En esta segunda entrega concluimos
recogiendo los casos de Laureano Cuervo, de
Langre (municipio de Berlanga del Bierzo) y Vicente Blanco González, vecino de Villaseca de
Laciana. Así como las condiciones sufridas por los detenidos en
Villablino y otros hacinamientos en Astorga. Así como un alegato final en
nombre de la justicia dirigido al presidente de la República.
“Caso
de Laureano Cuervo
El día
19 de noviembre fue detenido y llevado a Bembibre (León) por la Guardia Civil
Laureano Cuervo, de Langre, Ayuntamiento de Berlanga, provincia citada. Era
hombre con una pierna de palo. El día 20 fue golpeado y pisoteado en, Bembibre
por la Guardia Civil. Adoleció inmediatamente después de la paliza. Permaneció
tumbado en el suelo devolviendo los alimentos y con alta fiebre, sin ser objeto
de ninguna asistencia. El día 22, a las tres de la tarde, fue llevado a rastras
a la estación y embarcado en un furgón de ganados con dirección a Astorga.
Desde la estación de esta ciudad al cuartel-cárcel a que iba destinado se le
llevó también a rastras. A las siete treinta de la tarde de dicho día ingresó
en la celda número 3 con pulmonía traumática y en estado preagónico. Uno de los
detenidos se dio cuenta de la gravedad de Laureano Cuervo y aporreó la puerta
de la celda durante largo rato, hasta que consiguió que abriera un oficial de
Prisiones. Le explicó el caso y éste mandó recado al cabo del botiquín. A la
media hora se presentó el cabo, examinó al enfermo y dijo que no podía
prestarle auxilio alguno sin autorización del médico. Se telefoneó a éste,
llegó a los tres cuartos de hora, examinó al enfermo, que estertoreaba ya,
preguntó antecedentes de la enfermedad y se le dijo que el doliente había sido
brutalmente apaleado. Levantó las ropas de Laureano Cuervo y comprobó, delante
de todos, la existencia de extensas lesiones en el tórax. Ordenó que viniera
una camilla para trasladar al moribundo al Hospital y se fue. Media
hora después llegó la camilla, cuando este preso hacía diez minutos que había
expirado. Eran las nueve y cuarenta y cinco minutos de la noche.
Tengo entendido que el médico civil del cuartel-cárcel de Astorga ha
certificado después la muerte natural del interfecto por congestión o infección
pulmonar. Y, sin embargo, hay tres testigos del apalemiento, cuatro testigos de
la conducción y diecisiete testigos de la muerte de Laureano Cuervo, los
nombres de todos los cuales obran en mi poder.
(…)
Hacinamientos
Tengo algunos datos de los graves problemas de toda índole que la acumulación
de presos ha creado en varias cárceles. Únicamente conozco bien, sin embargo,
lo que ocurre en el cuartel-cárcel de Astorga. Aunque por ese motivo sólo voy a
referir este caso, no ofrece para mí duda alguna que en otras muchas prisiones
ocurre algo análogo. Así, por ejemplo, me consta que en Villablino
(León) llegó a haber detenidos en una sola habitación durante veinte días
consecutivos hasta ciento veinte hombres, que permanecían allí
hacinados sin ninguna ventilación, muy escasa luz y un persistente olor
insoportable, habiendo de echarse los recluidos en el santo suelo por mitades:
la mitad de los presos tenían que estar de pie mientras la otra mitad estaban
acostados, con un solo barreño para orinar todos, por lo cual el orín
desbordaba constantemente, y obligados a curarse sus heridas, pues no salían
del encierro para otra cosa, y eso por grupos y a horas fijas, que para defecar
en derredor de la prisión.
Sobre el estado de la cárcel de Oviedo alguna luz arroja el caso de don Javier
Bueno, referido en otro lugar de este escrito; y no hay que tener gran
imaginación, por otra parte, para darse cuenta de lo difícil que
es acomodar a dos mil presos en una cárcel hecha para tener un máximo de
cuatrocientos. ¡Y si de las cárceles de menos importancia de las
provincias de Asturias, León y Palencia se pudiera hablar con información
exacta! Pero bastará referir cómo está la cárcel de Astorga para presentar un
modelo. ”Un modelo de lo que no debe ser jamás una cárcel.” Hay en
el cuartel-cárcel de Astorga dos clases de presos: los enceldados y los
alojados en la llamada aglomeración. Los primeros están encerrados en pequeñas
habitaciones; la proporción es de treinta hombres por cada veinte metros
cuadrados. Naturalmente, no se pueden mover. Para dormir tienen
que turnar o acostarse los unos con la cabeza sobre las piernas de los otros.
Salen de la celda, pero no al exterior, dos veces al día; por la mañana, dos
horas; por la tarde, una. Para donde salen durante ese tiempo es para la
llamada aglomeración. Mientras están encerrados hacen sus necesidades
en botes de conservas, que han de tener entre ellos hasta que se les abre la
celda, a las siete de la mañana y a las seis de la tarde, por el
tiempo ya dicho.
La aglomeración es el dormitorio de una compañía de tropa. Consta de tres
naves, una central y dos laterales en ángulo recto con aquélla. A la nave
central van a dar las puertas de las celdas. En la aglomeración están los
presos privilegiados, porque siquiera pueden andar un poco y hacer sus
necesidades en algo más a propósito que un bote de conservas. Al fondo de las
naves laterales, hay un lavadero en una y un retrete en otra. En
la aglomeración se alojan unos trescientos presos que la llenan por completo.
Por eso, cuando se suelta a los enceldados, en ninguna de las tres naves de la
aglomeración se puede dar un paso. Entre enceldados y aglomerados son unos
cuatrocientos.
El lavadero de la aglomeración está perpetuamente anegado de un agua sucia en
la que flotan residuos de comida. El retrete tiene cuatro agujeros para
cuatrocientos hombres. Como muchos de ellos padecen disentería, durante horas
enteras se forman largas colas de pacientes. El orín y las heces fecales se
filtran por la pared y forman un reguero permanente, que se extiende por gran
parte del suelo. Del recinto de las tres naves nadie puede salir. El conjunto
está orientado al N.E. El sol no penetra allí jamás. La mayor parte de las
ventanas están clavadas —ahora creo que han dispuesto que se desclaven— y la
mayor parte de las restantes han de mantenerse cerradas para evitar posibles y
dolorosas contingencias: un vecino de Villaseca de Laciana, padre
de tres hijos, llamado Vicente Blanco González, a quien se le ocurrió asomarse
a una ventana, murió del tiro de un centinela. No se puede allí
leer ni escribir. Todos los días vagan los presos igual que sombras por
aquellas naves lóbregas como cuevas, en medio de una fetidez horripilante. Por
la noche se duerme en el suelo, amontonados a lo largo de las paredes, sobre un
centímetro de paja sucia, que no se renueva nunca. Abundan los parásitos de
todas clases. El agua es insuficiente; a veces falta hasta para beber. La
consecuencia es que nadie puede lavarse más que dos días por semana. La
alimentación consiste en esto: un cazo de agua caliente, o mejor tibia, con
dudas y sospechas de café, leche y azúcar, a las ocho de la mañana; a una hora
que varía entre doce y tres de la tarde, y a otra hora que oscila entre siete y
diez de la noche, dan otro cazo de una de estas cosas: o arroz o garbanzos o
alubias o patatas. Este guiso está a veces bien condimentado y es comestible;
otras es francamente indeglutible. Dan, además, medio kilo de pan por barba y
día. La gente se encuentra famélica y enferma del intestino. Están bajo la
vigilancia de varios funcionarios de prisiones, que al principio trataban con
humanidad a los presos. Se les veía sonrojados y angustiados, pero nada o casi
nada podían hacer por ellos.
Para estudiar esta vergonzosa situación y ver el modo de ponerle remedio se han
realizado diversas visitas oficiales, una de ellas incluso por el Director
General de Prisiones. Nada se ha hecho aún. Hace unos quince días estuve yo
allí y supe que se esperaba la llegada de algunos centenares más de presos
procedentes de la cárcel de Burgos. Ya han llegado, sin que antes se paliara
ninguna de las deficiencias existentes, y como es lógico la situación ha
empeorado.
Donde antes había cuatrocientos hombres hay ahora próximamente el doble
en las mismas condiciones. La paja no se ha renovado desde hace
tres meses y está mezclada con restos de comidas, esputos, heces fecales y
orines arrastrados por los pies de los hombres, fermentada y pútrida. Muchos
presos no tienen paja en que acostarse, ni siquiera esa paja estercolaria, y
carecen también de manta para abrigarse. El rancho ha empeorado y es ahora
regularmente malo y escasísimo. A los enfermos y heridos no se les presta en
realidad verdadera asistencia médica. La enfermería es una celda igual a las
demás, con la misma paja y la misma hacinación y la misma miseria y suciedad.
La alimentación de los enfermos es también igual a la de los sanos. Cuando, a
fuerza de ruegos, se consigue que suministren un poco de leche condensada, es a
los dos o tres días, y en otros dos o tres días no hay que pensar en una nueva
remesa. No existe botiquín ni material alguno sanitario. Heridos y enfermos
pasan cuatro y cinco días sin recibir ninguna asistencia. Al cabo de ese
tiempo, suelen ser atendidos parvamente y a medias (un poco de yodo a los
heridos, alguna purga a los enfermos) y ya están listos para otros cuatro o
cinco días. Hasta los funcionarios de prisiones que, como he dicho, comenzaron
por tratar benignamente a los presos, han cambiado. La aglomeración hubo de
crear fatalmente problemas de organización, que no se han sabido resolver. Con
los problemas no resueltos y el consiguiente exceso de trabajo, el carácter de
dichos funcionarios se ha agriado. Dijérase que renuncian todos a establecer
una organización seria y se ha encomendado la solución de las cuestiones al
vergajo. Los funcionarios de aquella prisión andan ya, en efecto,
vergajo en mano, como si este soez y vergonzoso instrumento fuera el signo de
su autoridad y todos los días hay repugnantes escenas de golpes a los presos,
propinados a diestro y siniestro, como si se tratara de animales en país sin
Sociedad protectora de ellos. Y así pasan los días, y las
semanas, y los meses...
La dignidad de la República exige que se ponga inmediato fin a estas
infamias. A todos los presos sin excepción les debe el Estado
democrático un trato noble. Más que a ninguna otra clase de
ellos, se lo debe a quienes por no haber sido juzgados aún figuran en la
categoría de supuestos delincuentes. El delito de estos detenidos,
si existe, es un delito revolucionario. El mismo delito que estuvimos
dispuestos a cometer, Excmo. Sr., todos nosotros, desde S. E. hasta el más
modesto de los republicanos, contra un régimen que nos parecía
abominable. No hurtábamos, ciertamente, nuestra responsabilidad
legal entonces; nadie pide tampoco que se exima de la responsabilidad legal a
los revolucionarios de ahora. Pero la responsabilidad legal y no otra y sin
olvidar nunca nuestro pasado al enjuiciar el presente suyo. Alfonso Karr decía:
“Los rojos son los blancos en marcha; los blancos son los rojos que han
llegado.” Para aquel gran espíritu no había, pues, entre rojos y blancos más
diferencia que las etapas en el camino: es rojo el que anda hacia la meta; es
blanco el que ya la alcanzó. ¡Y qué pena da ver lo pronto que los
blancos olvidan la época en que fueron rojos!
Palabras
finales
Como
estoy plenamente persuadido del noble espíritu piadoso de S. E., me doy exacta
cuenta del agobio que sobre él he arrojado con la relación de tantas
crueldades. Era un penosísimo deber ineludible. Por encima de todos los
respetos está para mí la salud de la República. Con el silencio se quebranta;
solamente la verdad puede defenderla. Es, un síntoma terrible este crecimiento
del espíritu bárbaro dentro, de los organismos encargados de defender el orden
público en España. Se impone cortar su avance con entera decisión. Si al
Gobierno le detienen los temores que se exponen al oído en voz baja, infama con
sus vacilaciones al Ejército y a las demás instituciones armadas de la
República. Ninguna de ellas puede creer que se la ataca cuando se pide el
castigo de las individualidades de su seno que delincan. La eliminación de los
elementos maleados robustecerá en vez de debilitar a dichos organismos. Y,
sobre todo, que si la República para vivir necesitase amparar el crimen sería
preferible que desapareciera antes de subsistir con tamaño vilipendio. República
es justicia o no es más que una palabra sin sentido. Al menos así
lo entiende, Excmo. Sr., el autor de este informe.
Viva S. E. muchos años,
Madrid, 11 de enero de 1935.
F.
Gordón Ordás. Ex-Ministro de la República. Diputado a Cortes
Excelentísimo
Señor Presidente de la República”
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