viernes, 20 de agosto de 2021

“La carrera del Bierzo (VII) Las ruinas monásticas” Un recorrido desde Vega de Espinareda a la Tebaida Berciana

“El Bierzo es un país plagado de apariciones esotéricas”, afirmaba el periodista Álvaro Ruibal hace ya más de medio siglo cuando en septiembre de 1970 firmaba las líneas que reproducimos a continuación en Vega de Espinareda.

En esta entrega se centra en la profusa vida monacal que pobló El Bierzo desde los comienzos de la Edad Media, desde San Fructuoso a su discípulo San Valerio o San Genadio. Desde Compludo a Carracedo, pasando por Vega de Espinareda, San Pedro de Montes o Peñalba de Santiago. Sin olvidar “los cenobios monjiles” desde San Miguel de las Dueñas a la Anunciada de Villafranca.

“San Fructuoso es un eremita, un huido, un solitario, un inadaptado, un bohemio” diría el periodista gallego, a quien atribuye “la dispersión de la población galaica”. Aunque no nos atrevemos a aseverar tal cosa, si que compartimos que, incluso a día de hoy, “La Tebaida es hoy un itinerario sentimental.”

Santiago de Peñalba, es todavía un pueblo de difíciles comunicaciones, viarias y telemáticas. Su iglesia Mozárabe, un monumento “bello, airoso y construido de materias preciosas, enclavado en las montanas, tal vez más salvajes y rudas”, según Gil y Carrasco. Un templo que, como nos recuerda el artículo, cuando fue a estudiar por Gómez Moreno para su libro «Iglesias mozárabes» hubo de acceder a caballo.

Dejamos a la opinión de cada lector o lectora decidir si los forjadores de la comarca y quienes le otorgaron “prestancia cultural” fueron San Fructuoso y San Genadio y simplemente les invitamos a disfrutar con las descripciones que hacen del paisaje, la historia y la cultura de la comarca.

La carrera del Bierzo (VII) Las ruinas monásticas

El Bierzo ha sido una poderosa concentración de monasterios. Los historiadores registran sobre cincuenta cenobios que la decadencia de la vida monacal primero y más tarde la desamortización han convertido en miserables ruinas. La vida monástica berciana se produce en ocasión de las invasiones. Sólo quedan escombros de este pasado remoto. El famoso monasterio de Compludo, fundado por San Fructuoso, espera vanamente a los excavadores y arqueólogos capaces de arrancar a las piedras sus misterios. El de Carracedo se desploma; el de Vega de Espinareda, tratan de restaurarlo con escasa fortuna unos religiosos dedicados a la enseñanza; la fortaleza de los templarios ponferradinos es un recinto romántico con las barbacanas abatidas; San Pedro de Montes, tras un incendio ocurrido el pasado siglo, sólo conserva su iglesia románica y el claustro con las arcadas apeadas; de Peñalba se conserva la Iglesia mozárabe. Quedan en pie los cenobios monjiles de San Miguel de las Dueñas, de la Anunciada de Villafranca y otras clausuras de escasas fuerza cultural. Los paúles villafranquinos vigilan sobre todo sus intereses agronímicos. Gozan fama de excelentes vinateros y elaboran sabrosos embutidos.

SAN FRUCTUOSO

La vida de San Fructuoso ha sido escrita por su discípulo San Valerio. Pero no basta el libro de San Valerio para situar al anacoreta en su circunstancia. El asturicense Fructuoso fue ermitaño, fundador, obispo de Dumio y metropolitano de Braga. La querencia de San fructuoso a las montañas del Bierzo le denuncia más qué como un godo de estirpe real, como un suevo añorante y terrícola. Culturalmente se forja en la escuela de San Isidoro. No se sabe por qué este mozo noble, después de su estancia en Palencia emprende el camino del Bierzo y se aleja de los centros de la cultura visigótica. La marcha de San Fructuoso es una evasión al Atlántico. El apóstol funda monasterios en Galicia, el de Poyo en la verde ribera marítima y el de Tambo en la isla que tanto habla de enternecer a Góngora; en Portugal, en Andalucía… San Fructuoso es una figura señera de la Galicia histórica y tal es su prestigio en el tiempo románico que Gelmírez arrambla con las cenizas del Santo, yacentes en Montelius para llevarlas a Compostela con objeto de prestigiar la tumba de Santiago con este símbolo de una etapa de fuerte sabor histórico. El robo fue muy comentado, se me antoja que para comprender el espíritu fundacional de San Fructuoso no debemos olvidar la sugestión que ejercía sobre las gentes la figura de Prisciliano, el heresiarca del siglo IV romano que fue ajusticiado en Tréveris. Nadie supo explicar todavía la fuerza popular del priscilianismo. Ha de recordarnos Otero Pedrayo que lo vital de su doctrina permanece en el silencio y se rescata a la sombra del bosque de la psicología galaica.

Don Antonio Vinayo González, en su estudio biográfico de San Fructuoso, nos dice que una profunda corriente de espiritualidad, canalizada hacia las formas más duras del ascetismo cristiano, sacudía entonces a España y el santo fue el catalizador de ese movimiento que no tuvo todo el desarrollo que era de prever porque, medio siglo más tarde la invasión musulmana segó las fundaciones recién asentadas aunque la semilla estaba sembrada y todavía dio frutos abundantes en los primeros siglos de la Reconquista.

LA TEBAIDA BERCIANA

San Fructuoso es un eremita, un huido, un solitario, un inadaptado, un bohemio. Sus tres fundaciones bercianas, Compludo, San Pedro de Montes y Visonia, su paso por la sede dumiense y su elevación al arzobispado de Braga, son facetas de la derrota del paganismo y la cristianización, completa del reino suevo iniciada por San Martín de Dumio. El santo escribió una regla para el cenobio de Compludo y otra, La regula Monástica, que perduró en Galicia en toda la baja Edad Media. Aunque Fructuoso era un amante de las cavernas dirigía a artistas y artesanos en todos los menesteres de la construcción. Alrededor de las Iglesias aparecían las dependencias monásticas y los talleres y almacenes. Tenían las fundaciones huertas, pastizales, bosques y rebaños. Los rigores y disciplinas eran casi invencibles y se castigaba ejemplarmente a los pecadores. Habrá que pensar que el éxito de los cenobios y grutas de la Tebaida estaba animado por un ascetismo común a clérigos y seglares. Fue extraordinaria la afluencia de conversos hacia las fundaciones fructuosianas y su rápida progresión por Galicia se explica ya que el priscilianismo estaba allí enraizado. Yo cavilo que sobre el catolicismo galaico, indudablemente diferenciado, dejaron su huella, primero Prisciliano, luego San Fructuoso y más tarde San Rosendo, éste operando ya con conceptos y normas europeas. Seguramente de San Fructuoso queda la dispersión de la población galaica por los valles, el sentido parroquial de las comunidades y cierto aislamiento de los individuos, que por cierto cultivó San Rosendo y que persiste en nuestros días.

La invasión sarracena desbarató la Tebaida, pero el Impulso fructuosiano era de tal complexión que renace de sus cenizas, en el siglo X, con San Genadio, restaurador de San Pedro de Montes y fundador de Peñalba. San Fructuoso fue un formidable idealista y muchas de sus concepciones las harían suyas los benedictinos. En el fondo la regla de San Fructuoso cede ante la de San Benito. La Tebaida es hoy un itinerario sentimental. Todavía en Compludo funciona la herrería que rememora el esplendor de la vida monacal en el Bierzo.

PEÑALBA

Desde Ponferrada se puede ir en automóvil a Santiago de Peñalba. Gómez Moreno, cuando estudió la famosa iglesia hubo de ir a caballo con sus discípulos y recuerdo que en su libro «Iglesias mozárabes» asegura que basta un día para ir y venir, y observar el célebre templo. De Ponferrada a Peñalba hay veinte kilómetros, la trocha arranca de San Esteban de Valdueza y sigue el rio que discurre bajo la frescura de los árboles.

Tan cerrado es el valle que apenas permite menguadas sembraduras y en las vaguadas crecen vastas plantaciones de castaños. Peñalba es el corazón de la Tebaida. La Iglesia de Santiago es el mejor florón de la arquitectura mozárabe. Del monasterio sólo resta este templo singular que se encuentra en buen estado de conservación. La puerta se abre en arco doble de herradura. Don Manuel Gómez Moreno ha pronunciado sobre el templo las últimas y certeras palabras. Gil Carrasco, que conoció el Bierzo seguramente como nadie y era un enamorado de su tierra nos sorprende con esta noticia: «Semejante monumento, bello, airoso y construido de materias preciosas, enclavado en las montanas, tal vez más salvajes y rudas, y de seguro, en las menos frecuentadas de España, es un peregrino hallazgo, una verdadera sorpresa para él viajero». Gil Carrasco, transeúnte de la escuela de Cuadrado, es uno —el primero— de los descubridores del Bierzo.

No nos impresiona solamente la Iglesia, sino también el valle, solemne, imponente, que por algo llaman del Silencio, con las fundaciones de San Genadio, esta de Peñalba y la propincua de San Pedro de Montes, de cuyos muros aún queda en pie la Iglesia románica impregnada de reminiscencias visigóticas. Por estos parajes de tupidos boscajes, con el truchero Valdueza murmurando entre los guijarros, vagó el precursor del monacato español y su discípulo y biógrafo San Valerio, historiador de una época extraña y sugestiva. Hay un arcano profundo en estas encañadas sombrías y un antiguo silencio que quiebran los pífanos de los pájaros y el ladrido de algún perro montaraz y vagabundo. El monumento soportó inevitables sustracciones de imágenes, zócalos y otras minucias, pero su mozarabismo está derecho, erguido entré unas humildes casucas de madera, con sus votados balcones primitivos.

Hay por los valles bercianos, ensombrecidos por ingentes manchas forestales, y por las tierras vinarias del llano una rara palpitación. Se entrecruzan los caminos del apóstol y del Bierzo, de la romería Jacobita, de los castillos feudales. Al otro lado de la cordillera late la pasión de Santo Toribio, perseguidor implacable de la herejía priscilianista. Pero todo esto son sombras fugitivas. El Bierzo es un país plagado de apariciones esotéricas. En realidad lo que menos me interesa del Bierzo son sus caballeros medievales, tan gratos a Gil Carrasco. Pienso que los que verdaderamente forjaron la comarca y le otorgaron prestancia cultural fueron San Fructuoso y San Genadio. Todos los demás, incluso tos aguerridos abades de Carracedo y los templarlos, resultan meras vaguedades. Los santos sospecho que hasta moldearon un paisaje. Hablaremos del paisaje en un próximo artículo.

 ALVARO RUIBAL

Vega de Espinareda, septiembre.”

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