martes, 1 de octubre de 2024

Eloy Terrón a Carmen Busmayor. A la razón. (II)

Continuamos con la segunda entrega de este reportaje en el que ofrecemos dos textos en los que los dos escritores faberenses más destacados se escriben y describen entre sí. En la anterior entrega “Carmen Busmayor a Eloy Terrón. Al corazón. (I)” publicamos el poema “Tres momentos para recordar a Eloy Terrón” creado por la poetisa en 2020.

Hoy presentamos un texto separado por 23 años, de 1997, pero unido por el reconocimiento que el profesor universitario prestaba a la obra de Carmen. Un análisis metódico y riguroso, que nos lleva a la razón de la poesía de Busmayor, que nos conduce al corazón.

El texto, como ya explicamos en el artículo “La cuestión de clase en la poesía de Carmen Busmayor”, está recogido en “Escritos de sociología del sistema educativo español” organizado por Rafael Jerez Mir. La primera versión fue publicada en el número 102 de la revista “Tierras de León” en agosto de 1997, con el título «Contenidos originales de clase en la poesía de Carmen Busmayor”. Comprende dos partes, una teórica sobre el lenguaje y su función, y una segunda que aterriza en las creaciones de la poetisa y su relación con su nacimiento en una familia minera.

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“Contenidos originales de clase en la poesía de Carmen Busmayor” (1997)

a)     La palabra creadora

El lenguaje, como ventaja selectiva de la especie humana, clave principal del medio, la educación y la psicología del hombre

La palabra -el lenguaje- es la más formidable creación del hombre. En cuanto esencia de la actividad transformadora y para subsistir de éste, es el trasunto de todo proceso de adaptación del hombre y de la superación por éste de la dependencia en que todo animal se encuentra frente al medio. Como soporte físico de la experiencia humana, simboliza y recapitula la evolución realizada por medio de los materiales que el hombre transformó para construir el medio humano: es decir, la evolución que el hombre cumple en y a través de la materia, al modificarla para construir la morada segura de todos los hombres. Ese proceso evolutivo se recapitula y sintetiza en el conocimiento: es decir, en la experiencia vinculada a las palabras, que -al ser interiorizada por cada hombre- constituye su espíritu, como esencia integrada del hombre como especie.

Ahora bien, como recapitulación y la síntesis de la esencia del hombre, el lenguaje -y sus palabras- es mucho más -muchísimo más- que un simple código o un sistema de signos para comunicarnos con otros hombres. Por lo pronto, el lenguaje pone a disposición de cada hombre la esencia humana a fin de potenciar cada vez más, el alcance y la eficacia de su actividad.

Como actividad natural y propia del hombre, el lenguaje como tal no exigía más explicación. Por eso no se le ha estudiado hasta ahora, por lo que todavía ignoramos la relación estricta entre la palabra y la experiencia, y, sobre todo, entre la palabra y el mundo objetivo a que aquélla se refiere. Damos por cierto que entendemos y aceptamos la descripción que un hombre nos hace de un paisaje o de un escenario urbano, Pero ¿cómo recogen las palabras un mensaje y cómo nos lo trasmiten? Porque no debemos ignorar que el lenguaje implica en su funcionamiento una gran fuerza creadora; y que la lengua nos permite hablar de cosas reales y existentes y también de las que no lo son: podemos hablar con la misma soltura de los 100 duros reales que de los 100 duros contables, y, de hecho, así funcionan las bolsas de cambio de moneda.

El lenguaje, dominio genuino del razonamiento y factor determinante de la invención de los espíritus y los dioses

Para muchas personas, la lengua determina sus juicios y sus razonamientos. Las deducciones e inferencias funcionan dentro del lenguaje, porque éste es también el verdadero y genuino dominio del razonamiento: lo racional adopta el lenguaje como soporte, aunque justamente desde dentro del propio lenguaje. Pero, al no disponer de otro marco de referencia, no podemos saber lo correcto de nuestro pensamiento, aunque sí deducir que el lenguaje crea nuevos referentes sobre los que los hombres pueden discutir y hasta matarse entre ellos. ¡Cuántos referentes de los que los hombres hablan, discuten y por los que se baten en duelo y se matan son simples creaciones del propio lenguaje!

La constatación de la muerte de hombres y animales es un buen ejemplo de eso mismo. Así, a algún hombre se le ocurrió la idea de anteponer a la palabra mortal la partícula in, con lo que quedó creado el inagotable filón de los seres inmortales. Algunos de ellos -como los fenómenos atmosféricos-, por cierto, no ya sólo inmortales sino también infinitamente poderosos. Pues, como todo verbo exige un sujeto y éste acaba asumiendo la autoridad de la acción verbal, aquel que realiza acciones muy poderosas es porque él mismo es muy poderoso.

Así se dio origen a los espíritus, los precursores de los dioses. La palabra era tan poderosa, que confería realidad a todo aquello de lo que se hablaba y a todos aquellos de los que se podía hablar; por lo que, una vez en boca de los dioses, apareció también como divina y creadora.

Cuasimonopolio del habla por los chamanes, como arma de dominación, y por los juglares, creadores de los ideales y las fantasías populares Con todo, durante milenios se hizo escaso uso de la palabra.

Los hombres de las clases trabajadoras hablaban muy poco (de hecho, los campesinos de nuestras aldeas agrícolas de subsistencia también hablaban muy poco). Porque, ¿de que iban a hablar los trabajadores? ¿De qué podrían hablar? Esos trabajadores -los campesinos y artesanos- sabían hacer muchas cosas, y algunas, bastante difíciles; pero pedirles que las describieran de palabra era y es demasiado (aunque a los miles de personas que se ponen corbata todos los días les ocurre otro tanto: ¿quién es capaz de describir de palabra, sin mover las manos, cómo se hace el nudo?).

Cuanto más se retrocede en el pasado, menor es el número de personas que eran capaces de hablar. Sí, muy reducido: los epilépticos -divinos- y los chamanes o sacerdotes. Aunque las gentes del pueblo se entusiasmaban tanto con los relatos orales que lentamente fue adquiriendo prestigio otro grupo de narradores, constituido por los creadores de ideales y de fantasías mediante la palabra: poetas, juglares y cantores.

Durante milenios, esos dos grupos de profesionales se dirigieron al pueblo con sus relatos, si bien con un propósito muy diferente. El de los poetas, juglares y cantores era divertir al pueblo y recibir, en pago, algún donativo para poder vivir; y el de los chamanes, elaborar creencias que, una vez asumidas por las gentes del pueblo, se convirtieran en el contenido básico de sus conciencias, para controlar así a los hombres desde su interior y con más eficacia y menor costo que si lo hubieran hecho los guardianes por medio del uso de la fuerza y la represión física (puesto que, en tal caso, los guardianes se comerían la mejor parte de lo que se recaudaba).

b)     La poesía de Carmen Busmayor

Estudiantes hijos de obreros o de campesinos pobres: contradicción entre origen de clase y formación académica “tipo clase media”

Cuando me acerqué por primera vez a los versos de Carmen Busmayor esperaba encontrarme con unos poemas primerizos entrecruzados con estilos y tendencias distintos, según el poeta que acabara de leer y que la hubiera “inspirado”, porque eso es lo que les ocurre normalmente a los poetas jóvenes. Por eso, fue para mí una sorpresa encontrarme con un lenguaje bien establecido, propio, aunque no me atrevo a afirmar con rotundidad que Carmen no comenzara imitando a algún poeta cuyo mundo poético reuniera caracteres afines y asimilables a su propio mundo -a su medio humano, social y cultural.

También me ha sorprendido el mundo poético que se refleja en los poemas de Carmen. Ese mundo poético que irrumpe a través de sus poemas sella un compromiso humano que va a afianzar su lenguaje y a envolverlo en un clima de tristeza y un cierto grado de pesimismo. Así se produce la profunda unidad del mundo poético - los temas- con el lenguaje y el clima vital. Ese compromiso -de adhesión a sus raíces, a sus orígenes, de clase- se refuerza y reafirma con cada tema que expresa. Los años de formación académica -tan dominada por la mentalidad de clase media con su falso neutralismo político y su religiosidad- no la inducen a avergonzarse de sus orígenes y a convertirse en un miembro más de la clase que “da el tono de la universalidad”. Posiblemente, porque la formación intelectual que recibió la impulsó a ejercitar su vocación de poeta y porque, tan pronto como quiso elegir un tema al respecto, se sintió atraída por los temas de su propia infancia.

Su formación intelectual va a operar en ella en dos sentidos distintos: en el de elevar sus vivencias infantiles a materia poética; y en el de la atracción intelectual por el mundo académico.

Lo primero la debía complacer, a la vez que le permitía escapar a los materiales más fáciles y más atractivos: la primavera, las flores, las estrellas, las muchachas y todos aquellos otros temas que suenan bien y se prestan para empezar a escribir pequeños poemas; y las emociones inconcretas y vagas de la muchacha -o del muchacho- que está en plena adolescencia y que siente la necesidad de comunicar a los demás -o a una persona determinada- el sentimiento del amor que comienza a perfilarse en su conciencia como consecuencia de las propias lecturas de poesía y de sus primeros encuentros con él -o con ella- y de la aparición de sus primeras fabulaciones.

Los muchachos y muchachas de la clase media inician sus escritos poéticos con materia poética de esa clase, imitando poemas que han leído o leen. Porque, en realidad, ellos no tienen pasado, sino que su pasado se ha ido haciendo presente lentamente. Pero, para la hija -o el hijo- del obrero, cuando conversa con sus compañeros por los pasillos del Instituto o de la Facultad, su pasado está lejos, a cientos de kilómetros y entre montañas, donde hay un pueblo feo y triste de calles llenas de lodo negro y con unas casas pequeñas y frías.

Para la hija del minero que asume una formación académica - de clase media, marcadamente- la cuestión está ahí: en cómo afrontar la formación académica tipo clase media, con su objetivo determinante. El saber universitario sirve solamente para conseguir un empleo bien remunerado, con el que mantener la consideración social y el aprecio que se debe a la familia. La formación académica tipo clase media trasmite conocimientos que puede necesitar un funcionario para resolver los problemas que se le planteen; pero no va más allá.

Los niños de clase media aprenden siempre: reciben conocimientos, actitudes, principios y valores para funcionarios, médicos, abogados del Estado, inspectores de prisiones, etc.; y además lo hacen de modo constante porque sus padres son “cultos”, y algunos muy influyentes lo apreciarán cuando se presenten a una oposición. Pero, a los hijos de los trabajadores y a los de los tenderos, dueños de restaurantes, peluquerías y negocios similares les ocurre lo contrario. No saben para qué estudian, aunque en los colegios religiosos, en los institutos y después en la Universidad les dicen que tienen que estudiar, que tienen que aprender. Muchos se convencen de que tienen que hacerlo así y llegan a pensar que poseer conocimientos es importante: hay que dominar un campo de conocimientos y no sólo hay que saber sino también pensar. De hecho, puede salir algún científico entre ellos, algo del todo imposible en el pasado, porque no existía esta otra categoría de estudiantes.

Cuando el hijo o la hija de un minero o de un campesino pobre han recibido una formación académica tipo clase media entra en posesión de un aparato conceptual de análisis y de síntesis, poderoso y eficaz. Los resultados dependerán de a qué se apliquen. Pero al tratar de aplicarlo -como Carmen- a la comprensión y a la expresión poética no encontrará satisfacción intelectual si lo hace con los temas poéticos de clase media, porque ése no es su mundo; no querrá continuar por esa vía de la comprensión intelectual y optará por el análisis de la propia experiencia.

Resolución de la contradicción personal entre formación académica y origen de clase mediante las vivencias infantiles como temática poética

De hecho, en su poemario Epístola a Carmen, Carmen refleja la toma de conciencia de esa contradicción personal: por una parte está su conciencia reconstituida por la formación académica tipo clase media, con sus actitudes, principios y valores; y, por otra, están sus orígenes de clase. La concepción del mundo resultante adolece de la falta de entusiasmo y de perspectivas de una clase trabajadora que, desorientada por la crisis del equilibrio que fue la Guerra Fría, se acomoda a la marcha de una burguesía que oferta mercancías y servicios, reduciendo sus aspiraciones a consumir más mercancías y más servicios. Claro que esa fascinación por el consumo, que ha condicionado los gustos, los deseos y las esperanzas de nuestra clase trabajadora, es comprensible, dada la tradicional miseria de los campesinos pobres y la de los trabajadores de muchas industrias condenadas a la reconversión.

El encandilamiento por el consumo es temporal y la pavorosa amenaza del paro descubre su carácter pasajero y la eventualidad de su influencia. Pero Carmen asumió voluntariamente un compromiso: dedicar todas sus fuerzas a estudiar a la clase cuyas vivencias nutrieron la primera etapa o fase del desarrollo de su propia conciencia.

La contradicción entre sus vivencias infantiles y su formación académica se revela en la elección y en la recepción de los contenidos y en el contraste entre el peso -el arraigo- y la persistencia de la concepción de sus propios orígenes (todos los temas de su poemario Epístola a Carmen) y la atracción intelectual del mundo académico y de la clase media a la que le gustaría pertenecer, pero que para ella es imposible precisamente por la fuerte influencia de los contenidos originales de clase de su poesía.

Carmen tiene que enfrentarse con el pesimismo de la razón confiando en el optimismo de su voluntad de clase. Porque -a pesar de todas las apariencias en contrario- las vivencias de clase que persisten en el fondo de su conciencia encierran todas las potencialidades de futuro, puesto que a través de los errores y confusiones de la clase trabajadora y de su concepción del mundo florecerán las esperanzas más prometedoras, éticas y solidarias que jamás conoció la humanidad.

En casi toda la poesía de Carmen que conozco, me sorprende la profunda fidelidad a las vivencias infantiles como componente principal de su temática poética. ¿Cómo ha podido evitar la perversa contaminación de la cultura del consumo, tan hostil a los sentimientos y sobre todo al amor? He aquí un dato característico de su vena poética.”

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