El
Bierzo tuvo su particular 68, un verano caliente en la cuenca del Sil.
A raíz de la huelga de Antracitas de Gaiztarro, y a pesar de la represión, el
grado de organización y politización había crecido. Especialmente entre la
juventud. En septiembre de 1968, un grupo de 75 jóvenes de Matarrosa del Sil dirigen
una carta al Gobernador Provincial en la que denunciaban la falta de vivienda,
el precio de los alquileres o la falta de oportunidades educativas y
alternativas a la minería.
La misiva comienza “La Juventud de Matarrosa del Sil, (…) consciente y responsable de los problemas que le afectan, EXPONE”, y va desgranando una por una las reclamaciones y necesidades más acuciantes del pueblo.
Destacan la escasez de vivienda y el alto precio de los alquileres, lo que obligaba a compartir vivienda. Muchas comparten baño o carecen de él. La infravivienda estaba muy extendida, especialmente entre los numerosos trabajadores inmigrantes. El régimen había construido algunas casas de protección oficial. Sin embargo, la rapidez con la que se hacen, va a generar un problema continuo. A la escasa presión de agua para los servicios, se une la defectuosa instalación de tuberías, que origina numerosos atascos, por lo que la Obra Sindical de la Vivienda tiene que limpiarlos mensualmente. El resto de espacios de las viviendas carecía del servicio público de alcantarillado. Problemas de insalubridad que se unirán a su pequeño tamaño.La juventud de Matarrosa también denuncia la ausencia de otros servicios como el alumbrado público, un hecho que resulta especialmente paradójico en la región española productora de energía por excelencia.
Hacen especial hincapié en la escasez de oportunidades educativas. Los chicos tras abandonar la escuela a los 14 años, pasan dos años “perdiendo cultura y humanismo”. Trascurrido ese periodo, denuncian que desde los 16 años “quieran o no, sin posibilidad de elección, tienen que ir a la mina, condenados a una vejez prematura”. Oficio en el que además, van a ser utilizados “como instrumentos de lucro fuertes y baratos, a causa de la imposibilidad de elegir otro trabajo”. Para las jóvenes las alternativas también eran inexistentes, pues tras la etapa escolar, “todas quieran o no, tiene que ir a coser sin poder elegir otro medio de independizarse o de cultivarse”. Además, denuncian que a estas adolescentes se las admite en “los centros de diversión, de deshumanización, como instrumentos de lucro y objetos de diversión”.
Aquellos que querían y
podían costearse seguir estudiando, bajaban a la Escuela Profesional Virgen de
la Encina de Ponferrada, La Sindical.
Las reivindicaciones
educativas ya habían sido formuladas por el párroco Javier Rodríguez dos años
antes, coincidiendo con la visita del Gobernador Civil. Entonces el mandatario
prometió ayudas para construir un campo de deporte y unas piscinas. El sacerdote,
para escándalo del Jefe Local de Falange, realiza una dura crítica en su
homilía del día siguiente: "esos cuatro que habían andado ayer por aquí,
que dijeron hacer piscinas, lo que hacía falta eran escuelas de formación y
viviendas; que los ricos tenían sus casas bien preparadas y cobraban buenas
rentas por ellas". Repitiendo varias veces la palabra demagogia, cómo
destaca el informe de la Dirección General de la Guardia Civil.
La ausencia de
alternativas de ocio también es denunciada, como habían hecho a través del Día
7. El periódico católico constataba que “en estos pueblos solo hay cuatro
diversiones, el juego, la cantina, la calle, el matar gatos y…” Mientras las
instalaciones deportivas, sanitarias, culturales o formativas, eran
inexistentes. En ello el “abstencionismo social de las empresas”, como
Gaiztarro, juega un papel esencial. El
diario, de forma pionera, critica un fenómeno que apenas comenzaba a desarrollarse, la
mercantilización del ocio: “Una cosa es divertirse y otra comprar diversión en
una taquilla”.
En una ocasión realizan
una huelga de baile en protesta por
el precio de las entradas del salón del baile. Temporalmente lo trasladan al
centro parroquial, lo que motiva una denuncia a Sotuela, quien tiene que
aclarar que él no había bailado. La JOC realiza campañas anuales exigiendo un
ocio sano para la juventud. En el centro organizan charlas y talleres sobre
religión, salud, familia, sexualidad, teatro o literatura. Sin embargo Sotuela
reconoce que “el problema mayor era el laboral, el de la mina, entonces todos
andaban alrededor, lo mismo las chicas que los chicos, las mujeres que los
hombres, todos andaban alrededor de ese problema laboral, más que el otro [el
del ocio]”.
La juventud
matarrosiense realiza una serie de peticiones como son la construcción de 70
viviendas, el saneamiento de las ya existentes, alumbrado público y una escuela
profesional para chicos y chicas.
El Gobierno Civil remite la carta al Sindicato Vertical que
admite la necesidad de construcción de viviendas y la insalubridad de las
actuales. Sin embargo, el informe del Delegado Provincial, Sebastián Pérez,
descarta la Escuela de Formación Profesional en Matarrosa por su escasa
población. A su juicio sería una “inversión poco rentable, incluso desde el
punto de vista político”. Según el verticalista “cuando fracase”, las
poblaciones criticarían el gasto para “tan pocos resultados”.
A cambio ofrece
“algunos cursos” trimestrales y otros para mujeres de mineros “al objeto de
cuidar, desde el punto de vista de formación y cultura, a los trabajadores de
este pueblo”. Para ellas tienen un sesgo de género evidente, la formación
estaría destinada a los cuidados y el hogar, “enseñarlas economía doméstica y
contribuir de alguna manera a que inviertan mejor el salario de los maridos e
incluso conozcan su posibilidades de ahorro”.
Lo cierto es que estas
mujeres, a pesar de no tener una gran formación reglada tenía un amplio
conocimiento de economía, doméstica, eran expertas en malabarismos financieros.
Lejos de esa imagen de derrochadores que con cierta ironía, gran
desconocimiento y algo de mala intención, dejaban caer las declaraciones del
Delegado Provincial, las familias mineras vivían al día, no por derroche, sino
por la obligación de los míseros sueldos. Nos lo resume Picardo: “Mi madre
pagaba todo a plazos, no nos compraba una ropa que comprara directamente. Cada
mes pagaba un poquito”.
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