecer a
Góngora; en Portugal, en Andalucía… San Fructuoso es una figura señera de la
Galicia histórica y tal es su prestigio en el tiempo románico que Gelmírez
arrambla con las cenizas del Santo, yacentes en Montelius para llevarlas a
Compostela con objeto de prestigiar la tumba de Santiago con este símbolo de
una etapa de fuerte sabor histórico. El robo fue muy comentado, se me antoja
que para comprender el espíritu fundacional de San Fructuoso no debemos olvidar
la sugestión que ejercía sobre las gentes la figura de Prisciliano, el
heresiarca del siglo IV romano que fue ajusticiado en Tréveris. Nadie supo
explicar todavía la fuerza popular del priscilianismo. Ha de recordarnos Otero
Pedrayo que lo vital de su doctrina permanece en el silencio y se rescata a la
sombra del bosque de la psicología galaica.
Don Antonio Vinayo
González, en su estudio biográfico de San Fructuoso, nos dice que una profunda
corriente de espiritualidad, canalizada hacia las formas más duras del
ascetismo cristiano, sacudía entonces a España y el santo fue el catalizador de
ese movimiento que no tuvo todo el desarrollo que era de prever porque, medio
siglo más tarde la invasión musulmana segó las fundaciones recién asentadas
aunque la semilla estaba sembrada y todavía dio frutos abundantes en los
primeros siglos de la Reconquista.
LA
TEBAIDA BERCIANA
San Fructuoso es un
eremita, un huido, un solitario, un inadaptado, un bohemio. Sus tres
fundaciones bercianas, Compludo, San Pedro de Montes y Visonia, su paso por la
sede dumiense y su elevación al arzobispado de Braga, son facetas de la derrota
del paganismo y la cristianización, completa del reino suevo iniciada por San
Martín de Dumio. El santo escribió una regla para el cenobio de Compludo y
otra, La regula Monástica, que perduró en Galicia en toda la baja Edad Media.
Aunque Fructuoso era un amante de las cavernas dirigía a artistas y artesanos
en todos los menesteres de la construcción. Alrededor de las Iglesias aparecían
las dependencias monásticas y los talleres y almacenes. Tenían las fundaciones
huertas, pastizales, bosques y rebaños. Los rigores y disciplinas eran casi
invencibles y se castigaba ejemplarmente a los pecadores. Habrá que pensar que
el éxito de los cenobios y grutas de la Tebaida estaba animado por un ascetismo
común a clérigos y seglares. Fue extraordinaria la afluencia de conversos hacia
las fundaciones fructuosianas y su rápida progresión por Galicia se explica ya
que el priscilianismo estaba allí enraizado. Yo cavilo que sobre el catolicismo
galaico, indudablemente diferenciado, dejaron su huella, primero Prisciliano,
luego San Fructuoso y más tarde San Rosendo, éste operando ya con conceptos y
normas europeas. Seguramente de San Fructuoso queda la dispersión de la
población galaica por los valles, el sentido parroquial de las comunidades y
cierto aislamiento de los individuos, que por cierto cultivó San Rosendo y que
persiste en nuestros días.
La invasión sarracena
desbarató la Tebaida, pero el Impulso fructuosiano era de tal complexión que
renace de sus cenizas, en el siglo X, con San Genadio, restaurador de San Pedro
de Montes y fundador de Peñalba. San Fructuoso fue un formidable idealista y
muchas de sus concepciones las harían suyas los benedictinos. En el fondo la regla
de San Fructuoso cede ante la de San Benito. La Tebaida es hoy un itinerario
sentimental. Todavía en Compludo funciona la herrería que rememora el esplendor
de la vida monacal en el Bierzo.
PEÑALBA
Desde Ponferrada se
puede ir en automóvil a Santiago de Peñalba. Gómez Moreno, cuando estudió la
famosa iglesia hubo de ir a caballo con sus discípulos y recuerdo que en su
libro «Iglesias mozárabes» asegura que basta un día para ir y venir, y observar
el célebre templo. De Ponferrada a Peñalba hay veinte kilómetros, la trocha
arranca de San Esteban de Valdueza y sigue el rio que discurre bajo la frescura
de los árboles.
Tan cerrado es el valle
que apenas permite menguadas sembraduras y en las vaguadas crecen vastas
plantaciones de castaños. Peñalba es el corazón de la Tebaida. La Iglesia de
Santiago es el mejor florón de la arquitectura mozárabe. Del monasterio sólo
resta este templo singular que se encuentra en buen estado de conservación. La
puerta se abre en arco doble de herradura. Don Manuel Gómez Moreno ha
pronunciado sobre el templo las últimas y certeras palabras. Gil Carrasco, que
conoció el Bierzo seguramente como nadie y era un enamorado de su tierra nos
sorprende con esta noticia: «Semejante monumento, bello, airoso y construido de
materias preciosas, enclavado en las montanas, tal vez más salvajes y rudas, y
de seguro, en las menos frecuentadas de España, es un peregrino hallazgo, una
verdadera sorpresa para él viajero». Gil Carrasco, transeúnte de la escuela de
Cuadrado, es uno —el primero— de los descubridores del Bierzo.
No nos impresiona
solamente la Iglesia, sino también el valle, solemne, imponente, que por algo
llaman del Silencio, con las fundaciones de San Genadio, esta de Peñalba y la
propincua de San Pedro de Montes, de cuyos muros aún queda en pie la Iglesia
románica impregnada de reminiscencias visigóticas. Por estos parajes de tupidos
boscajes, con el truchero Valdueza murmurando entre los guijarros, vagó el
precursor del monacato español y su discípulo y biógrafo San Valerio, historiador
de una época extraña y sugestiva. Hay un arcano profundo en estas encañadas
sombrías y un antiguo silencio que quiebran los pífanos de los pájaros y el
ladrido de algún perro montaraz y vagabundo. El monumento soportó inevitables
sustracciones de imágenes, zócalos y otras minucias, pero su mozarabismo está
derecho, erguido entré unas humildes casucas de madera, con sus votados
balcones primitivos.
Hay por los valles bercianos,
ensombrecidos por ingentes manchas forestales, y por las tierras vinarias del
llano una rara palpitación. Se entrecruzan los caminos del apóstol y del
Bierzo, de la romería Jacobita, de los castillos feudales. Al otro lado de la
cordillera late la pasión de Santo Toribio, perseguidor implacable de la
herejía priscilianista. Pero todo esto son sombras fugitivas. El Bierzo es un
país plagado de apariciones esotéricas. En realidad lo que menos me interesa
del Bierzo son sus caballeros medievales, tan gratos a Gil Carrasco. Pienso que
los que verdaderamente forjaron la comarca y le otorgaron prestancia cultural
fueron San Fructuoso y San Genadio. Todos los demás, incluso tos aguerridos
abades de Carracedo y los templarlos, resultan meras vaguedades. Los santos
sospecho que hasta moldearon un paisaje. Hablaremos del paisaje en un próximo artículo.
ALVARO
RUIBAL
Vega
de Espinareda, septiembre.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario