Presentación

Nuestra historia, a modo de presentación

lunes, 13 de septiembre de 2021

El Bierzo y Laciana en el concurso de relatos mineros “Manuel Nevado Madrid”

La literatura minera es un arte que "sigue en activo y ese pozo no cerrará nunca" explicaba el profesor de literatura Benigno Delmiro Coto, presidente del Jurado del Concurso del Concurso de Microrelatos Mineros “Manuel Nevado Madrid”.

Este certamen cultural, organizado por la Fundación “Juan Muñiz Zapico” de CCOO de Asturias, es un concurso consolidado que se adentra este año 2021 en su XVIII edición.

Los relatos premiados en las distintas ediciones pueden consultarse aquí  y las bases para concursar en esta edición aquí: 

Las manifestaciones culturales de los hechos relacionados con Nuestra Historia obrera, industrial y democrática forman parte de nuestro ADN, por eso hoy reproducimos 3 micro relatos. Los tres tienen en común que mencionan a Laciana y El Bierzo. El primero narra las huelgas de 1962; el segundo la muerte en la mina del lacianiego Roberto Calviño; y el último historias de mina y bar en la cuenca del Bierzo Alto.

El primer relato, escrito por el dirigente minero Alberto González Llamas, obtuvo el premio en la modalidad de “TESTIMONIO HISTÓRICO” en la VIII edición celebrada en 2011. Este polifacético sindicalista lacianiego recientemente ha recibido el premio del concurso de Toponimia 'Concha de Lama' por su “Toponimia de Villaseca”.

 

“Días de lance

A reclamo del toque de diana, los más madrugadores chismorreaban en corrillos la reseña de RADIO ESPAÑA INDEPENDIENTE del veintiséis de marzo: «...quedando reducidos los jornales de los obreros a un salario que no les llega ni para saldar la cuenta del economato, sus condiciones de vida son cada vez más precarias…» Las medidas impuestas en Asturias y Vizcaya urgían enterarse como sin mostrar mucho interés y sin arriesgarse demasiado a ser vistos en congregación. Jano tenía en frente a Ramón cuando éste, con voz confidencial, notificaba las decisiones adoptadas. Ramón era el único que había ido, sin ocultarse ante nadie, a darles aliento en la desdicha cuando aquellos problemas de su padre. Junto con Quintás y Vizcaíno, Jano había ingresado en la empresa, desenganchándose de la infancia para aplacar las faltas hogareñas bajando al hoyo. Ya se había difundido; el paro en el grupo sería inmediatamente, en la mañana del 5 de mayo. Durante esa misma jornada, en que nadie entró a trabajar en el pozo María, se dio oídos en toda la zona que se extendería a los demás grupos de Laciana. En la tarde se propagó, como pólvora inflamada, la turbadora primicia de que todo el Valle quedaba bajo el Estado de Excepción.

Atormentada con lo acontecido en la familia, su madre le previno en cuanto irrumpió. ¡Que no saliese, que se quedase en la vivienda y que, cuando fuese al grupo, tuviese mucho cuidado por que le vigilarían! fueron con amargura sus indicaciones que Jano interpretó excesivamente previsoras. Cada mañana, al volver del pozo, tras unas horas de presencia establecidas para así evitar que se reventase el movimiento, reparaba en los chiquillos, algunos poco más jóvenes que él, correteando por las calles de camino a la escuela, candorosos y crédulos, ajenos al declarado desafío que se libraba en las minas. Con Quintás y Vizcaíno, se veía entre la muchedumbre cada mañana y lo hablaban, joviales, como en un juego: «solo cuatro jornadas en la empresa y ya van para quince las que llevamos en huelga».

El día veintiuno circuló el rumor concerniente a la cuenca del Bierzo Alto. Torre del Bierzo, Bembibre y Tremor se plantaron. Las cosas se tantearon muy serias del alba al ocaso de cada día sucesivo en aquel mes de mayo, cuando se supo que ya eran entre quince y veinte mil los mineros parados en toda la provincia de León, tan broncas y tensas que Jano permaneció recóndito en el domicilio hasta que en casa supieron que Ramón, el amigo de su padre, había sido puesto en libertad para participar en la comisión que discutiría las exigencias para el cese de la movilización.

El bullicio había vuelto a las calles y las ocupaciones reanudadas desplegaban una serenidad y confianza anheladas. Cuando Jano cumplió diecisiete años, el veintiuno de junio de 1962, aun se decía que había en la provincia dos mil mineros que no habían puesto fin a su huelga.”

El segundo que hemos seleccionado fue premiado en la modalidad de “Accesit Joven” (menor de 26 años). Escrito por Alicia Calvo Panera para el XII Concurso en 2015.


“UN HILO ROJO

Con sangre de compañeros
moyabase el carbón.

(Desakato)

Ojos de tierra. La garganta de tierra. Nadie sabe lo que es morirse en dos días. La vida adquiere un sabor, una grisura de metal. Pesan la montaña y el campo donde se vivió siempre. Dante debería haber escrito «en la boca de la mina abandonad toda esperanza». En Degaña, la mina engaña, dicen. Y dónde no, contestan sus compañeros lacianiegos. Son las seis y no amanece. Todos callan en Cerredo. Zarréu, darréu, solo salimos para lo malo. Quien tiene la negra no se libra.

Se impone el rumor en sordina de los helicópteros que sobrevuelan la zona como tabarros. Tras dos días con sus noches de espanto sale un hombre del derrabe. Lleva el peso de todos los muertos. Se acabó. Roberto vuelve sin vida, pero ha luchado, pero se ha ido el tiempo, pero ellos tienen que defenderse y aplauden. La familia, los compañeros, los amigos, los desconocidos aplauden. Es un mecanismo de defensa: da rabia contarlo, que esa es la vida suya, él se ha quedado y nosotros no, bueno, mejor dicho, nos hemos quedado a este lado de la vida. Nos sentimos culpables sin perdón posible; por eso aplaudimos.

Qué ha pasado, no se sabe muy bien. Se cegó un túnel, pero cuál, no sé, uno de esos nuevos. Preguntad a las autoridades. Silencio sepulcral, qué ironía, una losa más sobre los mineros: no salir en la tele es la segunda muerte en este siglo maldito, ellos lo saben bien.

Doblan las campanas. Una imponente procesión de ojos ya secos y abrigos pardos aguanta bajo el sol plomizo de julio. La tarde pesa. Una fila de artilleros custodia el luto de la familia. Vecinos, tenderos, compañeros varios se arraciman en el corazón del lugar. Palistas y transportistas al fondo... Una salva de silencio acompaña a Calviño hasta el final. De pronto, alguien comienza a silbar. Un hilo rojo se extiende entre la gente. Un segundo silbido se une al primero y ya no estamos solos, piensan. Puño arriba. Silban la Internacional. Ya no hay quien pare, no hay tregua, que truene Bárbara bendita, pero no santa, hoy no, y menos para un compañero rojo como la sangre. Las voces destempladas rompen el cielo de Laciana como tarabillas libres. Esto no es un hasta siempre; nos vemos en las venas de la mina, en el pozo de Cerredo, luchando como nos enseñaste. Que descanses y hasta pronto.”

….

El último relato es del escritor astorgano, y jefe de la Policía Local de Gijón, Alejandro Martínez Gallo, conocido por novelas como “Una mina llamada infierno”, leyó este relato en la presentación del libro de Benigno Delmiro Coto Literatura y minas en la España de los siglos XIX y XX” en 2004.

 

 

Nuestro Segundo (2004)

    A veces necesito volver a mi pueblo para reconciliar el presente y superar algún punto de inflexión en la curva de la vida. Busco respuestas en el pasado; en las raíces de mi valle allá en El Bierzo profundo que surca el río Tremor; en las encinas que pueblan sus laderas; en las sendas que recorrí; en las escombreras que surgen por doquier; en los tejados de pizarra de esas casas oscuras con persianas siempre bajadas.
    Pero también preciso alimentarme de la energía que aún quedaba en la fuerza de puños cerrados de rabia contenida por la mueca del desdén y sentir que por mis venas rezuma el vigor de almas que construyeron el mundo destruyendo las entrañas de la tierra.
    Pero lo que me urge de verdad es volver a escuchar viejas historias del pueblo, de mi gente y, para eso, hay que ir al encuentro de Angelín, el "Madroño ", como todos le llaman, nunca he sabido el porqué, no sé si es por el árbol o por su fruto rojo y sin aristas. Estaba viejo, bueno, siempre fue viejo, con su eterna barba de días, su ducados en los labios, sus pelos revueltos de chico malo y sus grandes ojos que siguen viendo el mundo con ironía. Es como un notario del pasado, el último superviviente de una hecatombe y siempre está allí en el bar de Chelo, con su vaso de vino, contando relatos del pozo a quien quiera oírlos; de las huelgas eternas y encierros heroica de sindicalistas amarillos y chivatos del patrón; de jubilaciones basura y amigos que no están; de los pozos que se cierran y de los "chamizos" que abren.
    A mí la que más me gustaba era la del segundo número cincuenta, le pedí que la contara. Me miró y con esa sonrisa cínica que sólo poseen los que pasaron en un instante de la juventud romántica a la madurez escéptica, comienza a recrearla. Habla de cuando se acaba el tajo y todos subíamos al monorraíl ascendiendo por la rampa; eran cuarenta y nueve segundos exactos los que durábamos en llegar a la superficie y las caras de hastío, angustia y fatiga se trasformaban y se adornaban con sonrisas, entre alguna broma. Al llegar se ponía el pie en tierra comenzando el segundo cincuenta, el único que ya no le pertenecía al patrón, era enteramente nuestro.
    Y entre historias verdaderas o verosímiles sólo el alba nos rescataba con su resaca de algún tugurio de baja nota. Era entonces cuando Angelín empezaba el camino a casa, un poco malhumorado porque daba fin su segundo cincuenta, no sin antes recordarnos, con los ojos vidriosos y la lengua pastosa, en ese momento cuando sólo se puede decir lo que se siente, que habláramos con los "guajes " que quieran entrar en la mina y les dijéramos que no vayan, que allí ya no hay nada mítico, ni sitio para la épica y que se terminó cualquier epopeya, que sólo queda incertidumbre en un mañana sombrío que no requiere carbón.”

 

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